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Michael McLoughlin
Sábado, 12 de diciembre 2015, 08:06
¿Cabe la empatía en un botón? Si se lo preguntan a Mark Zuckerberg, a lo mejor la respuesta sea afirmativa. Desde hace unas semanas la red social ha puesto a prueba un nuevo sistema para mostrar tu reacción ante las actualizaciones de tus contactos: ... me encanta, me enfada, me divierte Una ecléctica variedad de sentimientos que finalmente remplazaron al demandado y solicitado botón de No me gusta, que nunca llegó a ver la luz.
«No queremos que Facebook sea un foro en el que los usuarios pueda votar a favor o en contra de las publicaciones de los demás», afirmó en su momento el fundador de Facebook sobre este asunto. «Esto no ayudaría a construir la clase de comunidad que queremos crear», remachó.
En el caso de esta compañía, el estudio de la empatía parece también vital para su porvenir. Zuckerberg siempre ha dejado claro que el futuro del funcionamiento de su red social pasa por un sistema basado en la Inteligencia Artificial que comprenda a sus usuarios y, para ello, es fundamental entender cómo se sienten.
Hasta que llegue el momento en el que internet sepa comprender el disgusto que un amigo nos ha dado o que lo felices que nos hace el mínimo detalle, varios proyectos han puesto el punto de mira en la cualidad humana. A caballo entre lo artístico y lo tecnológico, algunos han utilizado el reconocimiento facial o la realidad virtual para poner a los usuarios en el lugar de otro y acercar posturas.
Daniel González Franco es uno de los creadores de La máquina para ser otro. Es miembro del Be Another Lab, un grupo de trabajo surgido en la Universidad Pompeu i Fabra de Barcelona, quien trabaja desde hace más de un año en esta idea.
Gracias a las Oculus Rift -el visor de realidad de virtual-, así como otros accesorios, consiguen «engañar al cuerpo para que se sienta otra persona». La experiencia no se limita a los visual, puesto que utilizan elementos hápticos que les permiten sentir un apretón de manos o los elementos que van tocando. Y nada de recreaciones por ordenador. La máquina para ser otro utiliza vídeo «para conseguir una inmersión más real». Cuando uno se pone el equipo, empieza a recibir la señal de las cámaras que otro lleva encima.
González Franco ve en su invento muchas «posibilidades terapéuticas» para tratar, por ejemplo, trastornos como la anorexia y la bulimia, «porque permite sentirte en el cuerpo de otra persona».
This is not private (Eso no es privado). Ese el nombre de una exposición cuyo fin es fomentar este sentimientos de Antonio Daniele, un artista de origen italiano radicado en Londres.
Utiliza ocho paneles de televisión en donde muestra a ocho personas contando experiencias personales. Si el visitante comprende y empatiza lo que está escuchando irá viendo cómo su cara se funde con la del protagonista. «La idea es que las caras acaben comunicándose entre sí», explica el artista. Él mismo es el encargado de haber dado forma a un software basado en reconocimiento facial, que es el ingrediente básico de su muestra.
Ira y miedo
El algoritmo analiza expresiones relacionadas con ira, miedo, tristeza, alegría, disgusto y sorpresa. Fija su análisis en los ojos, la boca, la nariz o las cejas. Cuando detecta ciertos gestos empieza a tomar elementos de la cara del visitante y a intercalarlos en el rostro de la persona que habla en el vídeo.
La última idea en este sentido ha llegado en forma de materia universitaria. Y es que la Universidad de Georgia, en Estados Unidos, ha decidido incluir la empatía como el eje central de una asignatura que se impartirá en su facultad de ingeniería.
El objetivo, explican sus responsables, es que los alumnos no solo «acaben con altos conocimientos técnicos», sino sean capaces también de entender que a la hora de desarrollar un proyecto es necesario tener en cuenta otros mucho factores ajenos a la ingeniería. «El que una obra o instalación pueda ser realizada de una manera perfecta técnicamente hablando no tiene por qué significar que vaya a ser la solución adecuada en el contexto de una comunidad y de sus necesidades», concluye Shari Miller, decana de la Universidad y una de las promotoras de la idea.
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