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ENTRE VISILLOSMARÍA ANTONIA SAN FELIPE
Viernes, 23 de julio 2010, 02:14
Sakineh Mohammadi Ashtiani es una mujer iraní viuda y condenada a morir lapidada por la comisión de un supuesto 'delito' de adulterio, que ella niega, y que durante el proceso, dos de los cinco jueces que la juzgaron la declararon inocente; sin embargo, vio ratificada su condena a morir lapidada por el Tribunal Supremo iraní. De momento y de forma ejemplarizante hasta que se cumpliera la condena, esta mujer fue castigada a recibir 99 latigazos y lleva encarcelada desde 2005. Para empezar, los hechos que la señalan con el dedo acusador en la república islámica de Irán no son delito en ningún país que respete los derechos humanos, pero claro, estamos hablando del país de Mahmud Ahmadineyad, donde también un marido puede repudiar a su mujer si tras el parto nace una niña y no el varón que esperaba el marido. Hace algún tiempo vi una película, sacada clandestinamente de Irán, sobre estos asuntos y aún no me he recuperado del susto.
Estos días la magnífica periodista riojana Ángeles Espinosa ha escrito un esclarecedor artículo sobre la lapidación como ley, una ley inspirada en la o ley islámica, que los más conservadores y muchos clérigos justifican señalando que está inspirada en el Corán que, según ellos, señala que morir apedreado es el castigo de Dios para los adúlteros, aunque otros especialistas coránicos consideran que el código sagrado del Islam no habla para nada de dicha pena. Ya ven ustedes que las dos interpretaciones opuestas pueden considerarse válidas a la luz del Corán por aquellos que practican la religión islámica. A mí este debate me transporta a una polémica, ya superada en Europa y más tardíamente como bien sabemos en España, y es que no debe mezclarse la religión y la política, es decir que los estados confesionales, como la república islámica de Irán, pueden convertirse, por causa de la interpretación de las leyes religiosas, en un peligro para preservar los derechos humanos.
Las democracias occidentales ya vieron con claridad hace tiempo que las leyes del Estado son una cosa y la religión otra y que, asimismo, las leyes deben inspirarse, cuando menos, en el respeto a la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y no en el deseo de las religiones de imponer su moral y sus códigos éticos de forma universal. En el caso de Irán, la muerte por lapidación no se incluyó en el Código Penal hasta 1983, tras el triunfo de la revolución islamista. Posteriormente fue suavizada en su aplicación con el triunfo del reformista Mohamed Jatamí, pero con la llegada de Ahmadineyad todo volvió a empezar y ahí estamos. También es bueno aclarar que, como siempre, si eres pobre de solemnidad o eres mujer tienen más probabilidades de morir apedreado que si eres rico y hombre. ¡Así es la vida señores! Afortunadamente la resistencia verde comienza a inspirar a los jóvenes iraníes y sólo puedo sinceramente desearles suerte para terminar con un gobierno que prefiere aplicar la ley islámica antes que los derechos humanos. Confieso que los movimientos colectivos por la libertad siempre me han entusiasmado y que de más joven creí que el mundo, este mundo injusto y cruel con los más débiles, podría cambiar a fuerza de concitar voluntades. Ciertamente hoy soy más pesimista y probablemente más práctica. Pese a todo, creo que debemos seguir uniéndonos en favor de los derechos humanos de forma solidaria. A fecha de hoy la campaña de Amnistía Internacional ha conseguido frenar la lapidación de Sakineh Mohammadi Ashtiani pero no ha ahuyentado todavía la amenaza de que sea condenada a morir por otra pena sustitutiva, por ejemplo, el ahorcamiento. Aún estamos a tiempo ().
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