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PABLO M. DÍEZ
Wuhan
Domingo, 31 de enero 2021, 09:11
Un año después del estallido del coronavirus en Wuhan, los expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) han inspeccionado este domingo el tristemente famoso mercado de Huanan, donde se vendían animales salvajes y se sospecha que se originó la pandemia o desde la ... que se propagó a todo el mundo. Aunque los especialistas de la OMS no encontrarán nada en esta enorme lonja, que fue cerrada el 1 de enero del año pasado y ha sido desinfectada y vaciada, su visita está cargada de simbolismo porque Huanan sigue siendo el epicentro del coronavirus hasta que se descubra lo contrario. Su entrada en el mercado, a cuyas puertas se han asomado para ver el edificio contiguo, es además la foto que el planeta lleva esperando desde mayo, cuando China accedió a permitir una investigación internacional sobre el terreno.
Después de numerosos retrasos y contratiempos, los 14 virólogos, epidemiólogos, médicos y veterinarios de la OMS llevan ya tres días trabajando en Wuhan tras salir el jueves de su cuarentena de dos semanas, obligatoria al llegar a China. Además de la lonja de Huanan, por la mañana han visitado el mercado de abastos de Baishazhou, que es el mayor de la ciudad. Allí se trasladaron algunos de los comerciantes de Huanan tras su clausura, con los que al parecer han hablado. Además, en Baishazhou está el centro de control de la cadena de frío en Wuhan, una parada en la que han insistido las autoridades chinas para explicar su teoría de los congelados importados como origen del coronavirus.
Hasta ahora, la hipótesis más plausible para los científicos es que el coronavirus es de origen natural. Similar en un 96,2 por ciento similar a otro coronavirus de murciélago hallado en 2012 en una cueva de Yunnan, al suroeste de China, se sospecha que habría mutado en el mercado de Huanan al pasar a otra especie intermedia y, luego, al ser humano. Pero 13 de los 41 primeros casos, y tres de los cuatro iniciales, no tenían relación con la lonja de Huanan, lo que ha disparado todas las especulaciones, entre ellas varias «teorías de la conspiración».
Durante la presidencia de Trump, Estados Unidos denunció sin pruebas que el coronavirus procedía del «superlaboratorio» P4 de China, uno de los más sofisticados y con los virus más peligrosos del mundo y que, precisamente, se ubica a las afueras de Wuhan. Además, a menos de 300 metros de la lonja de Hunan está el Centro de Prevención y Control de Wuhan, donde también se investiga con murciélagos. Creado o escapado a través de una fuga, el coronavirus, denominado, Sars-CoV-2, se ha convertido en una enconada disputa política que ha dañado la imagen internacional de China. Como respuesta, Pekín sugiere que el coronavirus estaba en otras partes del mundo y estalló primero en Wuhan, donde habría entrado a través de alimentos congelados procedentes del extranjero.
Eso es lo que, un año después, intentará averiguar la misión de la OMS, que durará dos semanas y se desarrolla bajo el secretismo habitual del autoritario régimen chino. Aunque las autoridades no han informado del programa de los expertos, la Prensa internacional los sigue cada día para ver qué lugar visitan. A su llegada, se repiten las mismas escenas de caos porque la seguridad intenta impedir que los periodistas tomen imágenes o hagan preguntas a los expertos, que se limitan a saludar desde el coche. Eso es lo que ha ocurrido este domingo en la entrada al mercado de Baishazhou, donde los guardias incluso han abierto sus paraguas para que los periodistas no graben. Ataviado con un gorro de panda, el traductor de la televisión japonesa NHK incluso ha acabado por los suelos cuando los agentes de seguridad intentaban bajarlo de una valla de cemento a la que se había subido.
Unos incidentes embarazosos, y totalmente innecesarios, que inflaman las sospechas sobre China y confirman su escasa transparencia. Igual de caótica, pero sin paraguas tapando la visión ni forcejeos más allá de los empujones habituales, ha sido la llegada al mercado de Huanan, donde los periodistas también han intentado hablar con el equipo de la OMS. Pero sin éxito. Recluidos en un «resort» de lujo a las afueras de Wuhan, los expertos todavía no han hecho declaraciones públicas desde que llegaron a China y están «blindados» en sus desplazamientos, en los que entran y salen a toda prisa de cada sitio bajo una nube de fotógrafos y cámaras de televisión.
El sábado, tras visitar una exposición de la propaganda sobre la lucha de China contra el coronavirus, guardaron silencio ante las preguntas que les gritamos Stephen McDonell, de la BBC, y este corresponsal. Hoy se han limitado a alzar el pulgar y a señalar de forma confusa al otro edificio de Huanan, al que no han podido entrar, cuando McDonell les ha preguntado si estaban satisfechos con el acceso a la información que están teniendo. Cuando una de las expertas ha comentado algo apenas audible desde el otro lado de la calle, y los periodistas hemos cruzado la calle hasta la valla de seguridad, la comitiva ha vuelto a meter a los expertos en la lonja y a cerrar la puerta. Su interior, totalmente desnudo, sigue guardando el misterio del coronavirus tras unas vallas azules con bucólicos paisajes chinos que intentan borrar su infausto recuerdo.
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