CULTURA

Aurora Vargas, maestra

PABLO GARCÍA-MANCHA

Sábado, 28 de enero 2012, 03:39

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Aurora Vargas dejó muchas cosas sentadas el jueves en su excelente recital del Salón de Columnas. La primera de ellas es que sale al escenario sin escatimar ni una mota de aliento a los espectadores. Comparece como lo hace un artista grande, a darlo todo, a entregarse sobre las tablas como si no hubiera un amanecer al día siguiente. Y eso en estos tiempos de especuladores, de gente que actúa con el metro para no dar ni un ápice más de lo que viene en el contrato, se agradece infinito. Por eso (y entre otras muchas cosas) el público la despidió puesto en pie en agradecimiento a la magnífica noche que había cuajado en su presentación en nuestra ciudad. Pero es que además cantó soberbiamente bien en el conjunto de la velada y excepcionalmente, si se me permite decirlo, en una quejumbrosa minera en la que tocó esas teclitas del alma, las que rozan el espíritu, las que conmueven sin afectación pero con una delicada donosura. Qué belleza su cante, con la respiración ajustada milimétricamente a su compás gitano y a la enorme guitarra de Diego Amaya, que estuvo especialmente sembrado toda la noche. Aurora ni escatimó esfuerzos ni prosopoyea, y aunque es una diosa de la fiesta, empezó por tonás y discurrió por soleá y por siguiriyas con una elegante maestría gitana. Conviene resaltar que es un portento de voz, un punto , rozadita cuando baja los tercios y los mece despacio, arrastrando las sílabas, poniéndose gitana con voz melosa y aterciopelada. Un segundo después, imantada y casi en el alambre, no tiene el más mínimo problema en romper las copas de la con un grito con esa resonancia salvaje, racial e inimitable de la Paquera de Jerez, aquel monstruo sagrado del cante flamenco.

Pero volvamos a la minera, a ese cante de extremo dolor sincero que nace por donde los tempranos, desde Almería hasta la Unión. Hubo algún momento en los que Aurora me recordó a Camarón por su afinación y por el aroma tan profundo que destiló. No hubo demagogia alguna, ni acabar por los tejados para obtener el celofán del aplauso sencillo. Para este humilde cronista fue un cante emotivo que le salió a Aurora del alma, rebuscando el latido en lo más profundo de sí misma. Flamenco grande el concierto de una cantaora que tiene una fuerza especial en el escenario y que sabe rodearse de una trouppe maravillosa, el mentado Diego Amaya a la guitarra, y dos hombres para los que el compás carece de misterios: Rafael Junquera y El Eléctrico, artistas consumados, dueños de los detalles, esclavos del ritmo, constructores de sonidos con el cuerpo; dos genios que nos hicieron literalmente crepitar.

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