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Días como ayer en Ezcaray deberían poder guardarse en un frasquito. Embotar dentro ese cielo azul despejadísimo, el aire más puro que se puede respirar, un sosiego como el que transmiten las montañas que enmarcan el pueblo y el aroma a hortensias y jerberas que asalta al cruzar la calle Sagastia. Bastaría con sorber unas gotas de esa mezcla para reponerse, aunque sea solo por unos días, de tantas malas noticias que sigue dejando el coronavirus.
Desde que el 23 de octubre del año pasado se decretó el cierre perimetral de La Rioja, solo unos pocos han podido saborear sin filtros esa mezcla de paz y deleite que garantiza uno de los principales enclaves turísticos de la comunidad. El trasiego de viajeros al que está acostumbrada la villa se ha restringido a visitantes riojanos y, aunque la hostelería parece haber vadeado la coyuntura, la ausencia de foráneos ha castigado a los alojamientos y el comercio de la zona.
El próximo domingo todo está llamado a cambiar en Ezcaray. O al menos, empezar a mudar la sensación generalizada de cansancio que cunde tras siete meses con las fronteras de la región blindadas y el toque de queda vigente. «Claro que hay ganas de que vengan turistas, pero que sea de forma ordenada, con cabeza», comenta Sergio mientras saca brillo a las mesas en la terraza del bar Roypa, donde la clientela bascula entre el desayuno tardío y el almuerzo tempranero. La combinación de optimismo y prudencia de sus palabras se replican en las reflexiones de Zenaida, del complejo Palacio Azcárate que ofrece hotel, apartamentos, restaurante y cafetería. «El mayor lastre es la incertidumbre», opina al recordar los cambios de criterio que han jalonado estos meses. «Los vaivenes hacen que aún haya temor a hacer reservas, y las que empieza a haber son para junio en adelante», explica en primera línea de un negocio que se han mantenido bajo mínimos a la espera no solo de qué hará La Rioja, sino sus vecinos. Ella no es la única. «Aunque vienen muchos madrileños y de otras regiones, el turismo vasco aquí es muy elevado, y en función de si Urkullu abre o no notaremos más afluencia», vaticina Jon tras el mostrador de la tienda de deporte Ezcaray Outdoor, donde repone material en la confianza de «un buen verano para todos» que estimule la economía sin descuidar la salud. Teresa tampoco oculta sus expectativas de «empezar a trabajar por fin a un buen ritmo» en su floristería, donde la primavera parece multiplicar el deseo de comprar plantas de temporada. «Pero no quiero hacerme ilusiones», matiza, «que luego cambian las normas o suben los casos y volvemos a empezar». En Casa Masip, Magdalena y su madre Vicenta lo fían todo más que a la libertad de movimientos y horarios a las vacunas y el buen tiempo. «Como salga el sol y se inmunice la mayoría, Ezcaray mostrará su mejor cara», coinciden.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José Antonio Guerrero | Madrid y Leticia Aróstegui (diseño)
Sergio Martínez | Logroño
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