LUIS J. RUIZ
Lunes, 3 de mayo 2010, 10:16
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Son, pongamos, las 17 horas de un miércoles cualquiera. El bullicio de las calles de Logroño crece geométricamente con cada paso que nos acerca al centro de la ciudad. Gente que pasea, gente que disfruta en una terraza y gente que espera a aquellos con los que compartirá la sesión vespertina. A esa hora, en la confluencia de las calles Vara del Rey y Gran Vía, el Banco de España ejerce su función de atracción y se convierte en uno de los puntos de encuentro más privilegiado de la capital desde el año 1957.
«¿Dónde quedamos? ¿En el Banco de España?». Ese es, probablemente, uno de los puntos de encuentro mas habituales del Logroño del 2010. Su céntrica ubicación en la confluencia de las calles Vara del Rey y Gran Vía y su inconfundible arquitectura lo convierten en uno de los edificios que, exteriormente, todos los riojanos conocen pero cuyo interior continúa siendo uno de los grandes desconocidos: empresarios, banqueros, responsables de la administración y un reducido grupo de ciudadanos son sus 'clientes' habituales. Para todos los demás, el Banco de España no es sino uno de los edificios singulares del centro de la ciudad.
Entre sus muros -que antes estuvieron en las calles Mayor (1885-1911) y Once de Junio (1911-1957)-, además de unos cuantos billetes, la combinación de mármol y maderas nobles le dotan de una solemnidad corroborada por sus grandes espacios y sus altos techos. Superado el empinado tramo de escaleras que da la bienvenida al visitante -y que cumple la doble función de acceso y de 'cúpula' de un sótano en el que, vigilada por los más modernos sistemas de seguridad, descansa una, suponemos (esa misma seguridad es la que prohibe las visitas), cámara de seguridad al estilo 'Ocean's Eleven'-, el amplio patio de operaciones se convierte en lo más parecido a un búnker inverso: cinco centímetros de cristal de seguridad separan los billetes de las tentadas manos del visitante.
Máxima seguridad
«Nunca han intentado entrar a robar. Es casi imposible por los sistemas de seguridad y porque en el edificio está presente la Guardia Civil, así que en el caso de que fuera un atraco con violencia, existiría un alto coste en vidas humanas para un botín que sólo en determinados momentos sería suculento».
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Quien habla es Gabriel Gil, director del Banco de España en Logroño, la única delegación de la entidad en tierras riojanas tras la desaparición de la sucursal que, en su momento, se puso en marcha en Haro atraída por el auge vitivinícola. «La idea es que todas las comunidades tengan una sede», explica Gil antes de comentar que la actividad en la sede riojana ha quedado reducida, básicamente, a una función institucional.
«La actividad de movimiento de dinero se ha centralizado en Zaragoza y Bilbao, desde donde se distribuye el dinero a las entidades. Nosotros emitimos los certificados del CIRBE, vendemos deuda pública y operamos, sobre todo, con Administraciones», explica el director de la entidad.
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Con una decena de trabajadores, la vida que antes tenía este inmenso edificio (planta baja más tres con una superficie por planta de 753 metros cuadrados) ha desaparecido: «En las plantas superiores hay viviendas y es donde antes vivían, además del director, los ordenanzas. Ahora todo está vacío y sólo vivo yo», explica.
La sobriedad del edificio también se traslada al trabajo y las anécdotas son escasas: «Trabajamos de una manera muy estricta», explica Gil, «y son pocas las anécdotas del edificio». Entre todas destaca la que tuvo lugar en la madrugada del 14 al 15 de agosto de 1931. Con la sede aún en la calle Once de Junio, el Gobernador de la provincia, Eduardo Reina, guardó en el depósito de alhajas de la entidad los Marfiles de las arcas de San Millán y San Felices antes de ser remitidos al Museo Arqueológico de Madrid que los custodió hasta su devolución al Monasterio en el año 1943.
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