Las personas con discapacidad visual de La Rioja cuentan en plena calle Chile con un cuidado y amplio jardín sensorial sin barreras para que lo puedan tocar, oler o incluso 'saborear'. El recorrido, de unos 1.200 metros cuadrados cultivados, está lleno de aromas mezclados, pero estos días de comienzo de verano son las glicinias y sobre todo el jazmín los que invitan especialmente a dar un paseo por este 'pulmón verde', el primero de estas características que la ONCE tiene dentro de su organización nacional, «lo que nos hace valorarlo si cabe todavía más», afirma con orgullo la delegada territorial, Belén González. «Sobre todo este año en el que muchos de nuestros sentidos se han visto privados, algo que en el caso de las personas con problemas visuales esto se ha revelado de forma más evidente. Con el confinamiento, el sentido del espacio se les ha reducido y han tenido que volver a aprender a salir».
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Desde su construcción hace cinco años, este jardín se ha convertido más que nunca en un 'refugio' que los visitantes invidentes pueden recorrer de forma segura, sin los obstáculos que presentan para ellos los otros parques de la ciudad. Y es que este no es un jardín al uso. Este espacio está diseñado para garantizar la plena seguridad: no existen escalones, los parterres están elevados para facilitar la proximidad de las plantas y muy separados entre sí, formando pasillos muy amplios por los que poder caminar sin obstáculos. Los invidentes se orientan principalmente gracias a la textura de las plantas que tocan, que son diferentes según la zona, los aromas y el ruido del viento al azotar las diversas especies también son diferentes.
Las plantas van desde las aromáticas, como el tomillo, la lavanda, el romero, la menta, la hierbabuena..., a dos amplias rosaledas (este año sin rosas por las heladas), y una zona de arbustos con olivos pequeños, laurel y de árboles donde se alzan estilizados tilos y moreras. A Sonia Moreno, 40 años, el paseo le recuerda a la niñez, cuando aún tenía visión total. «Los aromas me transportan al pueblo de mi abuelo en Cameros Viejo cuando subíamos al monte, pero también a mi abuela, que siempre tenía la terraza llena de flores y me insistía en darme tiestos. Yo no le hacía mucho caso, pero ahora que acaba de morir, llego aquí y el olor me lleva a ella y a todas las sensaciones que me quiso transmitir». Entre todas las variedades, Sonia tiene una preferida: la lavanda. «Me fascina, me pone contenta y me relaja». Pero para tocar y casi saborear se queda con la menta chocolate, también 'pipermint'. «Me gusta la rugosidad de su flor y ese aroma a cacao y porque es muy diferente a otras». Tanto ella como el resto de afiliados han convertido este espacio en su 'oasis' particular. En pandemia invitaba más que nunca al paseo, aunque también es lugar reuniones y actividades. Desde talleres de yoga, fiestas infantiles y celebraciones varias como la llegada del verano. Otros compañeros que le dan buen uso son los perros guía. Juegan entre ellos y se desfogan corriendo.
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