EDUARDO AISA
Viernes, 9 de septiembre 2011, 02:21
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Aveces los aficionados nos ofuscamos con la monumentalidad de la música del siglo XX, con la expresividad emocional de la época romántica o con la perfección formal de los compositores clásicos. Como mucho llegamos a remontarnos en nuestras audiciones hasta el barroco tardío de Bach, Haendel o Vivaldi, pero nos asusta llegar a épocas más antiguas, donde la música se va despojando de sus vistosos ropajes y sus aparatosas pompas para presentarse en su más pura desnudez. Es difícil en la sociedad actual de prisas y móviles encontrar el momento y el lugar para escuchar y degustar una obra como el Oficio de Difuntos de Tomás Luis de Victoria, obra cumbre de la polifonía universal, pero no dudemos que es una experiencia vital importante encontrarnos alguna vez con nosotros mismos a través de una música como esta.
La Coral de Cámara de Pamplona es desde hace muchos años una agrupación de referencia en el canto polifónico y, por tanto, la conjunción de esta coral y esta obra ofrecía muchas expectativas musicales. Además los coros, como las personas, son seres vivos que cambian con el paso del tiempo y tienen momentos excelentes junto a otros menos buenos. He encontrado bastante cambiada a la coral pamplonesa respecto a actuaciones anteriores en Logroño. Tienen voces individuales impresionantes de calidad, lo que engrandece las frases a solo, aunque posiblemente hayan perdido algo de aquella homogeneidad asombrosa que lucían por el mundo. En cualquier caso ahí estaba la brillante calidad tímbrica de todas sus cuerdas, la formidable disciplina de canto (con preciosas 'esfumature'o con esos finales en 'tenuto' perfectos) y su aproximación vital y contrastada a una partitura tan formidable.
Destacaré su impresionante sonido en el responsorio 'Libera me, Domine' de una profundidad emocionante, su brillantez vocal en el exultante 'Sanctus' y su espectacular poderío en el motete 'Versa est in luctum', dentro de una línea general extraordinaria. El escueto acompañamiento de Quim Guerra al bajón y Patricia González al órgano dieron notable cuerpo y empaste a todo el conjunto, bajo las manos expertas de Josep Cabré que aparte de llevar la dirección con precisión y conocimiento cantaba las frases de invitación de diversas partes. Un gran concierto de polifonía religiosa.
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