JAVIER CAMPOS
Jueves, 9 de diciembre 2010, 09:26
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Ajena al grupo de turistas que posan de las mil y una formas imaginables junto a la portada de la iglesia de Santiago el Real, Mercedes abre la puerta que da acceso a su vivienda en la calle del mismo nombre tras hacer cola en el reparto solidario de alimentos a fin de colocar algo en los estantes de la despensa.
'Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores'. El versículo 15 del capítulo uno de la primera epístola del apóstol San Pablo a Timoteo da la bienvenida al domicilio de esta gitana separada con tres hijos aún a su cargo. Cruzado el umbral, la conversación transcurre con un fuerte olor a puchero en la abigarrada cocina, la misma estancia cuyo suelo se vino abajo hace apenas unos meses.
«Fue al retirar una alfombra cuando me di cuenta de que podía verse el piso de abajo», cuenta. Con el paro a punto de acabársele, la mujer, tremendamente creyente, únicamente puede acordarse de Dios ante la falta de recursos económicos para acometer las necesarias reformas. «Yo acepté a Jesucristo y es mi salvador... hazlo tú también», puede leerse en la pegatina de una de las puertas.
Pese a su dramatismo, el caso de Mercedes no es único. Decenas de familias gitanas y otros colectivos en riesgo de exclusión no tienen más remedio que vivir en viejos bloques de pisos que, tras engañosas fachadas, esconden su categoría de infraviviendas sin las mínimas condiciones de habitabilidad y salubridad.
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Diario LA RIOJA ha visitado junto a la Asociación de Promoción Gitana varios ejemplos de una realidad que permanece oculta a los focos, el denominado «chabolismo vertical», en palabras de Enrique Jiménez, ahora que el pueblo romaní se ha echado a la calle para exigir soluciones al Ayuntamiento en materia de vivienda.
En el Casco Antiguo...
El desalojo del número 8 de Rodríguez Paterna tras varios requerimientos de rehabilitación y su posterior declaración de ruina no es más que la punta del iceberg de un problema del que el pueblo gitano se siente cautivo. José Luis fue uno de los desalojados. Tras un mes de hotel y tres de pensión fue acogido por sus parientes, única salida que pudo encontrar. «La chatarra, con tanta competencia, da para lo que da y la venta ambulante, por mucho que se diga, no es venta», explica.
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José Luis llama a la puerta de su prima Antonia y de la tía Manola, quien a sus 82 años «ora a Jesús» para que alguien acuda en su auxilio y el de los suyos. Tras toda una vida en la calle Caballerías, la «hermana», como la llaman todos, apenas sale a la calle. Basta con echar un vistazo a la escalera del inmueble para comprender el porqué. No hay escalón libre de maderos con su correspondiente puntal... A duras penas logramos acceder al cuarto y último piso, donde Majida, una inmigrante marroquí con la casa en propiedad, nos muestra las grandes grietas que presenta la estructura del edificio.
«Te asomas a la ventana y te echas a temblar», dice mientras comprobamos que el número 9 comienza a asemejarse peligrosamente a la torre de Pisa. El derribo del bloque aledaño ha agravado las deficiencias... Y la actuación subsidiaria de la Administración local, por la que ahora piden 15.000 euros a los inquilinos de los dos únicos pisos ocupados, han hecho lo propio con su situación. «¿De dónde los sacamos?», nos dice la marroquí dejando claro que no se trata de un problema «de gitanos», sino de «personas necesitadas».
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Ya en la plaza de la Oca nos espera Ana, de 30 años, cuya vivienda ejemplifica lo denunciado tantas veces por Enrique Jiménez, presidente de la Asociación de Promoción Gitana. «Rehabilitado por fuera y en total ruina por dentro», dice. «Un arreglo del tejado por parte del propio Ayuntamiento, propietario de parte del inmueble, ha provocado desperfectos en el baño, la cocina y en las habitaciones», explica.
La presencia de un lavabo en mitad de la deslucida escalera da muestras de la magnitud de lo sucedido. Tras breves visitas a varias viviendas de la Judería, algunas desalojadas por el miedo de sus habitantes «a que se les caiga encima mientras duermen», Enrique Jiménez guía nuestros pasos hasta Padre Marín.
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...y en el resto de la ciudad
Ramón y 'Patxi' son dos de los hermanos que en su día fueron realojados tras el desmantelamiento de las 'prefabricadas', gueto chabolista en Luis de Ulloa durante la década de los 80. Hermanos y vecinos de portal, los también Jiménez vieron cómo el Ayuntamiento intervenía en el bloque, donde posee varios pisos, ante un grave problema de humedades. Ahora les piden 8.000 euros que, «malviviendo de la chatarra como malviven», no pueden afrontar.
Ambos hermanos se ven obligados a tirar con lo puesto... Sus domicilios, sin un sólo metro cuadrado libre de grietas, lanzan claros síntomas del hacinamiento al que se ven sometidos. Sin calefacción y con los servicios más básicos a cuentagotas, una estufa de butano en el centro del comedor sirve para engañar al frío.
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Los Jiménez viven al día. «O vendes cuatro hierros» o no hay ni para una barra de pan... «Si compro una bombona tengo que dejar de comprar una docena de huevos», se lamenta Enrique mientras confiesa que los catarros de los pequeños comienzan ahora para no abandonarles en todo el invierno. «¿Cómo no van a faltar a la escuela?», maldice reconociendo que cada noche le resulta complicado conciliar el sueño pensado en si habrá o no algo que llevarse a la boca al día siguiente.
«Por no tener no tenemos ni agua caliente», dice. «Ni fría desde ayer», le informa inexpresiva su mujer mientras con su vieja zapatilla de felpa escarba en uno de los hoyos abiertos en una de las baldosas.
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