Se contagió de la covid con 116 años y ha sobrevivido para celebrar, el jueves, su cumpleaños 117. Lucile Randon esperaba el momento de la celebración con una copa de agua mineral embotellada, tras un sobrio cartel que le deseaba un «feliz aniversario». Después ... llegaron el paté y el vino; y más tarde, dormida la siesta, la tarta. Hábitos que podrían parecer pedestres, de no estar ante el gran misterio de la longevidad humana. Sor André, como se hace llamar desde que se entregó a la iglesia católica en 1944, es la segunda mujer con más edad del mundo, después de la japonesa Kane Tanaka, que le lleva un año, según el libro de récord Guiness. La apacible Randon tiene varios: la religiosa más longeva jamás registrada, la más anciana que ha sobrevivido al coronavirus, la más vieja de Europa... un ascenso involuntario y macabro que depende de la muerte de quienes nacieron antes que ella.
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Pero el secreto que guarda su genética va más allá, porque ha resistido, a pesar de su aparente fragilidad, a una enfermedad que ya se ha cobrado más de dos millones de vidas en el mundo. Se contagió a mediados de enero y apenas notó los síntomas, según sus cuidadores. Salió indemne. Estuvo aislada y cansada, nada más. Pero ésa no era una cepa inocua. Como ella, se infectaron casi todos los que vivían en su residencia, 81 en total, y murieron diez, según los medios franceses. «No tenía miedo», dijo a la televisión local, BFM. La resistente Randon, sin embargo, deja entrever un cansancio vital. «Desearía estar en otro lugar», lamenta.
No es el primer virus que conoce. Nacida en 1904, la gripe que acabó con unas 50 millones de personas durante la Primera Guerra Mundial también la cercó a ella, junto a la penuria dejada por esa gran contienda europea. Tenía 14 años y sus dos hermanos luchaban en el frente. También hubo una gemela, que no tuvo su suerte y murió a los 18 meses. Randon no huyó del sufrimiento en primera fila, y trabajó tres décadas en un hospital en el Vichy de la posguerra.
Ahora, lúcida y delgada, se desplaza con una silla de ruedas. Sus clarísimos ojos descubren su invidencia, por lo que suele tener los párpados cerrados al hablar. Sin mascarilla, aunque a su alrededor sí la llevan sus acompañantes, Randon suele estar con las manos entrelazadas, como si rezara, o quizás haciéndolo. En la mañana de su cumpleaños dio un paseo por el jardín de la residencia de mayores Sainte-Catherine Lanboure, en el Mediterráneo francés, donde vive aferrada a sus horarios de descanso y alimentación.
En su aniversario hizo un día soleado y, a pesar de la temperatura de febrero, la hermana de la congregación de Saint Vincent de Paul vestía una ligera rebeca azul sobre su sobria y blanca ropa religiosa, con una cofia a juego. Habló por teléfono con sus sobrinos-nietos, y también recibió las felicitaciones de las autoridades, empezando por el presidente Emmanuel Macron. Hubo flores y misa, oficiada, desde luego, por el obispo de Tolón, su último destino.
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