Piedad Vázquez sufrió acoso psicológico por espacio de un año. José Ramón Ladra

Víctimas de los primeros novios

Las relaciones adolescentes de muchas mujeres se ven asaltadas por conductas que empiezan con sutileza y escalan hasta convertirse en violencia sexual y agresiones. Jóvenes que sufrieron esos abusos nos cuentan su amarga experiencia

Domingo, 16 de octubre 2022

Los primeros amores, los que ocurren en la adolescencia, pueden acabar siendo un infierno de violencia de género y consolidar durante años una relación abusiva con el novio. No tiene por qué ser así, pero a veces sucede. Los insultos y los señalamientos despectivos son ... el primer síntoma del control machista. «Conductas como mirar el teléfono móvil de tu pareja, saber sus contraseñas, llamar para controlar dónde está y con quién son entendidas por los jóvenes como pautas del amor romántico», explica Noelia Palacios, técnica que atiende el teléfono de ayuda a jóvenes de la Fundación Ana Bella (665 541 133), que ha ayudado en 230 casos acontecidos durante el último año.

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«Los y las jóvenes siguen teniendo dudas sobre qué conductas son machistas, porque todavía se creen el cuento del príncipe azul, y normalizan conductas que en realidad no son normales», sostiene.

Estas violencias de baja intensidad que las jóvenes suelen callar son cada vez más denunciadas y juzgadas en los tribunales especializados, con cerca de 4.000 juicios por delitos leves celebrados en lo que llevamos de 2022, según el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial. Las injurias (41%) y las vejaciones injustas (37%) fueron los delitos más frecuentes, según la misma fuente.

No es sin embargo violencia de baja intensidad la que destila el testimonio de una víctima, que ahora tiene 29 años pero que sufrió una relación de este tipo desde que tenía 16, y que prefiere mantenerse en el anonimato. «Montaba un drama increíble en la calle o delante de otras personas porque conocía mi sentido de la vergüenza y aprendió cómo dominarme con la violencia ambiental», recuerda. «Por ejemplo, en una cena con mi familia, podía hacer que dejara de comer con sólo mirarme, o simplemente me dejaba en ridículo».

En los testimonios recabados por los especialistas se advierte que existen zonas grises, franjas que no se identifican como conductas agresivas. Por ejemplo, presión para tener relaciones sexuales sin estar segura de realmente quererlas, comentarios denigrantes, control de los métodos anticonceptivos, peleas sin motivos, tretas para que no salga con otras personas, alejamiento de los padres, escenas de celos...

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Al principio, sin peleas

De baja intensidad y justificada en el querer, la violencia de este tipo se filtra en lo más íntimo y empieza a cambiar de signo. «Al principio me manipulaba en positivo, sin peleas, con sutileza», cuenta la víctima que resguarda su nombre. Él tenía 24 años, y además para ella era su primera pareja. «Todo era por primera vez», resume. Pero el horror empezó: «Yo era forzada a tener relaciones sexuales. Empezaron por abusos y terminaron en violaciones. Me arrancaba la ropa, me hacía daño en mis partes por el forcejeo. Yo recuerdo estar llorando mientras él estaba haciéndolo y diciendo que dejara de llorar, que ya iba a terminar. Es difícil identificar que tu novio te está violando, pero tenía heridas en mis partes y me provocaba un dolor brutal».

La violencia física se entremezcla con la psicológica, a través de la destrucción de la autoestima y el control del dinero, la dieta, las actividades, la ropa. «Cada relación es diferente. Cada una tiene unas señales. La violencia está más cerca de lo que se cree», dice Sara García, que sufrió el control del móvil, humillación verbal y aislamiento de sus amistades antes de recibir el primer bofetón. Ahora ha fundado la marca de cosmética ecológica Kiérete como respuesta a ese maltrato. «He olvidado mucho, por supervivencia. Las cosas brutales como las palizas y las humillaciones. Si no, nos volveríamos locas».

