PABLO ÁLVAREZ blogs.larioja.com
Lunes, 15 de marzo 2010, 15:00
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Por momentos, parecía que el Naturhouse quería perder. Podría pensarse: tantos fallos, tantos malos tiros, tantos pases a la luna no son normales. Metido en la jaula que es el Javier Lozano de Toledo, el equipo riojano salió derrotado por pura coherencia: empezó fallando, siguió fallando y terminó fallando. Y con un par de fallos menos, hubiera ganado.
No fue una buena noche, en fin. Para el Toledo sí, claro. Lo de este equipo tiene su mérito, porque esta plantilla no vale casi nada (de dinero) y sin embargo está haciendo sudar a todo el mundo con un balonmano valiente e imaginativo. Loas se merece su entrenador, el lituano Miglius Astrauskas. Nadie se esperaba nada de él y todo el mundo se equivocaba.
Los aficionados más cerrados al fútbol suelen decir que en el balonmano, como en el baloncesto, sobran los primeros minutos. Que al final todo se decide en los últimos diez; que las primeras partes preparan, pero no dictan sentencia.
Pues el partido de ayer, se diría, quedó sentenciado en el minuto 15. Es una exageración, claro, y probablemente no sea justo ni para el esfuerzo de los locales (aupados por su público, un gran público) ni para el de los visitantes.
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Pero es que resulta que el Lábaro cogió ventaja en el minuto 15 (6-2) después de ¡10! minutos sin anotar del Naturhouse. Y resulta que esa ventaja iba a ser definitiva, sin que el Naturhouse pudiera acercarse nunca. Lo que dice el marcador final es mentira: la marea naranja no temió por la derrota en el último minuto.
El Naturhouse funcionaba a rachas en la defensa: los fintadores naranjas funcionaban a pleno rendimiento. Y todas las acciones clave caían del lado local, como si una nube negra sobrevolara por encima de los riojanos: Toledo metía goles en pasivo, el Naturhouse no. Toledo metía contraataques, el Naturhouse no.
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La defensa del Naturhouse lo pasó mal. Funcionaba a ratitos, y daba la impresión de que Astrauskas había aprendido del partido de la primera vuelta más que Jota González. Suele dar la impresión de que el Naturhouse se conoce mejor a sus rivales, pero ayer no. Ayer, Toledo ganó esa mano.
El problema era que cuando la defensa tenía un buen momento, el petróleo que se sacaba en ataque era mínimo. O se perdían pases, o se lanzaba mal... o aparecía Moyano. Diego Moyano, uno de esos grandes porteros españoles que (como Álamo, como Malumbres, como Xavi Díaz, como Jorge Martínez) probablemente no pisen nunca más la selección española, pero que llevan toda su vida decidiendo partidos.
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Ayer Moyano fue decisivo no tanto en sus números (que no fueron malos) como en los momentos en que los hizo. Cuando el Naturhouse se acercaba y tenía la opción de colocarse a un gol -no más allá- aparecía Moyano. Si es que los riojanos no se eclipsaban solos.
Como en los penaltis. Cuatro tirados, cuatro lanzados: Arrieta (2), Vigo, Paco López. Para un equipo que juega tanto a buscar la línea de los 6 metros y que tantos penaltis provoca, fallar muchos es una tragedia. Fallarlos todos, como ayer, supone la diferencia entre la victoria y la derrota.
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Todo el partido fue igual: Toledo a cuatro, el Naturhouse se acerca, se pone a dos, tiene una oportunidad para ponerse a uno... y un mal pase, un mal tiro, Moyano. Así se llegó al final, con un último arreón que se quedó corto, porque empezó demasiado tarde. Demasiados fallos cuestan la victoria ante cualquiera. Y Toledo se ha ganado que no le llamen «cualquiera».
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