TRIBUNA

Las otras discapacidades

«Quiero hablar de otras discapacidades que se escapan a nuestro entorno, tal vez por lo cotidiano, ya que a día de hoy no están ni definidas clínica o socialmente, pero que están formando parte también de nuestra sociedad»

MARÍA JOSE MARRODÁN

Sábado, 3 de diciembre 2011, 02:11

Publicidad

Hoy, 3 de diciembre, se celebra el Día Internacional de las Personas con Discapacidad. Las finalidades del día son bien conocidas: ayudar a entender las cuestiones relacionadas con la discapacidad; propulsar y trabajar a favor de los derechos de las personas con discapacidad; y conocer y valorar los beneficios que se derivan de la integración de estas personas en todos y cada uno de los aspectos de la vida política, social, económica y cultural de sus comunidades. Tener que evocar este día, como otros muchos que no nombro por falta de espacio, confirma que, pese a los avances conseguidos en esos temas, falta mucho por andar y por concienciar. Sin tener conciencia de una necesidad, sin aceptarla, sin el compromiso y la acción no hay superación de dificultades o de problemas de cualquier índole.

Precisamente porque sin la concienciación de un problema, éste no existe para nadie, quiero hablarles, concienciarles de otro problema, otras discapacidades que no se están desarrollando en nuestra sociedad.

Por no caer en profesionales, ni en eufemismos, comprobé en el diccionario de la Real Academia Española el significado de la palabra discapacitado: que tiene impedida o entorpecida algunas de las actividades cotidianas consideradas normales, por la alteración de sus funciones intelectuales o físicas.

En esta sociedad tecnológica y poliédrica, estamos obstaculizando el desarrollo de los niños del siglo XXI como personas autónomas, responsables, con capacidad de crítica y de un disfrute sano de la diversión, y formando nuevas discapacidades. La 'discapacidad ombligo': el niño convencido de que todo gira y está a su absoluta disposición. La 'discapacidad emocional' para asumir y canalizar sus emociones, para empatizar con los sentimientos de los demás. La 'discapacidad para resistir la frustración', para aceptar la crítica constructiva, el no. El 'niño consentido': lo quiero todo ya y esforzarse es de pringaos; el 'niño desvalorizado', para el que la violencia está justificada, la venganza es sinónimo de amistad, conoce todos sus derecho, pero ningún deber.

Publicidad

Hay hechos objetivos que indican la hipótesis anterior: existe un alto porcentaje de fracaso escolar y de padres que acuden a consultas o al orientador afirmando, desde edades cada vez más tempranas: no puedo más con mi hijo. Sin embargo, la situación no ha surgido de un día para otro. Comenzó en el inicio de las relaciones paterno-filiales. Los padres y madres no somos los colegas, ni los compañeros de piso de nuestros vástagos, somos los primeros responsables de su educación. Y, estos pasan cada vez más tiempo sin supervisión en la televisión, los video juegos, las redes de Internet o el móvil, en detrimento de los juegos infantiles, lecturas, paseos y compañía de iguales y familia. Con escasas o nulas responsabilidades y normas básicas. Sin concienciarse del valor de las cosas, del esfuerzo. Sin oír el no que tantas veces debemos decirles como padres.

Pero no sólo estas cuestiones familiares deben cambiar. No hablo de una única causa para la crisis de valores o el fracaso escolar, personal y social al que estamos asistiendo. Son necesarias mejoras en todo el sistema. Por ejemplo: en las planificaciones educativas (revisiones de legislaciones, libros de textos, conexión entre las etapas educativas, formación del los profesionales); en la coordinación entre las diferentes administraciones sanitaria, social, educativa, jurídica (protocolos afines y realistas para actuaciones especiales); en la congruencia interna de cada una de ellas; en los medios de comunicación y audiovisuales que incrementan los contenidos violentos y poco éticos en los programas supuestamente infantiles.

Publicidad

Las personas con discapacidad, reconocidas por su diagnóstico, saben sus limitaciones y luchan por rebasar sus déficits, por acompasar su singularidad a la pluralidad y conseguir el efecto recíproco. No eligieron tener tal o cual discapacidad, pero nos dan día a día ejemplo de superación y esfuerzo. Sin embargo, estas otras discapacidades que creamos en los niños no deben darse, y debemos evitarlas.

No con ni programas para enderezar a adolescentes en la televisión, los cuales vienen a ratificar esta teoría, a mostrar públicamente que hay que ir a los hogares a decir a los padres que hagan aquello que, con el sentido común, nuestros abuelos ya hacían; aquello que, seguramente cada día, les dicen los profesores y orientadores en los centros. Esto es un esfuerzo de todos, empezando por el día a día de la casa a las más altas instancias. De creer en el valor de la educación, de perder tiempo para ganarlo y de recordar las palabras de Pitágoras: «Educa al niño de hoy y no castigarás al hombre de mañana».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta especial!

Publicidad