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Las víctimas no suelen denunciar pero recurren a ayuda psicológica para superar los traumas, a veces muchos años después de esos episodios. En efecto, «la tendencia es a normalizar», indica Santiago Boira, director del máster de Relaciones de Género en la Universidad de Zaragoza. «No es una cuestión de educación ni de sensibilidad. Lo hemos visto con lo que pasó en el Colegio Mayor Elías Ahuja (donde gritaron insultos a las chicas del edificio de enfrente en Madrid, la semana pasada). En la base de las actitudes sexistas machistas hay un sistema de creencias, afianzada por el grupo, que genera distorsiones cognitivas por razones de género. Los hombres cada vez a edades más tempranas manifiestan estas actitudes».

Las víctimas coinciden en que la zona gris, la duda sobre una situación de abuso, se deshace con el primer golpe. «Se llega a la violencia física cuando la víctima todavía consigue rebelarse», asegura Palacios. «Para anularla ejercen la violencia física». Pero con la primera mala cara al salir, la crítica inédita a la vestimenta o la primera revisión del móvil, el camino hacía el abuso se hace inexorable.

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«Cada maltratador tiene sus propios tiempos y depende también de cuánto tarda la pareja objeto de abusos en ser dependiente emocional de él», sentencia la víctima que aún hoy, aunque trabaja con otras chicas que han sufrido lo mismo que ella, prefiere que no se sepa su nombre.

  1. Piedad Vázquez. 26 años

    «Ni caricias ni besos, yo era un agujero y punto»

Piedad se dedica ahora a dar charlas para ayudar a otras víctimas, sobre todo jóvenes. José Ramón Ladra

«Empecé la relación cuando tenía 15 años. A esa edad, ves que alguien que tiene coche se fija en ti y dices 'qué guay'. Él tenía siete años más que yo. Todo era idílico, hasta que empezaron episodios extraños, después de que perdí la virginidad con él. Era verano. Empezó a portarse como una persona celosa compulsiva. Decía que no quería que la gente del pueblo dijera que su novia era una puta. Me prohibió ponerme escote, vestidos cortos. Me pasé ese tiempo en pantalón largo y camisetas anchas. Tampoco tacones porque era más alta que él y creía que lo hacía para ridiculizarlo».

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«Me llegó a decir que yo era demasiado guapa y que me iba a terminar dejando. Después me impedía salir. Se imaginaba que cualquiera que llegaba a Huelva era para estar conmigo. Me decía que lo hacía por miedo a perderme, porque me quería mucho. Yo al principio pensaba que eso era bonito. Con el maltrato iba poco a poco. Yo hacía lo que decía, pensando que eso me iba a ahorrar un montón de disgustos. Pensaba que si él estaba tranquilo, yo también. Él estaba obsesionado con que miraba mucho a la gente. Terminé mirando al suelo. La relación duró un año».

«Tenía las contraseñas de mis redes sociales porque él me las cambió. Sólo podía meterme en Tuenti y Facebook con él, pero me tenía que salir del cuarto para que él tecleara la clave. Tenía que revisar las notificaciones delante de él. Yo estaba en el instituto y él me llamaba de madrugada, aunque tuviera clases al día siguiente. Quería discutir, decirme que era una guarra. Repetí curso, el cuarto de la ESO».

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«Cuando iba a salir de fiesta con sus amigos me llamaba para que le planchara la ropa. Yo iba y él me obligaba a tener relaciones sexuales. Para salir desahogado porque se iba a encontrar mujeres mejores que yo, decía. Yo era sumisa. Él me esperaba con los pantalones bajados. Ni caricias ni besos, yo era un agujero y punto. Me decía que si me entraba bien era porque yo estaba con otro chico. Así que me contraía para que viera que no. Después, con mi siguiente relación, me dolía cada vez que lo hacía. Era automático. Sufría una frigidez psicológica».

«El móvil me lo cogía aleatoriamente. Una vez se lo quedó tres días para comprobar que nadie me llamaba. Concluyó que yo le había advertido a esa persona. No le bastaba nada. El día que le dejé me dijo que me iba a coger el móvil. Yo le dije que me diera él el suyo. Me dijo que no y me quitó el mío de una manera muy fea. Se lo quité de las manos, le eché valor, salí de su casa y decidí no volver más. Me dejó mensajes. Ultimátums, insultos, amenazas. No le contesté. Lo recuerdo como si fuera ayer».

