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Los neuromitos son creencias erróneas sobre el cerebro que tienen su origen en simplificaciones o malas 'lecturas' de resultados y evidencias científicas. Se sostienen sobre una base cierta pero que luego se distorsiona, se adorna o reinterpreta y, de oírlos, acabamos por creerlos a pies ... juntillas. En el campo educativo, en continua búsqueda de métodos de enseñanza eficaces basados en las neurociencias, es habitual encontrar que estos neuromitos dan lugar a técnicas de aprendizaje que se aplican en las aulas sin base científica. Los últimos hallazgos de la neurología han desmontado muchas de estas creencias.
Un mito muy extendido sobre cómo funciona el cerebro es que los seres humanos utilizamos solo el 10 % de este órgano. Parece que si sabemos cómo estimular nuestras partes inactivas podremos lograr un mayor rendimiento intelectual. «Esa afirmación es rotundamente falsa. Aunque en ciertas circunstancias puede haber algunas regiones que no estén trabajando, casi en todo momento el cerebro se encuentra activo al cien por cien», señala José Manuel Muñoz, investigador del Centro Internacional de Neurociencia y Ética (CINET).
El uso de tecnologías como la resonancia magnética ha aportado luz y ha permitido comprobar que «solo cuando se ha sufrido una lesión cerebral con graves daños se observan partes inactivas del cerebro», señalan José Ramón Gago y Carme Trinidad, profesores de Neurociencia y autores del libro 'Neuromitos en educación'. Incluso cuando dormimos «todas las partes de nuestro cerebro presentan algún nivel de actividad, lo que sería imposible de ser cierto que solo empleamos un 10% del cerebro», precisan.
Todo nuestro gozo en un pozo. «No debemos esperar, por tanto, que el uso de herramientas de entrenamiento cerebral en individuos sanos vaya a despertar nuestras 'partes dormidas' ni que, gracias a ello, vaya a convertirnos en genios», matiza Muñoz.
Es frecuente oír que los niños que consumen bebidas y aperitivos azucarados sufren una pérdida en su nivel de atención e incluso que llegan a sufrir hiperactividad. «Nada más lejos de la realidad. Existen sólidos estudios que muestran que el azúcar no tiene un efecto significativo en el comportamiento y el rendimiento intelectual de los niños», explica el neurocientífico, aunque recuerda las consecuencias «perniciosas» para la salud del abuso de los alimentos azucarados.
Una creencia popular muy extendida es que hay personas de 'hemisferio izquierdo' y otras de 'derecho'. De ese modo, ser creativos dependería del hemisferio derecho y las operaciones numéricas y la lógica estarían asociadas exclusivamente al izquierdo. Este principio tendría incluso implicaciones en la enseñanza: según su hemisferio predominante, unos alumnos deberían tener un aprendizaje más verbal y otros, más visual. No es así.
«Es un mito pensar que algunas personas tienen un procesamiento mental fundamentalmente de tipo creativo o, por el contrario, analítico, y que esto además deriva de un funcionamiento predominante del hemisferio izquierdo o derecho. Un alumno no utiliza más un hemisferio cerebral que otro para aprender, siempre que no padezca una lesión cerebral o alteración estructural», aclara Muñoz. Lo cierto es que el cerebro trabaja siempre de manera coordinada. «Y las personas, dependiendo del problema a resolver, utilizarán estrategias más creativas o analíticas», añade.
Lo llaman el 'efecto Mozart': escuchar música incrementa la inteligencia académica. Existe una costumbre muy extendida de exponer a los niños durante su etapa de desarrollo a la música clásica. Esta creencia tiene mucho que ver con la publicación en el año 1993 en la revista 'Nature' de una investigación de la Universidad de California, donde expusieron a estudiantes a la escucha de una sonata de Morzart durante diez minutos y los sometieron a un test. Obtuvieron una puntuación más alta que los que no lo habían hecho.
«El estudio no habla en ningún momento del cociente intelectual, no se afirma que este tipo de música incremente la inteligencia. Solo se comprueba una mejora en las capacidades de razonamiento espacio-temporal y, además, el experimento demostró que los efectos o beneficios solo duraron 15 minutos», aclaran los expertos. Después de esta investigación llegaron otras muchas que no han aportado evidencias científicas que avalen este efecto. Lo único que han probado los estudios es que «la educación musical –no solo escuchar música– es beneficiosa para el desarrollo cognitivo de los niños», apuntan..
Los tres primeros años de vida juegan un papel fundamental para fijar las habilidades cerebrales del futuro. Es una idea muy arraigada pero no del todo exacta. A los padres les asusta no exprimir al máximo el desarrollo cerebral del niño hasta esa edad, pensando que marcará ya su inteligencia de forma irreversible, así que lo estimulan con toda clase de actividades.
«Tomando el desarrollo del cerebro de un modo global, sí es cierto que hay períodos más acelerados de aprendizaje. Pero esto no es matemático. No existe un calendario concreto para decir: 'de 0 a 3 años, esto; de 3 a 6, esto otro'. Cuando hablamos de neuroeducación no debemos hablar de los primeros tres años de vida, sino de todo el ciclo vital», aclaran los especialistas.
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