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JOsé Antonio Guerrero
Domingo, 30 de agosto 2020, 00:26
Confiesa Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 58 años) que los zapatos y los relojes son su debilidad. También los perfumes, que «están concebidos como un acto de bienvenida al otro» y que han perdido ese sentido poético con la irrupción de la mascarilla en nuestra piel.
07.30 horas. Suena el despertador y me doy cuenta de que estoy de vacaciones y quiero dormir más. Me despierto cabreado. Me levanto, me voy a la cocina, bebo un vaso de agua y me vuelvo a la cama a intentar dormir. ¡Y lo consigo! Y automáticamente me despierto a las nueve y media, que me parece una hora razonable para alguien que está de vacaciones. Ese vaso de agua es milagroso. La primera vez me despierto cabreado y la segunda, contento.
09.30 horas. Me he comprado una batidora nueva y estoy descubriendo la combinación de zumos naturales para desayunar. Hay uno fantástico de kiwi, melón y naranja con bastante hielo. ¡Ojo! Es muy importante que la batidora pueda picar hielo. La siguiente liturgia es la del cruasán que he comprado la víspera en el Aldi de al lado de casa. Hago uno para mí y otro para mi mujer. Los caliento en la sartén. El proceso es muy delicado. Hay que hacerlo muy bien para alcanzar la textura perfecta. El verano es una época para regodearse con el desayuno. Y ya que te hablo de liturgias te diré que me tomo un café cortado; pero lo mezclo. Mezclo un café fuerte español con otro italiano de la marca Lavazza. Voy haciendo mis propias alquimias.
10.30 horas. Después de ese desayuno tengo una hora de aceleración mental importante. Esa hora es vital para mí, brutalmente productiva para avanzar en la novela que estoy escribiendo.
14.15 horas. Vivo en Madrid en una urbanización con piscina y me gusta bañarme a esa hora porque hay menos gente. Es gracioso porque voy con la mascarilla y no me encuentro con nadie. Pienso en quitármela, pero me da pánico incumplir la normativa. Si estoy solo no me voy a contagiar a mí mismo. Estamos desguazando la lógica. Pero es verdad que la apelación a la responsabilidad en España siempre acaba mal. En Alemania este problema no lo tienen. Aquí no confiamos los unos en los otros.
16.00 horas. Leo en la cama varios libros a la vez. Yo me pongo en una esquina y los libros ocupan la parte del cónyuge. Ahí están por ejemplo 'Los Europeos', de Orlando Figes, que trata de la construcción de la identidad cultural europea en el siglo XIX, y ves cómo España se va quedando descolgada de todo ese proceso. Leyendo 'Los Europeos' te das cuenta de que nuestro problema es que no hemos sabido modernizar económicamente el país. Y el turismo no es modernidad. Leo media hora, me quedo dormido, me vuelvo a despertar y cojo otro libro, me vuelvo a dormir…así hasta las seis o las siete de la tarde, que me pongo de nuevo a escribir.
12.00 horas. Se me ha roto el amplificador y eso me genera un problema enorme. Soy melómano. Escucho música a todas horas y escribo con música. Siempre recuerdo que san Roberto Bolaño decía que él escribía con Patti Smith y Lou Reed… A mí me encantan Elvis, Morricone y Johnny Cash, y también soy fan de Tchaikovsky, de Beethoven… No encuentro en Madrid una tienda que arregle en agosto el amplificador, un Pioneer que compré hace 20 años. Así que me voy al Fnac y me compro un altavoz con el que me voy apañando hasta que pueda llevar el amplificador a reparar.
18.00 horas. Pierdo mucho tiempo viendo las redes sociales. Tienen un punto de adicción. Twitter te permite pulsar la temperatura moral de un país. Y sobre todo ver los estragos políticos y sociales que estamos viviendo con la pandemia. Es evidente que no podemos estar contentos con la gestión que se ha hecho. Los datos son catastróficos. Nadie quiere venir a España. Somos los apestados de Europa.
12.00 horas. Mi mujer, Ana Merino, que también es escritora, y yo nos vamos a pasar el fin de semana a San José, en Almería. Vamos en coche. Son 500 y pico kilómetros y unas seis horas. Paramos en un área de descanso bajo el brutal sol de Jaén, porque no hay una sombra y nos comemos una tortilla de patatas que ha preparado Ana en casa. Nos cocemos vivos y seguimos viaje hasta San José. Dejamos el coche, subimos al apartamento que hemos alquilado, nos ponemos el bañador y nos vamos a la playa de los Genoveses a darnos un baño. Después nos comemos unas sardinas a la plancha en Casa Sebastián, un chiringuito a pie de playa.
10.00 horas. Nos vamos a la playa nudista de Barronal, también en el Cabo de Gata. Nos ponemos en pelotas y no me reconoce nadie. Tampoco pasaría nada. Entrar así en el mar si has visto 'Tiburón' tiene un punto incómodo.
14.30 horas. Me gusta comer, cosas muy naturales, pero estoy flaco. No bebo alcohol, hace seis años que lo dejé. Soy exalcohólico. El fantasma de la recaída prácticamente ha desaparecido. A veces estás frente al Mediterráneo y te estás comiendo un pescado soberbio… y echas de menos un vino blanco frío. Pero bueno. Hay sustitutos maravillosos… un agua con gas con hielo y limón puede parecer un gin-tónic perfectamente.
20 horas. Me ducho antes de salir a dar un paseo. Y me perfumo. Soy un enamorado de las colonias. Durante algunos años escribí críticas de perfumes de mujer. La putada es que con la pandemia, yo mismo cuando me voy a poner colonia me digo '¡pero para qué, si me la voy a tragar entera con la mascarilla!'. El perfume está concebido como un acto de bienvenida al otro, una exaltación del aire a favor del tú, pero ahora en vez de alegrar la vida a una persona se la alegras a un ser inerte. En cuestión de perfumes de hombres, Valentino no tiene rival. De mujer, el Mugler.
19.00 horas. Me gustan muchísimo los zapatos y los relojes. Salgo a mirar más que a comprar. Hace poco me pasó una cosa maravillosa. Fui a hacer una presentación de 'Alegría' a Elche, y tuve la suerte que un lector era el director de Panama Jack. Le dije que era fan de esos zapatos. Me mandó unos Panama alucinantes… de mi número, el 43. Me gustan tanto que apenas los uso. No los quiero desgastar.
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