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«Un día vi un anuncio de un chico cogiéndole el móvil a una chica, sobre violencia psicológica y supe ponerle nombre a lo que había vivido. Nunca quise denunciar. No tuve agresiones físicas, pero me agarró una vez del cuello. Decidí dar charlas para ayudar a otras víctimas, sobre todo jóvenes. Entre nosotras nos identificamos porque sabemos cómo funcionan esas mentes. Primero es el mejor hombre del mundo, luego empieza con el 'joder, cómo te quiero' y los celos. Ahí empieza a lo bestia. Entonces o lo dejas o vienen las agresiones físicas. O el peor final».

  1. Sara García. 27 años

    «Cuando él se movía, yo me hacía una bolita, como si mi cuerpo se defendiera»

Sara García venía de un hogar donde maltrataban a su madre, «pero pensaba que eso a mí nunca me iba a pasar». Jesús Signes

«En verano conocí a un chico que era diez años mayor que yo. Era de aquí, de Gandía, donde nos conocemos casi todos y mis amigas me avisaron que no era bueno. Pero yo, que había sido en casa testigo del maltrato a mi madre, pensaba que a mí eso nunca me iba a pasar, que yo no iba a llegar jamás a ese punto. Empecé una relación con él. Todo iba súper bien, me enamoré».

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«No supe ver las primeras señales. Se iba un viernes y volvía un domingo, sin que yo supiera dónde estaba. Hacía que me ignoraba y luego me pedía perdón. Me quitaba la autoestima y yo lo pasaba fatal. Me humillaba con frases del tipo 'no vales para nada, sólo yo te voy a querer', 'tienes un problema con tu carácter'... Si le recriminaba que le habían visto con alguien, me decía que estaba loca, que nadie podía quererme así. Te lo acabas creyendo».

«Al mes, cuando cogimos confianza, me controlaba el móvil. Me chantajeaba con que se lo diera o lo iba a romper. Una vez lo hizo. Otra, le dio un puñetazo a la pared, al lado de mi cara, como si hubiera evitado darme a mí. Cuando supo que me tenía ahí, empezó la violencia sobre mí. Primero reforzó la psicológica. Yo pensaba que era por amor, que es lo que le pasa a la gente joven.

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«Pronto me dio el primer bofetón. Sucedió en las zonas donde íbamos a bailar salsa y bachata. Me vio hablando con alguien, me sacó y me pegó. Allí ya me di cuenta de lo que estaba pasando, y sin embargo transcurrió mucho tiempo, año y medio, hasta que decidí cortar la relación. También había violencia sexual. Hice cosas que no quería por complacerle».

«Porque las cosas fueron demasiado rápido y me mudé con él antes del año. Luego me llevó a Valencia, y me aisló completamente. Me veía con mi madre y mis amigas a escondidas. Ellas siempre me decían que lo dejara. Tampoco podía saludar a otros chicos. Le denuncié y le pusieron orden de alejamiento. Yo no retiré la denuncia, pero volví con él. Tenía mucha dependencia emocional. A los dos años le denuncié por segunda vez porque me dio una paliza fuerte, que una compañera de trabajo notó. Me vio un moratón, me advirtió que me iba a matar y me acompañó. Él ingresó en prisión. Estuvimos juntos más de tres años».

La segunda relación

«Dos meses después, todavía estaba vulnerable y no había dejado la terapia psicológica, y conocí a otro chico con las mismas características. Sabía que él no había tratado bien a sus parejas pero creí que iba a cambiar. Esa relación duró otros tres años y medio. Y fue lo mismo. Al principio te cuidan y te respetan pero ejercen la violencia psicológica. Cuando él se movía, yo me hacía una bolita, como si mi cuerpo se defendiera. Vivía con miedo constante. Me tiraba la ropa por el balcón, tenía que ir a recogerla en ropa interior, o me echaba alcohol por encima del pelo para que no pudiera salir con mis amigas porque si me lo lavaba, llegaba tarde. Luego vino la violencia física, sobre todo cuando bebía. Para abandonarle me tuve que ir a Inglaterra y empezar de cero».

Ahora ha fundado la marca de cosmética ecológica 'Kiérete', como respuesta al maltrato recibido en esas dos relaciones. «He olvidado mucho, por supervivencia. Si no, nos volveríamos locas».

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