Borrar
Un vecino de Ardales se refresca en uno de los días más calurosos de este verano. Salvador Salas
Ardales, donde el terral asfixia
Vacaciones asfixiantes o a la fresca

Ardales, donde el terral asfixia

Los habitantes más veteranos de este municipio malagueño recuerdan cómo hace décadas pasaban las noches al raso, porque las casas se convertían en hornos; ahora los más jóvenes dicen que salir a la calle es difícil de día, porque el sol abrasa, y de noche, porque no refresca

Jueves, 10 de agosto 2023, 00:16

Los habitantes de Ardales dormían en la calle en verano. Sucedía hace cuatro, cinco, seis décadas. «Las casas eran un horno», rememora Rafael García Torres, de 77 años. Los tejados eran de caña y las viviendas apenas tenían ventanucos que permitían una ventilación muy precaria, por lo que era prácticamente imposible que pudieran refrescarse. También un grupo de señores sentados en una terraza de la principal plaza del pueblo comparten ese mismo recuerdo: «Te salías a la azotea, a la calle, o si no, a la era a dormir. Además no había duchas ni nada. Tenías que ir al río a bañarte», añade José Antonio García Florido.

Por eso, algunos lugareños, como Rafael, defienden que llevan «bien» el calor: «Cuando era más joven he pasado tanto, que ahora es más llevadero». «Antes, cuando estaba en el campo, tenía que poner un botijo debajo de una gavilla de trigo y aún así, el agua estaba más caliente que fría. Ahora hay más adelantos: se llevan sus neveras y las cosechadoras tienen aire acondicionado», explica Rafael.

Rafael García Torres, en la puerta de su casa de Ardales, vigila la temperatura del aire que entra en su casa y se prepara para cerrarla a cal y canto cuando suben las temperaturas. Salvador Salas

Pero a las doce y media de la mañana en este pueblo de la provincia de Málaga de alrededor de 2.500 habitantes ya hay 40 grados. Eso es lo que marca el termómetro. Las temperaturas irán a más y llegarán a los 42 o 43 grados a primera hora de la tarde. Estamos en plena ola de calor. Y hay coincidencia entre los vecinos en que esto de las altas temperaturas cada año es peor. «Hace muchos años no llegaba este terral a Ardales. Pero ahora cuando éste fluye y también el aire procedente de Córdoba, es una bomba de explosión de calor», explica José Antonio.

El terral es un viento particular de Málaga que sopla desde el norte y que a veces se compara con el impacto del aire caliente que suelta un secador encendido tanto por su temperatura como por la sensación que se tiene. A Ardales ahora llega su último coletazo cuando alcanza el límite septentrional del cercano valle del Guadalhorce, comentan los lugareños. «Cada vez llueve menos y por eso cada vez hace más calor. Ahora es candela lo que tiene la tierra. Este año Ardales no ha tenido cosecha ninguna», añade otro vecino, introduciendo otro elemento del cambio climático: no se recuerda la última vez que llovió en el pueblo; debe de hacer meses.

Estos amigos siguen saliendo a la calle. No les amedrentan las altas temperaturas. Las combaten pasando por la ducha cada poco tiempo para remojarse. Pero sí, relativamente temprano, a la una y cuarto de la tarde, se retiran a casa, a comer. Reconocen que van a mesa puesta.

Un grupo de amigos en un bar de la plaza del pueblo antes de retirarse a sus casas, a la una y cuarto del mediodía. Salvador Salas

Verónica González y Ana Belén Navarro son dos jardineras municipales del pueblo que aprovechan una pequeña avería en las conducciones del agua para tomarse un respiro. «Hay muchísima flama«, afirma Verónica. »Flama es plasta de calor«, aclara. »Las ventanas no se pueden abrir. Yo a las doce de la noche miré y había 29 grados», explica Verónica. Al final, a la una y pico consiguió dormirse, pero por la mañana a las seis ya estaba despierta. Porque ahora su horario laboral se extiende entre las seis y media y la una y media de la tarde.

Después de comer sí se dedican un rato de siesta para compensar el sueño perdido por la noche. «Se nota muchísimo que cada año que pasa hace más calor», ratifica Verónica. Y dice que sobre todo lo aprecia por la noche: «Yo antes me salía a mi terraza y se estaba en la gloria; ahora a lo mejor te dan las once de la noche y sigue haciendo calor y no puedes salir». Aunque por el día también se queja de que en cuanto sale a la calle «ya te estás quemando nada más darte el sol».

Verónica González y Ana Belén Navarro son dos trabajadoras del Ayuntamiento. Su jornada laboral cambia en verano para evitar estar al aire libre en las horas de más calor. Salvador Salas

Con todo, la estrategia para luchar contra el calor está clara y la explica Rafael: «Levantarse muy temprano, abrir la ventana para que entre el fresco hasta el momento en que compruebas que el aire que entra ya está más caliente que el que está dentro de la habitación; en ese momento, todo cerrado». También se pasan más horas a cubierto, en el hogar: «Yo voy a andar todas las tardes, pero cuando salgo y veo que voy a ser más perjudicado que beneficiado, me vuelvo a casa. Con los días que estamos teniendo ahora, no voy a andar».

Casi lo mismo comenta Juan Manuel Bravo, un abogado que tiene su despacho con vistas a la calle: a media mañana aún tiene la ventana abierta de par en par y se le ve trabajar desde la acera que aún está relativamente fresca porque está a la sombra. No logró conciliar el sueño hasta la una de la mañana en la noche anterior, pero a las seis estaba en pie para aprovechar y andar un poco antes de que apretara mucho más el calor. Si no, no hay manera de hacer un poco de ejercicio.

