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Usain Bolt, ayer tras su victoria en Moscú. :: AFP
Un feliz extraterrestre
FIEBRE EN LAS GAUNAS

Un feliz extraterrestre

VÍCTOR SOTO

Lunes, 19 de agosto 2013, 02:21

Creo que nunca sabremos si hay vida inteligente más allá de nuestro planeta. Es más, cada vez en más ocasiones dudo de que la haya en éste. Pero hay manifestaciones evidentes de que algún extraterrestre habita entre nosotros. Y hace gala de sus potencialidades para dejar a los simples mortales con la boca abierta.

Usain Bolt debe de haber llegado de algún planeta lejano en el que los seres están formados por longilíneas y elásticas fibras irrompibles. Músculos de acero y carenado de ébano para una maquinaria perfecta. Pero, sobre todo, de un lugar donde la felicidad es algo tangible, una máscara eterna que comienza a apuntarse en los labios y estalla en los ojos con un fulgor desarmante. Me encantaría que eso fuese así. Que Bolt fuese un marciano, un bicho raro, una anomalía a la que observar a través de un microscopio para posteriormente tratar de extraer sesudas conclusiones científicas.

Pero sólo es una falsa ensoñación. Desearía hablar de Bolt con un ufólogo para no tenerlo que hacer con un sociólogo. O con mi abuela o cualquiera de las abuelas y abuelos que nacieron en aquella tan lejana (y cercana) España de la postguerra, autarquía y hambre.

Porque sé que Usain Bolt proviene de Jamaica, al igual que sus compañeros, que se permiten vestirse de leopardo porque realmente esconden uno dentro. Jamaica, una isla donde más del 20% de la población vive en la miseria, que no en la pobreza. Un estado con una de las mayores tasas de violencia del mundo. Y desigualdad. Un país formado tras los rescoldos de la esclavitud. Pese a la imagen feliz del reggae, los canutos y Bob Marley, la isla es un lugar duro, donde sobrevivir es meritorio. Y vivir, un privilegio. Pese a los millones, la fama y todo lo que le ha caído después a raudales, Bolt mantiene idéntica sonrisa a la que debía de exhibir en su ciudad de Sherwood County hace un par de décadas.

La misma felicidad que encontré hace unas semanas en los ojos de un par de senegaleses a los que una patrullera marroquí dejó a un kilómetro de la costa española. Dijeron que iban a volver a intentarlo. Siempre riendo y haciendo cabriolas sobre la arena de una playa tangerina. El mismo ébano que Bolt. La misma sonrisa. Y la pobreza, esa miseria, esas ganas de huir. De llegar al paraíso, donde obtener un trabajo y empezar a vivir, después de haber sobrevivido. Reían al contarlo, al dar forma a sus ilusiones. Pero también al recordar las playas de Dakar. Reían como Bolt y como lo hacen los niños. Más o menos como deben de reír los extraterrestres.

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