TERI SÁENZ esaenz@diariolarioja.com
Domingo, 7 de marzo 2010, 10:16
Publicidad
isabel recuerda con especial nitidez todo lo que hizo el 19 de diciembre del 2004. Como prácticamente todas las mañanas desde hace 25 años, ese día madrugó en Tudelilla para ir a cuidar del rebaño que guarda en Préjano. Nada más llegar a la explotación una de las ovejas se puso de parto. Su dueña se remangó hasta los codos y ayudó al animal para alumbrar un corderillo que llegaba torcido. Por la noche Isabel asistió a otro parto: el suyo propio. «Estaba embarazada de mis gemelas, se adelantaron tres semanas y tuve que acudir de urgencia al hospital», explica esta mujer que ejerce como pastora desde que su padre se jubiló y optó por poner el rebaño a su nombre, un poco para mantener las ayudas europeas y un mucho para continuar la tradición familiar.
La vocación mantiene a Isabel atada a un trabajo «muy esclavo» donde no todos los hombres la ven con buenos ojos. «El otro día, sin ir más lejos, otro pastor de Muro de Aguas pasó por aquí y me dijo que cómo hacía yo todo esto sola, que a qué estaba esperando para vender el rebaño y dedicarme a otra cosa». Isabel no le hizo caso. Siguió cargando con los sacos de pienso de 40 kilos, sacando a pastar una cabaña que ahora componen 80 cabras y 700 ovejas - «hasta 1.600 hemos llegado a tener»- y esperando épocas como la del esquilo que le consume el tiempo y las fuerzas. «Sí: es un trabajo físico y duro, muy duro; también psicológicamente», sentencia por si alguien dudase de ello.
El Día de la Mujer Trabajadora que se celebra mañana no deja de ser para Isabel una redundancia. Casada y con tres hijos a su cargo, su día a día arranca cuando el sol aún no ha salido y combina esa triple condición de mujer, madre y trabajadora con el ingrediente añadido de dedicarse a una actividad históricamente masculina. Madrugón en Tudelilla donde vive la familia para preparar a los críos; traslado hasta Arnedo para llevarlos al colegio; viaje a Préjano para atender al ganado; vuelta por la tarde a Arnedo para acompañar a los chavales en sus actividades extraescolares; parada en la explotación para recoger las ovejas; regreso a casa cuando la luz cae. «Por la noche me queda lo que a la mayoría: que si pon una lavadora, que si cuenta un cuento a los críos.» Y eso, cuando no hay feria o tiene que acudir a algún cursillo de formación de la mano de Fademur.
¿La fórmula para llegar a todo sin perder nada? «Ser superorganizada», resume Isabel. Y buscar ayuda cuando las cosas se complican. «En casa he tenido que contratar a una persona para que me eche una mano; en el campo, aunque he tenido algún pastor contratado, es muy difícil encontrar a alguien de confianza que conozca bien las faenas», reconoce.
Publicidad
Tradición
El machismo que Isabel ha sentido alguna vez en el campo, rara vez lo ha percibido Amparo en las prácticamente tres décadas que lleva en la carretera. Cada vez que aparca su imponente trailer DAF de 16 metros de largo y 430 caballos de potencia y para a descansar en una estación de servicio, el resto de los transportistas le miran como a uno de los suyos. «Son tantos años en la profesión que ya nos conocemos entre todos, aunque siempre está el recién llegado que a estas alturas aún se extraña y me ve como un bicho raro», comenta esta coruñesa de nacimiento y riojana de adopción que lleva 15 años afincada en Alberite con los suyos.
El olor a gasoil y las jornadas interminables amarrada a un volante forman parte del ADN de Amparo. Primero su abuelo y luego su padre trabajaron siempre en el mundo del transporte conduciendo autobuses, llevando camiones, viajando por todo el mundo. Así que a los 14 años ya era capaz de manejar casi cualquier vehículo, y a los 21, cuando se enfrentó al mundo laboral, ni se le pasó por la cabeza otra cosa que no fuera ponerse a los mandos de un trailer cargando lo que sea . «Unos días toca llevar vino a Andalucía, otros material para montar el escenario de un concierto de Café Quijano en San Sebastián, algunos ADR hasta Barcelona... mercancías peligrosas, quiero decir».
