«¿Qué es la información?». La que Yuval Noah Harari plantea en el arranque del primer capítulo de su último libro, 'Nexus' (Ed. Debate, 2024), puede parecer una pregunta sencilla de responder. Hasta que uno piensa más profundamente en el asunto. El historiador y filósofo ... israelí, pensador fundamental para unos e intelectualoide de moda para otros, le dedica quince páginas y no saca de dudas al lector. Al contrario, le pone frente a otra duda de gran actualidad y mayor calado: «¿Qué es la verdad?».
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El autor de 'Sapiens', obra de la que vendió 25 millones de ejemplares, sostiene que el verdadero poder del ser humano emana no de sus facultades físicas o intelectuales, sino de su capacidad para crear y navegar por redes complejas de información que son un arma de doble filo. Por un lado, la posibilidad de compartir esa información ha promovido la cooperación, la innovación y el desarrollo, pero, por el otro, la capacidad para manipularla también incita a la violencia y consolida el poder en manos de unos pocos.
La verdad nunca ha sido inmutable, sino un ente fluido que cambia y se adapta con los tiempos. Y sucede en todos los ámbitos: desde la historia, donde a menudo se revisan antiguos paradigmas, hasta la ciencia, en la que un estudio modifica las conclusiones del anterior. Se sostuvo que los neandertales nunca se mezclaron con el homo sapiens hasta que se supo que sí lo hicieron, y el pescado azul fue malo para la salud hasta que se descubrieron sus propiedades positivas.
En la era de la posverdad, sin embargo, la irrupción de las redes sociales en internet y la inteligencia artificial sacuden la comunicación y cualquier definición de información y la verdad. Ya no se puede creer ni en lo que se ve, algo que puede acabar socavando los fundamentos de la Humanidad. «Durante miles de años, profetas, poetas y políticos han utilizado el lenguaje para manipular a la sociedad. Ahora los ordenadores están aprendiendo a hacerlo. No necesitarán enviar a robots asesinos para dispararnos. Pueden manipular a las personas para que aprieten el gatillo», avanza.
Harari dibuja un panorama bastante pesimista. «Tenemos buenas razones para temer a las tecnologías nuevas y poderosas», escribe con relación a la inteligencia artificial, argumentando que esas tecnologías «suelen conducir a desastres históricos no porque sean intrínsecamente malas, sino porque a los humanos les lleva tiempo aprender a usarlas con sensatez». Importa cómo se usa y en manos de quién está la tecnología.
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El filósofo sostiene su argumento con el ejemplo de la Revolución Industrial, que muchos otros expertos utilizan también para analizar el impacto que puede tener la IA. Pero, si bien la mayoría señala que supuso un gran avance colectivo, el escritor israelí subraya que la prosperidad que provocó llegó solo después de que las potencias tradicionales, empoderadas por esas nuevas tecnologías industriales, colonizaran y esquilmaran multitud de países.
«Las tecnologías del siglo XXI son mucho más poderosas –y puede que mucho más destructivas- que las del siglo XX», afirma Harari en la última parte de 'Nexus', que se perfila como una buena síntesis de ideas que no aporta ninguna nueva. «Si la Humanidad necesitó que le enseñaran lecciones tan terribles para aprender a gestionar la energía del vapor y los telégrafos, ¿cuál será el coste de aprender a gestionar la bioingeniería y la IA?», se pregunta. Aunque trata de evitar el catastrofismo en la respuesta, tranquilizadora no es.
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Por un lado, Harari incide en la capacidad de adaptación del ser humano, pero, por el otro, advierte de que «la IA y la robótica cambiarán el funcionamiento de numerosas profesiones», servirán para atentar contra los principios democráticos y la privacidad de los ciudadanos, y pueden superarnos en ámbitos que considerábamos nuestro coto exclusivo. «Es probable que los ordenadores se vuelvan más creativos que nosotros en muchos campos, porque son excelentes en el reconocimiento de patrones».
El autor da constantemente una de cal y otra de arena. Se destruirán empleos, pero surgirán otros que ni siquiera podemos imaginar, lo mismo que hace veinte años no habríamos concebido profesiones como la del piloto de drones o el moderador de redes sociales. En su opinión, eso impide determinar ahora la formación adecuada para las generaciones venideras, ya que «el empleo será muy volátil» y los trabajadores deberán actualizarse constantemente.
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Por eso, el quid de la cuestión estará en nuestra capacidad para adaptarnos cada vez a mayor velocidad, y la gran incógnita es qué sucederá en ese periodo de transición. Quiénes sobrevivirán. Harari apuesta por los que realizan labores manuales. «Aquellos que en 2050 aspiren a un empleo quizá deban invertir en sus habilidades motrices y sociales tanto como en las intelectuales», sentencia, argumentando que «la IA está lejos de tener las habilidades necesarias para automatizar tareas como sustituir los vendajes de una persona herida o poner una inyección a un niño que llora».
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