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AGENCIAS
Lunes, 6 de diciembre 2010, 01:33
Su 'Vedro con mio diletto' ha sido visto más de 1,3 millones de veces en YouTube, pero el contratenor francés Philippe Jaroussky no habría llenado ni una capilla hace tan sólo 30 años, cuando esa voz, mezcla de mujer y niño, de líquido y etéreo, como quizá sonaran los castrati, no era el 'hit' que es ahora.
Hace cuatro años, Jaroussky grabó 'Carestini. Historia de un castrato', con composiciones de Haendel, Gluck y Porpora, entre otros, con tal éxito que aún hoy sigue siendo un súper ventas, como lo es el 'Sacrificium' de Cecilia Bartoli, un homenaje a aquellos cantantes emasculados que dominaron la escena lírica durante tres siglos y fueron «prohibidos» por el Vaticano en 1903. Ahora Jaroussky (Maisons-Laffite, 1978) acaba de publicar el que es su octavo disco, 'Caldara in Vienna' (Virgin Classics), en el que continúa su redescubrimiento de arias olvidadas con un álbum sobre la música del veneciano Antonio Caldara, contemporáneo de Bach, Vivaldi y Handel, y primer compositor para libretos de Metastasio y Zeno.
Se trata de trece arias para castrato, con el Concerto Köln dirigido por Emmanuelle Haïm, en el que hace un trabajo de introspección, diferente de la pirotecnia que requiere Vivaldi, y en el que explora en todos los matices de la coloratura. «Quizá el público pueda sentirse un poco decepcionado porque le gustarían más 'hit', con Vivaldi a la cabeza, pero quiero afrontar proyectos de largo recorrido, grabar discos que puedan quedar en el tiempo», señala en una entrevista, orgulloso de contribuir a recuperar a músicos olvidados e intentar «convencer a la gente» de que no se puede escuchar siempre lo mismo.
El «revival» del trabajo hecho para castrati y la aparición del fenómeno del contratenor, especula, están vinculados en cierto modo a que es una voz muy difícil, en la que el artista -que emplea la parte externa de sus cuerdas vocales- tiene que cantar «al doscientos por cien, una energía que el público siente».
Mucha de la música sacra y de los roles de ópera que han cantado Jaroussky o mezzosopranos como Bartoli se compuso para hombres castrados antes de la pubertad para preservar la pureza de sus voces, una sofisticada barbarie que hizo de ellos las estrellas del pop del XVIII. Sin embargo, recuerda el contratenor, eran tan «dioses» en el escenario como invisibles para la sociedad y una vez que sus voces desaparecían morían rápidamente porque su vida estaba dedicada a la música.
«Es una historia que me toca mucho. Fue un sacrificio por y para la música y cantaban con el drama con la voz», asegura. Él, un «príncipe» del barroco cuyo sólo nombre basta para llenar las salas, seguirá cantando hasta que llegue la alerta de que debe parar porque, explica, «la voz va madurando, cambiando, y dura en su plenitud entre 15 y 20 años», para dedicarse luego, «probablemente», a dirigir. Entra, dice, en el periodo de su vida en el que cree que podrá dar lo mejor de esa voz tan peculiar, mezcla de la bravura de un hombre y la dulzura de una mujer pero con la pureza de un niño, que sigue trabajando obsesivamente en busca de la naturalidad, de la sinceridad, de anclar su voz en suelo firme, no en un eterno «falsetto».
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