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Kittel, a la derecha de la imagen, supera en los metros finales a Cavendish. :: JEAN-PAUL PELISSIER / REUTERS
Kittel quiere derribar el otro muro alemán
DEPORTES

Kittel quiere derribar el otro muro alemán

Logra su tercer triunfo al batir a Cavendish en Tours, donde Hagen, gregario de Froome, se rompe el hombro tras una caída cerca de meta

J. GÓMEZ PEÑA

Viernes, 19 de julio 2013, 01:48

Marcel Kittel nació un año antes de la caída de Muro de Berlín. Vino al mundo en el otro lado, el del Este, en la Alemania comunista que metió el deporte en una probeta de laboratorio para alimentar su orgullo patriótico. Mujeres que parecían hombres; hombres que parecían estatuas. Deporte de Estado. Dopaje de Estado. Luego cayó el Muro, entró el aire y despejó aquel ambiente corrompido. Alemania, unificada ya, redescubrió occidente, sus hábitos, sus competiciones. El Tour. Y hasta lo ganó con Jan Ullrich en 1997, líder del gran acorazado germano, el Telekom. Por un momento, el ciclismo fue suyo. El país vibraba. Hasta que el dopaje seccionó la euforia. Ullrich, Zabel, Schumacher... Todos cayeron en el lado oscuro. Todos lo han confesado.

Alemania cerró entonces los ojos, apagó la televisión, liquidó sus equipos. Aquello era una traición, una vuelta al Este, a la oscuridad. En este Tour, la nueva camada de ciclistas alemanes suma ya cinco triunfos. Aun así, la televisión pública de su país no emite ni emitirá la carrera. Kittel pudo ayer con Cavendish, pero no con ese muro mediático. Es la herencia que le dejó una generación mentirosa.

Y es una lástima no ver este Tour centenario y monumental. Un viaje por los jardines de Francia. Por los castillos del Loira, deslumbrantes. Diseñados por las esposas de los nobles. Ellos se preocupaban de las guerras; ellas, de la belleza. Lujo italiano, renancentista, a orillas del gran río francés. Un paisaje que se impone. La televisión francesa se recreó ayer. Imágenes para dar envidia al mundo. Orgullo galo. Merecido. La fuga de Sicard, Flecha, Delaplace, Mori y Gavazzi rozó los muros del Castillo de Azay-le-Rideau, erguido sobre su estanque. Perfecto. Y también engañoso. Bajo su tranquilidad esconde historias de sangre. Allí fue quemada toda la población por insultar a Carlos VIII.

Flecha quiso escapar de la quema. Dejó a los otros cuando ya acechaba el pelotón, nervioso porque el viento inclinaba el Tour. Flecha, caído el martes en la contrarreloj, tiene el rostro marcado. «Cara de boxeador», bromea. Se pegó contra el viento. «La segunda semana es la mía, cuando ya no hay tantas fuerzas en el pelotón». Alcanzó el Castillo de Villandry, joya botánica. Un decorado de jardines. Ahí se coló el viento. El miedo. Contador ocupó, como él dice, «la pole». El equipo Saxo se pegó a la derecha. Amenaza de abanico. Campanadas de guerra. Enseguida aparecieron el Sky de Froome y el Movistar de Valverde. Fue el tramo brusco de la etapa. Apenas una escaramuza. Pero los gestos cuentan.

Contador no renuncia, pese a los cuatro minutos perdidos. «Alberto no correrá para ser segundo», juran en su equipo. Del castillo de Villandry hasta la meta de Tours ya fueron todos pegados. De Tours es Honoré de Balzac, que escribió: «La resignación es un suicidio cotidiano». Contador no se resigna, pese a Froome. «El líder está extraordinario. Con su poco peso, hizo una contrarreloj impresionante. Está dificilísimo este Tour..., pero, ¿quién sabe?».

En esta carrera nada está vendido. Cuando los equipos más veloces aceleraban hacia Tours, ya a 2,5 kilómetros del final, el tren del Lotto descarriló en un bordillo. El Loira es un río manso... y cruel. Lo dice su historia. Los lanzadores de Greipel cayeron en dominó y Greipel con ellos. Bicis, piernas, brazos. Ovillo de confusión. Los que libraron la trampa volaron, como Valverde: «Ufff. Me he salvado. A ver si no pasa nada más hasta el Ventoux -el domingo-». Tirados quedaron los caídos, que hicieron recuento de daños. Sieberg, el que provocó la caída, tenía la rodilla roja. Henderson, el codo. Y lo peor: Boasson Hagen, uno de los escudos de Froome, se echaba la mano a la clavícula. El barco del Sky se queda sin dos motores: Kiriyenka y ahora Hagen, con el hombro roto. «Todos hemos pasado miedo», confesó Froome. Y lo que queda.

Al Tour le faltan el Ventoux, una contrarreloj y tres días en los Alpes. A la etapa de ayer, apenas le restaba el sprint. Electrizado por la caída. Cavendish, raso, protegido por su gigantesco lanzador, se disparó junto a la valla. Escuchaba detrás el ruido cansado de los jadeos rivales. Lo de siempre. Pero no. Hay otra música. Hay un alemán más rápido que él en este Tour. Un chico divertido, Marcel Kittel.

«Me he aprovechado del equipo de Cavendish», dijo. Subió a ese vagón en marcha y remontó por dos palmos, por un riñonazo. Su tercera etapa en esta edición. La mejor. «Llevaba tiempo esperando esto». El tiempo que tiene: 25 años. En el 2012 no pasó de la quinta etapa del Tour. Destrozado por una caída. Este año ha sido líder y no deja de ganar, como los otros alemanes: tres etapas de Kittel, una de Greipel y otra de Tony Martin. Los tres vienen del Este, pero han crecido en la Alemania unida. Kittel renuncia a ese pasado oscuro. Cuando empezó a andar, ya habían tirado el Muro. Es informático, fan de AC/DC, bromista y un proyectil imparable. Hasta Cavendish le elogia. Parece su relevo. Su país no le ve.

Tras el positivo de Sinkewitz en el 2009, las televisiones públicas alemanas, ARD-ZDF, quisieron apagar el Tour. No pudieron. Estaban obligadas por contrato a emitirlo hasta el 2011. Cumplieron y pulsaron el interruptor en el 2012. Imagen en negro. Ahora, la generación de Kittel aspira a volver a sintonizar con su descreída afición. Kittel, Greipel y Martin ya han lanzado cinco mensajes. En alemán.

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