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Un grupo de robreños respalda la candidatura de Robres del Castillo a mejor pueblo riojano desde el puente medieval que conecta los dos barrios. :: MIGUEL HERREROS
Robres del Castillo resurge como un remanso de paz
COMARCAS

Robres del Castillo resurge como un remanso de paz

El municipio rezuma tranquilidad y permite disfrutar de paseos en plena naturaleza y actividades de caza, escalada y bicicleta La localidad esquiva la despoblación y cobra nuevos aires gracias a los hijos del pueblo que han arreglado las casas

PILAR HIDALGO

Lunes, 26 de agosto 2013, 01:50

Robres del Castillo se aferra con ganas a la vida. Los hijos y descendientes de esta pequeña localidad del Alto Jubera han dotado en los últimos años de actividad a este municipio con una treintena de vecinos censados, situado en lo que se llaman las 'Alpujarras riojanas', una zona agreste de la Reserva de la Biosfera riojana muy azotada por la despoblación.

Robres ha conjurado los fantasmas de la desaparición hasta hoy. Peor suerte corrieron la mayoría de sus aldeas: Dehesillas, Buzarra, Oliván y Valtrujal vieron partir a sus últimos moradores hace muchos, muchos años. Sólo San Vicente de Robres, la única aldea no abandonada de este grupo, ha conseguido llegar con pulso al siglo XXI. Hoy en día se reparte con Robres la mitad de los habitantes registrados en el municipio. «Incluso gana a Robres: 16 viven en San Vicente y 14 en Robres», apunta Floren San Miguel, promotora de la candidatura de Robres del Castillo junto con su hija Virginia Martínez.

Floren y Virginia asisten esperanzadas al resurgir de Robres, al igual que los otros hijos y vecinos del pueblo que se juntaron una soleada mañana de domingo en el puente medieval sobre el río Jubera con el deseo de que Robres del Castillo sea proclamado el mejor pueblo de La Rioja.

Muchos de ellos hicieron sus maletas a mediados del siglo pasado para labrarse un futuro mejor en la ciudad, lejos de los fríos inviernos en este rincón de una de las comarcas más desconocidas de la región y de las escasas perspectivas que ofrecía una economía de subsistencia basada en la agricultura de secano, la ganadería y algo de huerta.

Un importante grupo de ellos comenzó en los 90 a arreglar las robustas casas de piedra que jalonan Robres y regresan los fines de semana o en verano. Ellos han devuelto la ilusión al pueblo, que los recibe siempre que vienen con la más emblemática de sus estampas: el castillo-fortaleza de tiempos de los árabes y las ruinas de la iglesia de Santa María la Real. Poco queda ya de estos dos monumentos que miran desde dos altos y que fueron testigos de tiempos mejores.

«Desconectar»

En Robres del Castillo la pérdida de pobladores ha dado paso a una paz inmensa. Los que regresan a cada poco buscan precisamente «desconectar», como indica Floren. Pasean entre los robledales (de éstos y del castillo toma el nombre la población) o recuerdan episodios del pasado: cuando los niños patinaban sobre el Jubera helado, los mayores bajaban a cambiar a Arnedillo el queso de cabra o los huevos que producían por un poco de arroz o azúcar y los jóvenes dejaban ramos de flores o ramas de roble en las ventanas de sus amadas.

Para los jóvenes de hoy, como Virginia, Robres del Castillo es sinónimo de los veranos más inolvidables en el pueblo, donde los niños pueden hacer cosas impensables en la ciudad: «Jugar a hacerte una cueva con las piedras de pizarra gigante que te encontrabas en el monte, pescar cucharetas en el río, bañarte en la poza Gollizo y buscar el 'lago de los deseos'».

El paso del tiempo ha podido con algunas tradiciones. Ya no se trilla como hace unos cuarenta años, como tampoco resuenan las matracas que tocaban los más pequeños en Semana Santa como forma de aviso, porque a partir de Jueves Santo no se podían tocar las campanas. También se perdió la celebración del día de Santa Águeda, una fiesta que en la actualidad bien podría asimilarse al 'Día de la mujer trabajadora'. Durante esa jornada las mujeres mandaban. Ellas subían al campanario a tocar las campanas, celebraban una misa sólo para ellas y a la vuelta comían la suculenta comida que les habían preparado los hombres.

Las fiestas que siguen congregando a muchos robreños son la romería a la ermita de San Sol y los festejos de San Miguel, en honor del patrón del pueblo. La primera se celebra en mayo y acerca a los vecinos hasta esta ermita sencilla y sin campanillo dedicada a tan poco conocida advocación. Algún sacerdote les ha dicho incluso que este santo no existe, pero en la última romería las mujeres exclamaron «Viva San Sol» al término de la misa para dejarle muy claro al cura que ese templo no conoce otro santo.

El último fin de semana de agosto le toca el turno a San Miguel. La Asociación Cultural de Amigos de Robres del Castillo organiza unas fiestas que reúnen a mucha gente. Y es que Floren señala que «en Robres hay mucha hermandad entre las diferentes familias».

El futuro del pueblo está vinculado a la naturaleza y a la tranquilidad que ofrece. Virginia destaca que «hay rutas preciosas para hacer senderismo y unas vistas geniales desde la montaña. También puedes buscar setas en el monte, practicar escalada o ir en bici».

En San Vicente de Robres organizan un concurso de pintura al aire libre y hay actividades de contemplación de constelaciones porque no hay pizca de contaminación lumínica. El término municipal acoge además un coto de caza y un parque de aerogenadores, dos fuentes de ingresos para este municipio que pugna por ser el mejor de La Rioja.

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