Los aficionados a los videojuegos no se han sorprendido de que Nvidia haya logrado, brevemente, sobrepasar la barrera de los dos billones de dólares de valoración bursátil. Para ellos, la marca es una vieja conocida. Y vieja admirada. Nacida en 1993 como fabricante de tarjetas ... gráficas (GPU) para ordenadores, ha sido clave en la sofisticación de los juegos gracias al impresionante crecimiento de la capacidad de computación de sus chips, que cuentan con una cuota de mercado de casi el 80%.
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En solo una década Nvidia ha logrado multiplicar por mil el rendimiento de sus procesadores, y, aprovechando que son idóneos para entrenar modelos de IA -en 2010 arrancó este camino con un sistema de aprendizaje automático que identificaba vídeos de gatos en YouTube- y que pueden realizar innumerables cálculos matemáticos, ahora ha logrado subirse a la ola de la inteligencia artificial como ninguna otra compañía. El H100 es el chip de moda en el sector, y tal es su importancia que Estados Unidos incluso ha prohibido su exportación a China.
El apetito que despierta la IA entre los inversores ha impulsado la valoración de Nvidia de uno a dos billones -listón que rebasó el viernes- en solo nueve meses, la mitad de lo que tardaron otros gigantes de este selecto club como Apple o Microsoft. Por eso, el nombre de esta marca que en su día era de nicho comienza a colonizar todo tipo de conversaciones, ya que está presente en los productos que están dando forma al futuro: desde los drones o los vehículos autónomos, hasta la robótica y ChatGPT.
Es el premio a la osadía y la perseverancia, porque los comienzos no fueron fáciles. Los fundadores, Jensen Huang, Christopher Malachowsky y Curtis Priem, se estamparon con su primer producto, el NV1, y tuvieron que despedir a la mitad de la plantilla. Si no hubiesen tenido suerte con el segundo chip -el Riva 128-, que logró vender un millón de unidades en solo cuatro meses, Nvidia no existiría hoy. «Los elementos que más valoro son la tolerancia al riesgo y la capacidad de aprender del fracaso. Esa última debe ser parte de la cultura de cualquier empresa que opera en un mundo en cambio constante», afirmó Huang, que sigue siendo el principal accionista de la compañía -con un 3,51%-, en una entrevista con el New York Times.
Ese cambio constante se refleja a la perfección en la facturación de Nvidia. En 2021, más de la mitad de los 16.000 millones de dólares que ingresó correspondían aún a los chips para gráficos. Este año, sin embargo, la multinacional prevé superar los 60.000 millones y que los procesadores para IA y redes tripliquen la facturación de las GPU. Si lo logra, ensanchará la ventaja que le separa de sus principales competidores, entre los que destacan Intel, AMD o Qualcomm.
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Por si fuese poco, a diferencia de lo que ha sucedido en muchas tecnológicas americanas, Nvidia no ha dejado de engordar su plantilla, que ha pasado de unos 13.000 empleados en 2020 a más de 26.000 el año pasado. «Las condiciones son ideales para continuar creciendo», sentenció Huang la semana pasada. En lo que llevamos de año, las acciones se han revaluado un 60%, un indicador de que Nvidia podría continuar por la senda que llevó a triplicar su valor en 2023.
Desde luego, por falta de demanda no va a ser. La ruptura de la cadena de suministros durante la pandemia demostró la creciente necesidad de semiconductores del mundo -así como la dependencia de Taiwán, su principal fabricante-, y el desarrollo exponencial de las aplicaciones de IA están impulsando las ventas hasta niveles estratosféricos. Pero Huang es consciente de que no puede dormirse en los laureles, porque esta coyuntura es el aliciente perfecto para que la competencia trate de darle caza. Sus principales rivales ya invierten miles de millones para lanzar procesadores con características similares.
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