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Los seres humanos somos muy cabezones. No solo en el sentido figurado, sino también en el estrictamente físico. Tenemos la cabeza que tenemos por lo que va dentro, un cerebro desproporcionado. Se calcula que es siete veces mayor que el que tendría otro mamífero con ... nuestro mismo peso corporal y tres veces más voluminoso que el de cualquier otro primate. Además de grande, la otra característica más llamativa es su avidez energética. Con solo el 2% del peso del cuerpo –poco más de un kilo–, acapara hasta el 20% de la energía que consumimos.
Alimentar esta fabulosa máquina fue todo un reto desde el punto de vista evolutivo. Son varias las teorías que tratan de explicarlo. La más extendida propone que la forma de solucionar este gran problema fue hacernos carnívoros. La longitud del tubo digestivo depende de los alimentos que este procesa. En el caso de los herbívoros es más largo para extraer todo el jugo posible a los vegetales que consumen; en el caso de los carnívoros, más corto porque la carne, la proteína, se asimila con más facilidad. Dicho de otra forma, dado que a todo no se llega, apostamos por el cerebro a costa del sistema digestivo.
A ello se le unió el cocinado. Pasar los alimentos por el fuego supone aprovechar todos sus nutrientes mientras que si nos los comemos crudos, solo nos 'quedamos' con entre el 30 y el 40% de sus propiedades. Todo esto ocurrió hace aproximadamente 1,8 millones de años y multiplicó por tres nuestra masa encefálica.
Otra hipótesis asegura que nuestra masa encefálica creció para permitir a nuestros ancestros desenvolverse mejor en una vida en sociedad cada vez más compleja. Y una tercera apunta a la ecología. Estos mismos ancestros, que vivían de la caza y la recolección en la sabana africana, tuvieron que buscarse la vida tanto para encontrar comida como para almacenarla y procesarla. De acuerdo a esta última explicación, cuanto más inhóspito es el medio que nos rodea y más debemos seguir aprendiendo para superar los obstáculos que este impone más allá de la niñez, más estímulo para que el cerebro crezca.
Ahora, un estudio de la universidad norteamericana de Northwestern apunta a otro 'culpable' en ese salto evolutivo: la microbiota intestinal, los millones y millones de microbios que viven en nuestros intestinos y que nos ayudan a descomponer los alimentos y producir energía. «Nuestros hallazgos establecen un papel causal de la microbiota intestinal en las diferencias en el metabolismo y sugieren que puede haber sido un facilitador importante de los cambios metabólicos durante la evolución humana que apoyaron la encefalización», apuntan los autores de la investigación.
Los científicos implantaron en ratones microbios de dos especies de primates de cerebro grande –los nuestros y los del mono ardilla, un animalito de 30 centímetros y medio kilo de peso que vive en Sudamérica– y una especie de primate de cerebro comparativamente pequeño –el macaco–, y midieron los cambios en la fisiología de los roedores. Se fijaron especialmente en si aumentaban de peso, el porcentaje de grasa, los niveles de glucosa y el funcionamiento de sus hígados. El resultado es que los roedores del primer grupo producían y utilizaban más energía, un excedente que utilizaban para producir glucosa –azúcar en sangre–, que es precisamente de lo que se alimenta el cerebro. Por su parte, los del segundo grupo tendían a acumular grasa.
Además, vieron otro resultado llamativo. Los ratones con microbios de especies con cerebros grandes presentaban «similitudes biológicas» a pesar de que no somos parientes cercanos de los monos ardilla. ¿Cómo explicarlo? «Estos hallazgos sugieren que cuando los humanos y los monos ardilla desarrollaron por separado cerebros más grandes, sus comunidades microbianas cambiaron de manera similar para ayudar a proporcionar la energía necesaria», subrayan.
Mientras se confirma si nuestros 'bichitos' fueron tan importantes en el crecimiento de nuestros cerebros, no cabe duda sobre su importancia para la salud. Se sabe que cuando se encuentran en buen estado, nos ayudan a defendernos frente a infecciones, son fundamentales en el desarrollo neurológico e incluso alteran el estado de ánimo. Sepan que entre el 90 y el 95% de la serotonina, el neurotransmisor asociado con las emociones, se produce en nuestras 'tripas'. Cuando se desequilibra, se ha relacionado con enfermedades como el alzhéimer y el párkinson.
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