Publicidad
Amparo coincide con Isabel en la ecuación que les permite continuar en un tajo de antemano hostil para su género: pasión por el trabajo. «Te tiene que gustar mucho esto para aguantar», afirma esta mujer que, a sus 50 años, no teme ni a la soledad de la cabina de su camión, ni a las inclemencias del tiempo, ni jornadas sin hora de llegada sumando años en los que recorre una media de 120.000 kilómetros. «He aprendido a ser autosuficiente; sólo tengo miedo de mí misma», responde entre risas para, a continuación, reconocer cargada de seriedad que jamás se ha sentido discriminada ni en cuestión de sueldo ni en condiciones laborales. «Estoy al mismo nivel que mis compañeros; me siento muy a gusto en la empresa (Eje-Trans) porque lo que importa es el trabajo que haces, no quién eres, y más en estos tiempos de crisis donde lo que importa es sacar adelante la tarea».
Conciliar la vida familiar tampoco ha sido un inconveniente para Amparo a lo largo de su trayectoria profesional gracias, en este caso, a su marido. «Siempre me ha ayudado mucho, y yo he procurado compensar el tiempo que paso fuera de casa disfrutando a tope los días que no salgo a la carretera, cumpliendo todos los planes que el resto de los días son imposible hacer».
Publicidad
No siempre fue tan sencillo. La biografía de Amparo tiene muescas por medio mundo. Hasta en Venezuela, donde nació su hijo que ahora tiene ya 27 años y que siempre ha visto el trabajo de su madre como el de cualquier otra. «Nos salió la oportunidad de trabajar allá, pero fue duro estar lejos de casa, la inseguridad, otra cultura», recuerda. No es extraño que ahora, cuando le informan de que tiene que viajar a Portugal o tirar para Málaga le parezca un paseo. «Soy feliz en mi trabajo», concluye.
Igualdad
La última frase parece robada del discurso de Virginia. «Me encanta lo que hago», asegura esta vendedora de vehículos en el departamento de seminuevos y usados en el concesionario Auto Oja de Mercedes-Benz en La Rioja. Si existe algún territorio laboral teóricamente renuente (a priori) a abrir la puerta a rostros femeninos, ése es el del motor. «Eso son clichés», opina esta joven de 29 años que empezó trabajando como administrativa y un día, agobiada por estar encerrada entre cuatro paredes, decidió transitar por otros caminos que le llevaron a la empresa donde acumula ya siete años de antigüedad.
Publicidad
Primero desarrolló tareas de marketing y publicidad, hasta que un día surgió la posibilidad de ponerse frente al público que entra en busca de un vehículo y que, asegura Virginia, rara vez se sorprende de que sea una joven quien le guíe por un laberinto de motorizaciones, prestaciones, equipamientos de serie y facilidades de pago. Sólo dos tipos de usuarios son los que, de vez en cuando, fruncen el ceño cuando es ella quien les atiende: algunos inmigrantes -«por una cuestión cultural, supongo»- y las parejas de algunos clientes masculinos. «A veces son las mujeres las que más trabas ponemos a las propias mujeres», reflexiona. Una opinión extensible al hecho de que sean tan escasas (escasísimas) las que como Virginia se adentran en un sector «con el sambenito de machista» como el del automóvil. «Es que, en su mayoría, el resto de las mujeres ni se plantean la posibilidad de optar a un trabajo como el mío, cuando me consta que en muchas empresas nos prefieren en su equipo comercial por nuestra fiabilidad, profesionalidad, la capacidad organizativa...».
Puertas adentro del concesionario, su situación es exactamente como la del resto de sus compañeros. Misma valoración, igual sueldo, idénticas oportunidades, cursos de formación equiparables. «En ese aspecto jamás me he sentido discriminada, ni tampoco me he aprovechado de mi condición de mujer», remata.
Noticia Patrocinada
El equilibrio de género alcanza también a otras cuestiones no tan benévolas como el horario. «Ya se sabe que en el ámbito comercial hay que invertir un montón de horas en jornadas que, en nuestro caso, acaban sobre las ocho de la tarde e incluyen sábados por la mañana». «No tengo mucho tiempo libre, pero tampoco me preocupa demasiado...». De momento. A pocos meses de casarse, lo de compatibilizar la vida laboral y la familiar se mantiene por ahora en un plano secundario. «La verdad es que todavía no me he planteado ser madre», confiesa. En un futuro más o menos lejano, Virginia es capaz de imaginarse con un niño en los brazos, pero no fuera del puesto de trabajo que le «llena y agrada». «Ya vería en ese caso cómo me organizo ¿quizás con una webcam?», bromea.
Si llega ese día, Virginia lo recordará con la misma intensidad que ahora lo rememora Isabel, con los mismos recuerdos de maternidad que atesora Amparo. A ellas y a todas sus compañeras les toca mañana celebrar el Día de la Mujer Trabajadora y reivindicar, con su sola presencia, el esfuerzo añadido que supone desempeñar su tarea en un mundo de hombres.
¡Oferta especial!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
La víctima del crimen de Viana recibió una veintena de puñaladas
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.