

Secciones
Servicios
Destacamos
JORGE ALACID
Martes, 18 de diciembre 2012, 01:21
Quien espere encontrar en el primer capítulo de las 'Memorias' de José María Aznar el corpus ideológico del centroderecha español, reflexiones de gran calado político o dardos envenenados contra adversarios o antiguos rivales en la carrera hacia la cúspide del Partido Popular, se quedará decepcionado. Por el contrario, el libro hará feliz a aquellos que hayan olvidado los usos y las costumbres de la sociedad logroñesa a finales de los años 70 o a quienes tengan un interés sociológico por investigar en aquel tiempo.
Porque el volumen, al menos en el capítulo I 'De Madrid a Logroño y vuelta', tiene más de álbum de postales familiares, de crónica costumbrista, que de síntesis del pensamiento del cuarto presidente del Gobierno español tras la Restauración borbónica. Nuestro pésame a los historiadores, porque el libro recoge incluso algunas erratas, como equivocarse en el apellido de Álvaro Lapuerta (a quien llama De Lapuerta), fallar también en el nombre de los propietarios del restaurante Cachetero (a los que confunde con su cocinera Floren) o desbarrar en un baile de víctimas del cruel atentado de Ollerías.
Más allá de estas anécdotas, el capítulo contiene instantes esclarecedores, si los juzgamos desde la óptica actual. Aznar delata las precariedades de la época, sobre todo en el ámbito de la organización política, dominada por un voluntarismo ingenuo que le lleva de potencial candidato de la derecha comandada por Areilza (cuyos hombres en La Rioja eran Celso Rubio y el galerista Mateo Berrueta), a ingresar en las filas de la AP riojana y convertirse casi sin solución de continuidad en su líder, de la mano de Benedicto Beracoechea y Neftalí Isasi. Todo, apenas unos meses después de aterrizar en Logroño en mayo de 1978 como flamante inspector de Hacienda, hacerse con un estupendo piso en la esquina de Gran Vía y San Antón y ver nacer a su hijo José María: «Es riojano de nacimiento y de carácter».
Así que los episodios logroñeses, con los paseos del primogénito en su cochecito desde el Espolón (donde trabajaba su madre, funcionaria en el entonces Gobierno Civil), a Víctor Pradera (donde tenía su despacho el padre), pronto ceden paso ante excursiones de otro calado: como responsable del PP riojano, Aznar se embarca en un periplo que le lleva por cada municipio de la región, con frecuentes paradas para diseñar la estrategia en el chalé de su mentor Lapuerta en El Rasillo o en los rincones de los valles del Iregua o del Najerilla donde solía pescar el patrón Manuel Fraga.
Son los años en que Aznar queda bendecido por el padrinazgo de otro prohombre de su partido, Félix Pastor, a quien acude a visitar a su finca de Soria con frecuencia. Los años en que salta al fin a la arena política y ofrece su primer mitin en el polideportivo Las Gaunas; los años en que fija su ideario en una serie de artículos publicados en este periódico, donde comparte sus inquietudes en torno a la Constitución recién alumbrada y al naciente sentimiento autonomista, cuya génesis describe en estos términos: «En Logroño no había nada parecido a una demanda autonómica. Pero la presión del nacionalismo había generado en La Rioja una sensación de riesgo, de temor a ser desbordados por la explosión autonómica».
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Destacados
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.