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En Granada, donde todo 'es la polla' –desde la Alhambra a la tapa gratis que te ponen en el bar y con la que casi cenas–, saben bien la historia del 'tío del puro', que regentaba un quiosco en el centro y era considerado un 'malafollá', que significa, según consta en el libro 'La malafollá granaína' de José García Ladrón de Guevara, «una suerte de mala hostia gratuita que los granadinos reparten sin ton ni son a todo aquel que les rodea y que, en ningún caso, denota mal carácter, ni mala educación, ni animadversión en particular por el interlocutor. Tampoco denota desinterés o apatía en el granaíno, como dicen algunos». ¿Un poco ambiguo? Mejor lo explica con un ejemplo Francisco Manjón, profesor de Lingüística de la Universidad de Granada y coautor de 'El arte del insulto' (1997): «Yo quería ver el 'Mesías' en el Auditorio Manuel de Falla y el 'tío del puro' vendía entradas en su quiosco. Pues muy amablemente me ofrecía unas localidades que no me gustaban y yo le preguntaba a ver si no había otras mejores, y él, con el plano delante de mis narices, donde yo estaba viendo que sí había otros asientos, me decía que no, que solo había esas, las que él quería, con toda la tranquilidad del mundo. Pues eso es un 'malafollá' de manual. Su quiosco estaba en la Fuente de las Batallas, enfrente del bar 'El Elefante', y el dueño era igual, por eso esa placita es considerada el centro neurálgico de la 'malafollá granaína'».
Todos los idiomas tienen su arsenal soez, un repertorio que se compone de insultos, blasfemias, palabrotas, tacos... Además, dentro de cada idioma, están las preferencias locales, como los famosos 'collons' catalanes –no confundir con los 'calçots', estos se comen y los otros, ni tocarlos– que a veces incluso mentamos en Euskadi si nos apetece sonar un poco más finos. Porque si en Granada esto y aquello 'es la polla', en Euskadi todo es la 'hostia', 'cagüen txotx'. Si no lo creen, sintonicen algún capítulo de 'El conquistador del Caribe', un gran programa de supervivencia de ETB donde, además de divertirse, aprenderán el lenguaje favorito de los vascos, y no presupongan que es el euskera. Porque en ese concurso se pasa muy mal, y cuando los seres humanos lo pasamos mal solemos decir palabrotas. «Todos tenemos necesidad de insultar en mayor o menor medida –aclara Manjón–. A veces escucho que los japoneses no tienen palabrotas en su idioma, como también suele decirse que en castellano abundan más que en otros, y no es cierto, lo que pasa es que por cultura o por forma de relacionarnos las utilizamos más o menos. En realidad, todos usamos solo unas pocas del repertorio a nuestra disposición. Cualquier lengua natural tiene insultos, no así las artificiales, como el esperanto o el toki pona, creado por una lingüista canadiense que admiraba la filosofía taoísta y que se basó en la filosofía y la bondad. Sin insultos, porque no concebía esa forma de relacionarse que sí contemplan todas las lenguas naturales».
Tolkien, autor de 'El Señor de los Anillos', inventó varios idiomas –con diversos grados de desarrollo–, y según la comisión de lenguas de la Sociedad Tolkien Española «no hay registrados insultos ni palabrotas en ninguno. Es entendible, ya que en realidad las inventó en el marco de sus historias y en ellas no se usa ese tipo de palabras. No hay 'malas' palabras, aunque sí algunas para suciedad, aborrecer, excrecencias y asqueroso. Por ejemplo, en la frase «Uglúk u bagronk sha pushdug Saruman-glob búb-hosh skai», pronunciada por un Uruk de Mordor para insultar a otro orco al servicio de Saruman, tenemos 'bagronk' (pozo ciego, cloaca), 'pushdug' (asqueroso o apestoso), 'glób' (tonto o sucio) y 'búbhosh' (tripas de cerdo), pero no hay mucho más».
Al final lo de insultarse o decir palabrotas va a ser una necesidad vital, pues hay incluso estudios que lo avalan, como los de la Universidad británica de Keele:asevera que es sano para nuestra salud mental al tener beneficios que van desde atenuar el dolor hasta parecer más honesto ante los que nos rodean, y de funcionar como válvula de escape en situaciones de estrés. Así que si se ha dado al 'palabroting' durante el confinamiento, quizá se ha librado de algún tipo de problema mental.
