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Junto a un lama, José Manuel Cánovas, gurú de Mahasandhi. R. C.
«Los que viven allí son víctimas, gente perdida, rota, machacada»
La salida de las sectas

«Los que viven allí son víctimas, gente perdida, rota, machacada»

Las intervenciones para los adeptos a un gurú o coach son voluntarias e intensas, hasta que ellos mismos entienden cuál ha sido su proceso y cómo romper con la dinámica

Sábado, 11 de mayo 2024, 13:34

El adepto a una secta se involucra a «fuego lento», explica el psicoterapeuta Miguel Perlado. «A través de pequeños clics en su cabeza se generan rupturas, hasta alejarse de la familia. Las sectas institucionalizan el abuso psicológico como medida de elevación. Mientras más te rompas más vas a trascender, le dicen y suelen salir después de décadas».

Con un centenar de intervenciones directas a personas que estaban atrapadas en la dinámica sectaria, Perlado se acerca «poco a poco» hasta tener intervenciones intensas, largas, que pueden durar dos o tres días, con disposición las 24 horas. Luego se deja pasar el tiempo para que el paciente «revalúe» su situación. «El enfoque no es violentarlo sino generar un diálogo. Ahí empieza la posibilidad de salida. Hay abstinencia física e interior, como con las drogas. La persona tiene pánico a soltar las gafas que le colocó el grupo para mirar la realidad. A caer en la nada, en la locura, en lo peor».

En la querella contra el gurú del mercurio, José Manuel Cánovas, sólo hay dos querellantes. «Los demás tienen miedo, piensan que tiene poderes. Te enseñan que el gurú es más importante que dios y si le haces daño vas al infierno», reconoce M., exmiembro de la secta Mahasandhi y querellante.

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Su experiencia la refrenda TZ, una mujer que acudió a un retiro en este lugar y la atrapó la pandemia. Estuvo allí más de un año y limpió los envases homeopáticos. «Vi el miedo y la jerarquía», cuenta. «He visto LSD, porros, pero no sé quién lo daba. Había un niño, pobrecito mío, que no tenía los cinco años y se autolesionaba».

«También he visto las cicatrices en la lengua de los cortes en el frenillo que hacían en los rituales», prosigue. «A dos chiquitas de 18 años que hacían chirivitas, ponían inciensos y sonaban los tambores, y otros con los ojos en blanco».

No huyen. «Tienen miedo. Los que viven allí son todos víctimas. Gente perdida, rota, machacada, ese es el caldo de cultivo. No soy afortunada por ver tanto sufrimiento. Y mientras tanto el señor estaba en su reino, en su búnker con terraza y jacuzzi, sin relación con los demás». Con su reino en la cuerda floja, este gurú podría ser el primero en caer de una larga lista.

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