Solo quien se ha visto obligado a abandonar su país por culpa de una guerra puede entender lo desvalido que uno se siente al convertirse en refugiado. La invasión rusa sobre Ucrania ha acercado la guerra a las fronteras europeas y eso ha golpeado ... más si cabe las conciencias del Viejo Continente. Pero también ha fortalecido la solidaridad hacia quienes peor lo están pasando: la población civil ucraniana que se ha visto forzada a huir de su país.
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Si no tuvieran bastante con perder su hogar, abandonar en tierra hostil a familia y amigos o asistir impotentes a la destrucción de sus ciudades y pueblos, el pesar de los refugiados no se rebaja al llegar a un país de acogida. Son destinos que no conocen, que no entienden y cuyo idioma no dominan. Y así, el aislamiento es un castigo añadido. Por eso, Cruz Roja La Rioja se vuelca en trabar cuanto antes esa necesaria conexión idiomática entre los refugiados ucranianos y España como país de acogida. Y se ha esmerado en programar cursos de español impartidos a los ucranianos llegados a la región. Desde el inicio de la crisis con Rusia, hasta 75 ucranianos han aprendido español gracias a los desvelos de los profesores voluntarios que participan en este programa.
La razón es clara para la responsable del servicio de Aprendizaje del Idioma de Cruz Roja La Rioja, Soledad Suárez: «Hace casi 30 años que Cruz Roja La Rioja está impartiendo clases de español porque entendemos que es la herramienta lingüística fundamental para poderse comunicar, para poderse integrar y para poderse desarrollar en las sociedades que les acogen».
soledad suárez
Responsable del servicio de aprendizaje de idioma de Cruz Roja
Anna Lysenko
Alumna refugiada
Es una labor complicada para los voluntarios que los imparten, porque requiere aunar dos aspectos que van entrelazados: la puramente lingüística del aprendizaje de un idioma completamente desconocido para los alumnos, y también la psicológica. Como explica una de las voluntarias, Coral Ferrero: «Hay dos objetivos, uno más profesional, que es enseñar una serie de estructuras, elementos del idioma del día, lo más cotidiano, lo que ellos pueden utilizar más». Y, prosigue, con la voz casi quebrada: «Por otro lado, es estar allí escuchando». «A veces me enseñan fotografías y se echan a llorar. Por eso, basta con hacer una broma en clase, que sonrían, que por un momento se les olvide esto que llevan encima, los traumas que han vivido y que siguen viviendo...».
Abunda en este extremo Soledad Suárez: «Psicológicamente les ayuda a introducirse en otro mundo y olvidar ese bagaje emocional que traen y ese duelo migratorio que están haciendo».
La vivencia en primera persona la aporta Anna Lysenko, una de las alumnas refugiadas. En un español casi perfecto cuenta que su «vida estaba bien, estaba tranquila, tenía trabajo...». «Ahora... estoy sin trabajo, una parte de mis amigos y mi familia está en Ucrania... Mi vida está como destruida», dice Anna con el dolor en la voz y en la mirada, que levanta para agradecer la labor de la entidad: «Estamos muy agradecidos a Cruz Roja por estos cursos que nos ayudan».
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