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JAVIER SOLOZÁBAL
Miércoles, 30 de noviembre 2011, 01:51
Tricio, mi pueblo, es una localidad de apenas 400 habitantes que ha destacado en su historia sobre otras localidades de la zona fundamentalmente por dos aspectos. El primero, en la época romana, cuando alcanzó su máximo esplendor como centro exportador de cerámica a todo el imperio, de lo que quedan vestigios en todo el mundo, además de una ermita, la de Arcos, que ha recogido el reflejo de diferentes estilos y épocas, desde la romana hasta el Barroco, pasando por los visigodos y el Románico. Y el segundo otro aspecto, el pelotazale, por la cantidad de jugadores que en los últimos 40 años hemos salido de esta localidad tan pequeña.
Aunque también es cierto que las cosas no pasan por que sí; lo de Tricio no es una casualidad. Hay un hecho que se produjo a partir del año 1942, y que fue fundamental por su influencia, tanto en su historia como en la de la pelota: el efecto Bolinaga.
En dicho 1942, el caracolero Severo Bezares coincidió en Vitoria, en la , con Eugenio Bolinaga, natural de Mondragón, y entablaron cierta amistad. En uno de esos permisos, cuando Severo llegó al pueblo comentó que convivía en Vitoria con el mejor pelotari profesional del mundo. Enseguida, el intendente que organizaba los partidos en las fiestas, se puso en contacto con Severo y le encargó que procurara convencer al tal Bolinaga para que jugara el primer domingo de mayo. ¡Dicho y hecho! El día señalado Bolinaga jugó su primer partido en Tricio.
Fue tal la sintonía que hubo por ambas partes que en San Bartolomé, el 24 de agosto de ese mismo año, Bolinaga volvió a jugar otro partido, y al año siguiente, y al siguiente. Gracias a Eugenio Bolinaga y a su colaboración, en los años posteriores pasaron por mi pueblo parte de los mejores profesionales de la época: Zurdo de Mondragón, los Arriaranes, Atano IV, Cortabitarte, Onaindía, Chiquito de Iraeta, el gran Gallastequi (que siendo entonces campeón les jugó él solo a los tres mejores pelotaris de la zona: Corono, Ruperto y Titín I, ganándoles 22-21) etc.
Los mayores de este pueblo comentan que el primer año que jugó Bolinaga en San Bartolomé, las fiestas se prolongaron tres días más y los pelotaris pagaron la música. De alguna forma se demuestra el buen entendimiento que hubo entre ambas partes.
Bolinaga vino a mi pueblo año tras año, no solo por la acogida que la gente del pueblo le brindó, sino porque además se enamoró de María Jesús, una bella muchacha del lugar; se hicieron novios y más tarde se casaron. Por estas circunstancias sus visitas al pueblo no se redujeron simplemente a las fiestas, siempre que disponía de un permiso, se desplazaba a este pueblo; y como es de suponer, el centro de reunión de él con la gente del pueblo era el frontón.
Y de esta forma fueron pasando los años y a la vez se fue forjando ese espíritu pelotazale que ya existía en Tricio y en otros pueblos, pero en este caso se fortaleció por esa figura de la pelota que fue Bolinaga.
Todavía recuerdo gratamente que siendo yo muy joven se creaba muy buen ambiente cuando él llegaba.
Por lo tanto sería de necios no reconocer esa gran influencia y sus resultados que este señor aportó a la historia de la pelota en Tricio. Valga como dato significativo que en el año 1975, cuando yo debuté, coincidimos jugando a la vez en profesionales 6 hijos del pueblo: los Naldas, I y II, Sacristán I, Marín, Nájera y yo. Antes y después hubo otros: Pablito, Titín I, Muntión, Nalda III, Marìn II y como máximo exponente Titín III.
Hace algo menos de un año se reformó el frontón de Tricio; se le cambió el suelo, el techo y alguna cosa más. Al acto de inauguración acudieron todas las autoridades y al recinto se le puso el nombre de , y a la calle que pasa por el frontón se le llama, a partir de entonces, Además, se colocó una placa con el nombre de todos los pelotaris emblemáticos, tanto profesionales como aficionados; pero el nombre de Bolinaga no figura en ningún lado, por lo cual siento una gran tristeza.
Por lo que a mí respecta, como caracolero y expelotari, me considero en deuda con este señor que un buen día vino a mi pueblo y dejó su huella para siempre. Yo le estaré eternamente agradecido
¡Gracias, don Eugenio Bolinaga!
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