Mari Cruz apenas se puede mover. Pero no por culpa de los 86 años que no aparenta, sino por los achaques que desde hace tiempo la tienen prácticamente enclaustrada. Como mucho, una vuelta corta apoyada siempre en el andador por el pasillo de su casa, ... en la calle Anastasio Mateo de Villamediana. O los días que hace bueno, una incursión por su generosa terraza con vistas despejadas en la que también campan sus cinco gatos. «Ahí me entretengo mirando a las huertas y al cielo, pero cuando corre el aire no se puede estar», informa sentada en la cocina del segundo piso por la que se accede al mirador. Ahí, acompañada de su hermanastro Carlos y un sinfín de recuerdos que copan cada rincón de las estanterías y las paredes, Mari Cruz recibe a Félix, el enfermero que va a inocularle la vacuna de Janssen. Aún no lo sabe, pero está a punto de convertirse en una de las primeras riojanas en recibir el nuevo fármaco contra el COVID recién llegado.
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La visita no le pilla de sorpresa. Desde el San Pedro han comunicado días antes cuántas dosis corresponden ese día a la zona básica de salud Alberite (17) y de ellas, el número asignado a Villamediana (6). Cotejando la nómina de grandes dependientes de la localidad, Félix ha elaborado un listado con esa media docena de candidatos a los que ha llamado previamente para asegurar el procedimiento. «No pensaba salir hoy tampoco de casa», bromea Mari Cruz ofreciendo su brazo al enfermero, que viene con las jeringuillas precargadas para agilizar la inoculación.
Aunque el momento es trascendental, está descargado de florituras. «Listo», indica el sanitario. «Ni me he enterado», contesta Mari Cruz sin mostrar un entusiasmo desbordante. «Claro que por un lado quería que me pincharan», se explica. «Pero por otro me da algo de cosa, que en diciembre estuve en el hospital por unos trombos y te pones mala con lo que se dice en la tele».
Félix la tranquiliza. La vacuna tiene todas las garantías y las precauciones son máximas. A lo sumo puede notar un pequeño malestar, alguna leve inflamación en el brazo sin importancia. Sus palabras sosegadas y la sonrisa que se intuye detrás de la mascarilla también son medicinales. El enfermero cierra la mochila donde porta las dosis, recoge el maletín con el material que siempre le acompaña cuando acude a realizar curas o visitar a encamados y se despide en busca del siguiente nombre en la lista. «Algunos sí que preguntan qué vacuna les toca; o hasta creen que pueden pedir ésta o la otra, pero por lo general la reacción es de alivio y de agradecimiento, como si se quedaran liberados», explica mientras completa la ronda de esta jornada que ha comenzado en el consultorio, después de recibir a primerísima hora los viales traídos desde el hospital y depositarlos en el frigorífico a entre 2 y 8 grados. Unos recipientes con el distintivo azul de Janssen del tamaño de un dedal, inversamente proporcionales a la enorme esperanza que producen. Y de una sola vez.
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