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Jorge Alacid
Lunes, 19 de mayo 2014, 20:40
Ah, el teletransporte. El promisorio y muy añorado teletransporte. El cine y la literatura de ciencia ficción, con sus historias de carácter anticipatorio, se esforzaban allá por los años 50 y 60 del siglo pasado en dibujar un futuro donde, atención, no había rastro de ... internet ni de la telefonía móvil, dos tótems de nuestro tiempo. Hoy, cuando el futuro ya está aquí, resulta que no detectamos la más mínima huella del teletransporte: aunque algunos indicios científicos parecen perseguir ese ideal de las viejas películas en blanco y negro (ahora estoy aquí, pero en un segundo me materializado a siderales kilómetros de distancia a bordo de mi nave estelar), la tecnología viaja por contrario en otra dirección. Los avances de la ciencia que no es ficción giran alrededor de las conquistas más recientes: el mundo digital. En definitiva, la abolición de las fronteras analógicas. Hay otros mundos y están en éste.
Porque, en efecto, tales conquistas son recientes. Acabamos de conmemorar apenas los 25 años de la familia triple w, ese latiguillo del que llegó para quedarse sin darnos cuenta de su concepción ni de su alumbramiento. Los hallazgos científicos, cocinados en el corazón de la tecnología militar norteamericana en gran parte de los casos, gozan de un perfil singular: la mayoría se adaptan sin fisuras ni contratiempos a la vida doméstica. No sirven tanto para poner al hombre en la luna como para ayudarle en sus tareas más cotidianas. La modernidad arranca en el cuarto de estar.
Esta peculiaridad de la nueva tecnología alcanza a todos los ámbitos, aunque todavía es incipiente. Las grandes transformaciones, como apuntan los expertos consultados para este reportaje, todavía son apenas un anuncio en el horizonte. José Luis Pancorbo, presidente de Aertic, entidad que agrupa a las empresas riojanas de base tecnológica, cita la educación y el ocio como los dos campos donde sospecha que se proyectará a corto plazo el futuro de Internet. «Las empresas ya no pueden quedarse desconectadas del entorno en que se desenvuelven», advierte. Y añade: «El uso de las nuevas tecnologías es absolutamente imprescindible y para las empresas representa una ventaja competitiva». Cita Pancorbo la irrupción del llamado Internet de las cosas, un concepto que pronuncian otros especialistas (es decir, la conexión a la red de los utensilios de orden doméstico), y también subraya la importancia creciente que se intuye en el universo de la impresión en 3D. «Habrá una mayor presencia de aplicaciones en la nube, lo que mejorará las comunicaciones y la interactividad», agrega Pancorbo.
Una visión compartida con otros expertos. Por ejemplo, Fernando Belzunce, responsable de Innovación de Vocento, quien advierte que el nuevo mundo digital sorprendió al ciudadano con la guardia baja («Hay un abuso del uso, aunque es más preocupante el mal uso», señala), coincide con Pancorbo en anunciar el inminente aterrizaje del Internet de las cosas y profetiza: «En unos años veremos cómo nuestro día a día está completamente alterado por un sinfín de conexiones que habremos dispuesto en nuestro ámbito privado y que se relacionarán con las ubicadas en la vía pública».
No esconde Belzunce que la omnipresencia del mundo digital en una nuestras vidas esconde «una especie de adicción», pero observa más ventajas que inconvenientes: «Internet tiene un sinfín de aplicaciones prácticas de gran calado, como el correo electrónico, que parece que hubiera existido siempre». Ocurre que, como alerta Belzunce, «el mundo de las percepciones es muy curioso». ¿A qué se refiere? «Pues que incluso parece que Internet ha acarreado más inseguridad y en verdad ha supuesto un avance espectacular en materia de seguridad, vigilancia y prevención».
Ah, el viejo universo de los espejismos, tan caro al mundo digital y tan caro también a Borges, el influyente escritor a quien se atribuye esa suerte de intuición genial que en su relato 'El Aleph' sentó las bases de Internet. Nada menos. «Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo», escribió. Espejo y espejismos, la realidad que construyen las tecnologías supera lo imaginado por el autor argentino, pero se vertebran contra un espinazo común: ese mar repleto de «turbulencias», por emplear la imagen a que recurre Fernando Belzunce para describir el mapa digital.
Una cartografía por donde navegamos sin otra brújula que el olfato, porque hay que reconocer que esta revolución nos ha estallado en la cara. Literalmente. «No éramos capaces de predecir el gran protagonismo y poder que la tecnología otorgaría a la sociedad», enfatiza Jorge Cebreiros, presidente de la patronal del sector que agrupa en España a las empresas de tecnologías de la información. «Nos ha sorprendido un poco a todos», confiesa, en una especie de autocrítica que sitúa el origen de algunos contratiempos no tanto en la tecnología sino en el empleo que cada ciudadano hace de ella. «Es el individuo y no la máquina», asegura Cebreiros, «quien adquiere comportamientos no adecuados». «La tecnología no es más que una herramienta de ayuda o de mejora, capaz de generar ventajas», prosigue.
Y hablando de ventajas, Cebreiros cita el avance que se anuncia ya en materia de personalización de servicios, en la adecuación de lo digital a las necesidades de cada persona que la tecnología hará posible. En resumen, a la complicidad, que a su juicio, debe prevalecer entre instituciones, ciudadanos y empresas, a las que emplaza a «apostar por la innovación y la formación de profesionales». Cebreiros apela a la capacidad del ciudadano a influir «con un solo clic» en materia trascedentales sobre consumo, política o economía. Una visión que aborda el enorme «cambio social» que Internet ha introducido en nuestras vidas y nos lleva de regreso a Borges, de regreso de nuevo a 'El Aleph': «El lugar en donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos».
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