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JULIÁN MÉNDEZ
Domingo, 11 de abril 2010, 03:05
Los marineros del siglo XVIII se tatuaban en la espalda el nombre de los barcos donde servían. ¿Pasión? ¿Orgullo? Nada de eso. Era el mejor modo de reconocerles si algún día, tras un naufragio o una mala caída desde las vergas, su cuerpo aparecía flotando en cualquier playa. Por eso mismo llevaban pendientes de oro en las orejas, para que algún alma caritativa, después de arrancarles el metal de los lóbulos, se apiadara de sus almas y les diera sepultura.
Los marines de Estados Unidos destinados en Afganistán saben que tienen una tumba asegurada en Arlington y la identidad cosida al pecho con dos chapas de metal. Pero se tatúan. Y mucho. «Viven en peligro y piensan que los tatuajes sirven como protección. Tatuarse -explica a V Pete Dutro, tatuador en el Fat Cat, un local del distrito de Queens, en Nueva York- significa también entrar en un gang, en una banda... La mili tiene mucho de banda, de meterse en una hermandad».
Una hermandad con sus ritos iniciáticos, sus códigos y su propio lenguaje, el del Cuerpo de Marines. Entre esas costumbres está el tatuarse la piel: primero, las letras USMC, exclusivas de quien ha pasado por esas unidades destinadas siempre en primera línea. Nadie que no haya superado las trece semanas de instrucción en los campamentos de San Diego y Parris Island podrá inscribir esas letras. Luego, el clásico 'Semper Fi' (del Semper Fideles, siempre fieles, el lema del Cuerpo) y, dependiendo del gusto y del dinero, vendrán palomas, cruces, golondrinas, filigranas polinesias, símbolos celtas, cabezas de dragón, taraceas sudamericanas... Y, por fin, las grandes composiciones como ese cenotafio en el desierto afgano, la tumba de tinta de Paul Williams (a la izquierda). Está casi completa: el casco con la funda de camuflaje y las gafas de ventisca, el M-16 A2, con las chapas de identidad, hundido en el suelo y despojado del cargador, las limpias botas Altama para el desierto y, flanqueándolo todo, un par de dogos sentados, los perros del diablo, el apodo que se ganaron a pulso en la I Guerra Mundial los marines que pelearon en Francia contra el Ejército alemán.
Se trata de un lenguaje caro. La tumba que carga a su espalda el sargento Williams, además de todo un año de trabajo por parte de un tatuador experto, puede costar unos 4.500 euros. «Los coloreados son más caros, pero ahora se piden más», apunta con ojo experto Pete Dutro.
A él, que salió a las calles de Nueva York tras el 11-S para tatuar las Torres Gemelas en los brazos de los bomberos supervivientes y la cabeza de Bin Laden arrancada por las garras de un águila con el lema 'Never Forget' en la espalda de algún policía, le ha tocado también decorar los cuerpos de una escuadra de «locos», los 'snipers', francotiradores de una unidad de élite, que escogen como adornos rifles cruzados, tigres gigantes enroscados al brazo y leyendas brutales como 'Bad mother fucker'. Esto, no hay que olvidarlo nunca, es la guerra.
Prohibidos por las ordenanzas
El fotógrafo incrustado en el tercer batallón del 6º de Marines, una unidad con mucha historia en las carabinas, les hizo salir del búnquer y posar bajo la luz terrible del atardecer encima de los sacos terreros. Carne y tinta. Arte y guerra. ¿Pero, por cuánto tiempo?
Desde primeros de mes, una ordenanza prohíbe a los marines tatuarse cualquier parte del cuerpo que se vea cuando vistan camisas de manga corta y pantalones de deporte. La medida señala que quedan proscritos los llamados tatuajes manga, que recorren brazo y antebrazo, y las decoraciones cutáneas en las piernas. Los soldados de la Infantería de Marina que ya tengan esos tatuajes quedan exentos de la prohibición, pero no podrán agregar un solo detalle más a los diseños actuales. «La apariencia de los marines es un reflejo del Cuerpo y el exceso de tatuajes no está acorde con los valores tradicionales de la Infantería de Marina», explicó Brian P. Donnelly, teniente de primera y portavoz del USMC.
En los últimos años, y con su participación en las sangrientas guerras de Irán y Afganistán, los infantes de Marina estadounidenses han adquirido la costumbre de tatuarse los nombres de sus compañeros fallecidos. Desde 1996 estaban prohibidos los 'tatus' en cuello y cabeza. Como se ve, las medidas restrictivas son antiguas pero, poco a poco, los militares se las han ingeniado para ir sorteándolas.
Además, desde el propio mando (y, el 17 de septiembre de 2001, en la ceremonia de reapertura de Wall Street, los brazos de los policías que hicieron sonar la campana tenían más tatuajes que un maorí) se estimula en ocasiones esa fiera apariencia guerrera que proporciona a sus poseedores un rosario de piel tatuada, sus pinturas de guerra.
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