Además, comenta las ventajas de que la casa de su familia sea antigua y de buena construcción -no como las de caña que habitaban quienes en verano optaban por echarse a la calle a dormir-: este inmueble tiene paredes muy anchas que aislan mucho. De hecho, cuenta que su madre, María Moral, no usa el aire acondicionado, sino que abre las dos puertas de la vivienda para que se forme corriente: tiene la suerte de que las dos están enfrentadas. María va escogiendo estancia en la que descansar según la temperatura que tenga cada una. Y eso depende de la hora del día.

Juan Manuel Bravo y su madre, María Moral, hablan a través de la celosía de la ventana del despacho que este abogado mantiene abierta mientras trabaja, siempre que la sombra proteja su calle. Salvador Salas

Si los vecinos valoran la antigüedad y la calidad de las construcciones para combatir el calor, el alcalde de la localidad, Juan Alberto Naranjo Moral, también señala como elemento de protección el origen musulmán del municipio y que ello implique un diseño urbanístico que garantiza la sombra durante gran parte del día al menos en las calles de la parte más antigua del pueblo. Y es curioso, pero los vecinos están bastante satisfechos con las dotaciones contra el calor, como el arbolado o las fuentes. Sólo hay una queja: el aparcamiento, que dicen que es un caos en el pueblo, y los coches, que aumentan la sensación de calor por la contaminación que aportan. Es un alivio cuando por las fiestas la plaza principal del pueblo se libra de los automóviles.

El calor aprieta, pero no por eso se deja de trabajar. Ya lo hemos visto con las dos empleadas municipales, que a media mañana estaban manguera en mano para regar los árboles del municipio. Y también nos topamos con José Manuel Luque, que tiene un establecimiento de pescado y lo reparte por varios pueblos de la zona. Sufre el impacto del calor porque con altas temperaturas vende menos, la gente sale menos a comprar y él tiene que andar más las calles para efectuar el reparto. También señala que los costes se le incrementan, al requerir más hielo para mantener fresco su producto.

José Manuel Luque reparte pescado en Ardales y otros pueblos de la zona: cuando hace calor tiene más trabajo porque la gente sale menos de casa. Salvador Salas

Y si con el calor se opta más por el reparto a domicilio es porque, como dice Dolores Paz Berrocal, quien va con el carrito y sus dos hijas al lado, «hacer la compra a estas horas es cruel». Es ya la una de la tarde, pero si no se puede conciliar el sueño por la noche luego cuesta madrugar: «Ponemos el despertador, pero lo apagamos muchas veces». Y también sucede algo curioso en este pueblo.

Y es que, lejos de apostar por platos fresquitos para llevar mejor las altas temperaturas, no se renuncia a la comida contundente y caliente. Dolores iba a preparar cazuela de fideos después de haber tomado un puchero con su tocino y todo el día anterior. «Estaba ardiendo, pero me sentó muy bien», defiende, y se refiere a cómo en los países más cálidos no renuncian al té moruno caliente en verano porque, precisamente, ayuda más a refrescarse que las bebidas frías.

Dolores Paz Berrocal y sus hijas haciendo la compra para luego prepararse una cazuela de fideos. Salvador Salas

Otra madre, Sonia García, se queja de lo complicado que es pasar el calor con niños. Se sobrelleva, dice, con piscina (de hecho, iba para la casa con una que acababa de comprar para que pudieran estar a remojo todo el día), aunque están todo el día «muy chinchones».

Pero el impacto en la agricultura o en el reparto del pescado no es el único efecto económico que tiene el calor -o una de sus causas: la falta de lluvias- en la provincia. El alcalde de Ardales explica que la afluencia al embalse del Guadalhorce, una de las atracciones turísticas más importantes de los alrededores, ha bajado: «Donde estaba la playa, no hay agua; el agua está a 600 o 700 metros de donde estaba antes. El que haya bajado el nivel del pantano afecta económicamente al municipio». Según rememora el primer edil, este área consiguió la primera bandera azul para una playa del interior de Andalucía hace tres años. Ahora no es que haya perdido esta distinción, afirma el alcalde, es que no se ha podido ni solicitar. Por ello, las empresas de los alrededores, «no están ni al 50%». El cambio climático tiene efectos económicos también.

Al menos el pueblo no tiene que enfrentar de momento restricciones hídricas, aunque se trabaja en la concienciación de agricultores y ganaderos, el lavado de coches y de los animales, los regadíos, o la prohibición de los baldeos en las calles. Según explica el alcalde, tienen la suerte de contar con un pozo de agua que sigue bombeando sin problema, aunque sí han notado que los depósitos se vacían más rápido que otros veranos. En la ciudadanía sí existe esa conciencia. Así, José Antonio reflexiona: «Ardales tiene una situación privilegiada en lo que al agua se refiere. No nos falta. Pero es verdad que habría que preservar un poco, porque se está gastando muy alegremente y no sabemos a la larga cómo nos vamos a ver».

Las autoridades municipales también toman medidas contra el calor para ayudar a los vecinos. Además del cambio de horario de los trabajadores del ayuntamiento, la teniente de alcalde del municipio, Irene Calderón, explica que se han repartido bonos a asociaciones y grupos para que puedan ir a la piscina gratis diez días, lo que se suma a que las jornadas más calurosas esas instalaciones son gratuitas para todo el pueblo. Además, el ocio se adapta a las altas temperaturas: se organizan veladas al fresco los fines de semana, actividades con niños a última hora de la tarde, gyncanas acuáticas…

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

larioja Ardales, donde el terral asfixia