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ÍÑIGO GURRUCHAGA
Lunes, 5 de julio 2010, 10:35
Basta observar algunas estadísticas compiladas por los ordenadores de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP) sobre la final de este domingo para comprender que la segunda victoria de Rafael Nadal en Wimbledon no fue el producto de un azar o de pequeñas ventajas técnicas en sus golpes sino de la imposición de un jugador sobre otro de una manera que refleja la diferencia entre el número uno del tenis mundial, que ha ganado siete finales de este tipo en el circuito, y un rival que comenzó este torneo como octavo y que llegaba a su primera final del Gran Slam.
El partido duró dos horas y trece minutos pero en ese tiempo -que pudo resultar tedioso para el espectador neutral por lo predecible del resultado y la solamente esporádica brillantez en el juego- Nadal superó a su rival, Tomas Berdych, en casi todos los cómputos que pretenden medir lo ocurrido en un partido de tenis.
Por ganar le ganó hasta en el porcentaje de primeros servicios que no fueron devueltos por el rival, 34% de los del español frente al 32% de los del checo.
Comienzo vacilante
El primer servicio de Berdych va como promedio unos quince kilómetros más rápido que el de Nadal, que ganó sin embargo más puntos con el suyo, 77% contra 72%. Y desde la línea de fondo la diferencia entre los puntos ligados por los dos finalistas se expresaba en porcentajes con una victoria de Nadal por 51% frente al 38%. El checo no es un tenista de servicio y volea, porque esos ya no existen -ayer ninguno de los dos tenistas ganó un punto con una volea tras su primer servicio-, sino que intenta ganar con grandes saques y con pelotazos desde el fondo. Si en esas dos facetas tenía un rival porcentualmente superior, la esperanza de victoria era nula.
Por eso, aunque quizás como consecuencia del viento los primeros compases del partido fueron vacilantes, con un Nadal que parecía menos asentado en la pista y en sus golpes que en los dos últimos partidos, pronto se convirtió en certeza que el set avanzaría igualado hasta un momento de ruptura en el que lo que estaría en juego sería la fortaleza mental de ambos tenistas. Llegó con el marcador 3-3, cuando habían pasado 25 minutos desde el comienzo.
Sirvió Berdych y el primer punto se fue cuando pegó con el arco a una bola que le lanzó Nadal también tras rozar el arco; el segundo con un revés largo; el tercero con un 'passing' excelente del menorquín, que ya había oído desde el palco la voz de su tío Toni -«vamos Rafael»- advirtiéndole de que había llegado el momento de aumentar la presión y de comprobar de qué material estaban hechas las ambiciones del checo. No era acero. Berdych salvó el siguiente punto pero cedió el juego cuando no pudo con un resto cruzado de revés a su segundo servicio.
Once minutos
Nadal no tiene esas dudas en los momentos decisivos, cerró el set rompiéndole de nuevo el servicio al rival y con un primer marcador de 6-3 el partido estaba encarrillado para confirmar el pronóstico más cabal, el de que el español voraz en el peloteo y en el palmarés no tendría rival suficiente en un chaval de su edad que sólo ahora se está metiendo en los tramos finales de los grandes torneos. Era la confirmación del pronóstico pero llegó el momento que justificó el pago de la entrada.
Berdych salió más suelto y los consejos del tío -«atento Rafael»- no sirvieron para que Nadal no tuviese once minutos de apuro, los que duraron el primer juego del segundo set con su servicio. El checo se aprovechó de fallos inusuales de Nadal, que hizo dos dobles faltas en las cuatro igualadas y tiró alguna bola a la red en golpes que no parecían tan apretados. Pero Berdych estaba forzando mucho y el fatigoso juego del primer set se lo llevó Nadal cuando su rival volvió a tirar larga una bola lanzada para lograr inapelablemente el punto.
A partir de ahí hubo que esperar a que ocurriera lo predecible. Se trataba de saber cuándo se quebraría Berdych. Ocurrió en el 6-5, con una dejada tonta, un derechazo que se va largo, otro que se va a ninguna parte. Con dos sets a cero, el partido estaba visto para sentencia porque nada en la hora y media de juego sugería que la pista central de Wimbledon pudiese asistir a un vuelco nervioso que turbase a quien fue aquí ya campeón y diera más optimismo al aspirante.
No ocurrió y el tercer set avanzó hacia los dos o tres puntos decisivos, que cayeron de nuevo del lado de Nadal. El campeón español cayó fulminado al suelo como le ocurre en cada victoria y luego dio una cabriola, que fue la novedad, el acontecimiento inesperado de una final aburrida de ver.
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