Eso pudo ocurrirle al escocés de Edimburgo George Bannatyne durante la pandemia de peste negra del siglo XIV mientras intentaba eludir la enfermedad encerrado en su casa. Aprovechó la cuarentena para recopilar textos, unos 400, de la literatura de su país, y en uno de ellos, fechado en 1568, aparece el uso más antiguo de la palabra 'fuck' (joder), eso dice la Biblioteca Nacional escocesa. En él se recoge una especie de 'pelea de gallos' (batalla de rap) que solía hacerse en lugares públicos y donde acostumbraban a decir palabrotas. En el texto en cuestión, uno de los contendientes se burla del dialecto del otro insinuando que practica sexo con caballos y el otro se ríe de su corta estatura y de su relajado esfínter intestinal (léase 'cagón'), hasta que suena 'wan fukkit funling', considerando que 'fukkit' es el primer uso de 'fuck'.
Pero Paul Booth, investigador de la citada Universidad de Keele, asegura que la primera vez que esa palabra quedó escrita fue en un texto legal de 1310: recoge el caso de un hombre llamado Roger Fuckebythenavele, aparece así por tres veces, y a juicio del experto no es una broma ni una equivocación, sino el extraño apodo por el que se conocía aquel hombre: «O le llamaban así por ser un copulador inexperto o es que había pretendido fornicar con alguien a través del ombligo, pues eso significa 'fuck by the navel'».
Dice Manjón desconocer cuál es el primer insulto o palabrota recogida en el castellano escrito, aunque se «jugaría el cuello» a que está en los primeros textos del siglo XI o XII, relacionado con la religión –una blasfemia–, con el sexo, con algo sobre la capacidad intelectual o con eso que se llama mentar a la familia. En la lengua oral se decían muchas, lo que pasa que no solían escribirse, solo se hacía referencia a ellas». Cervantes, en 1605, ya da bastantes ejemplos, en esos momentos en que Don Quijote se enfada con Sancho Panza: traidor, descompuesto, villano, infacundo, deslenguado, atrevido, desdichado, maldiciente, canalla, tonto, rústico, patán, malmirado, bellaco, socarrón, mentecato, hediondo... Todo eso llamó a su escudero, iracundo.
Es difícil saber cómo surgen los insultos, por qué son los que son y suenan como suenan. Es común leer que las palabrotas suenan fuertes por la abundancia de consonantes oclusivas sordas (p, t, k), en las que el flujo de aire se ve interrumpido, contenido, y luego se se suelta abruptamente, como una explosión. Pero Manjón lo desmiente también: «Quizá sea precisamente la explosión de enojo en la que estás cuando dices esas palabras lo que las haga parecer más fuertes, pero hay de todo. Al hablar rápido y enfadado lo dices de una determinada manera y por eso puede dar esa impresión de que abundan determinados sonidos, pero si vas a los ejemplos concretos no es así. Lo que sí hay son insultos que se crean por la repetición de dos sílabas y que suelen tener que ver con la capacidad intelectual, como 'bobo', 'lelo', 'tonto', y muchos que se forman con dos palabras, como 'correveydile', 'tontopolla', 'tontolaba'...». Dice que también sucede que en el lenguaje oral, coloquial, se aceleran los cambios fonéticos, «como pronunciar 'güevos' por huevos. Incluso puede suceder que escribiéndolas las pongas así para diferenciarlas como las palabrotas que son». Como escribir 'ostia' sin h. O ese 'cagüen txotx' con que los vascos suavizamos la palabra 'dios'.
Tanto ese gracioso 'malafollá' –en realidad, 'malafollada'–, como el 'puta', 'zorra', 'coñazo'... siempre con connotación negativa, por no hablar de insultos como 'hijo de puta' o 'cabrón', que suponen que detrás hay una 'mala' mujer, y en el otro lado 'cojonudo', en positivo, son reflejo de una sociedad machista: «Los insultos no son sexistas, lo es la sociedad que los genera, y la nuestra lo sigue siendo, con lo que el lenguaje lo refleja –explica el profesor Manjón–. Los insultos muestran este defecto con toda su crudeza». «En nuestro idioma sucede que como solo hay dos géneros existe demasiada identificación con los dos sexos, lo que posibilita en mayor medida el sexismo, algo que no pasa en otros idiomas. ¡Algunos tienen 15 o 16 géneros!».
¿Y qué fue del 'malafollá' del 'tío del puro'? Lo último que se supo es que le tocó la lotería y cerró el quiosco. Eso sí que 'es la polla'.
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