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antonio corbillón
Domingo, 24 de julio 2022, 00:18
Losacio, 'zona cero' del incendio forestal más grave de la historia reciente de España, es hoy un pueblo aliviado. ¿Contradicción? No. La ruleta de la fortuna, marcada por la dirección del viento. «Solo tuvimos suerte y nos tocó la lotería. El viento decidió soplar para ... el otro lado. Pero llegará la próxima vez». A sus 81 años, el alcalde, Santiago Campo, se acerca por primera vez hasta el origen del voraz incendio después de cuatro días con el pueblo bloqueado.
Desde que se inició a media tarde del pasado domingo, ha arrasado 31.473 hectáreas de la comarca de Tábara, se ha llevado las vidas de un bombero forestal y un ganadero, y deja otras 15 personas heridas. Vecinos de 34 localidades tuvieron que ser desalojados durante estos días.
Todo comenzó en la peña El Cueto, a unos tres kilómetros de Losacio. El rayo impactó junto a una torre de alta tensión. «Pasamos mucho miedo», relata Santiago. «El fuego rebotaba de un lado para otro. Parecía que tenía vida propia. La línea del tren hizo de cortafuego. Solo así se explica que no llegara a nuestro pueblo, que está a un kilómetro, y que volara hasta Tábara, que está a 18».
También fue clave la intervención vecinal. «Doce residentes del pueblo cortaron con sus máquinas. Si no, se mete más para aquí», continúa Manuel Fernández, yerno de Santiago y concejal. Además, la vía del tren que se ha reutilizado para el AVE a Galicia hizo de talud. De algún modo, la modernidad que les ha dejado al margen también ha hecho de cortafuego para evitar que les borraran definitivamente del mapa.
El octogenario alcalde recuerda los años 50 y 60 del siglo pasado cuando «había en Losacio 4.000 ovejas y cabras, cientos de vacas. No había ni una sola jara ni un matojo en los montes». Hoy apenas quedan dos ganaderos, con menos de 200 cabezas. Uno de ellos, José Antonio Crespo, busca algún claro en el que meter sus reses. «Me ha quemado 80 hectáreas de pasto. Estoy metiéndolas en fincas privadas. Si me dan un toque, me tendré que ir», se teme.
El viaje hacia el interior de estos 315 kilómetros cuadrados convertidos en hollín es una sucesión de fumarolas que mantienen tensos a los equipos de extinción, de un lado a otro. Una visibilidad que ya querrían los vecinos cuando el fuego les cercaba.
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En San Martín de Tábara, a 7 kilómetros de Losacio, la negrura lame las tapias del cementerio, el depósito de agua y el campo de fútbol, en pleno centro de pueblo. La fuente situada junto a una portería mana fresca y abundante agua. Es el improvisado centro de reunión de los vecinos.
«Lo que peor llevo es que dejaran entrar las llamas hasta aquí», protesta Otis Lorenzo, que a sus 85 años, sigue pastoreando unas pocas vacas y ovejas, a las que «no les ha quedado ni un 'pradito' para comer». Porque en San Martín se ha quemado el 100% del término. «Tenemos casi 3.500 hectáreas y no ha quedado ninguna sana, salvo el propio pueblo», informa Ethan, un chaval de 15 años muy hábil en redes sociales.
Exhibe en su móvil el mapa del sistema Copérnico europeo de medición. «Ahora mismo tenemos el aire más contaminado de España». En la pantalla muestra un manchurrón negro sobre Tábara. Ethan es una anomalía humana en esta tierra de mayores. No teme al desastre. «En cuanto acabe la secundaria me vengo para el pueblo a trabajar. ¿Cuánta gente conoce usted que quiera hacer eso?», reta el adolescente.
A su lado, el alcalde, Miguel Río, otro político en tiempo de prolongación vital, revive un fuego que «era muy malo y no lo podía apagar nadie». Y, a pesar de ello, «por San Martín no ha pasado ni un solo helicóptero. ¿No le dará vergüenza a Mañueco?», se pregunta bajando la voz como si pudiera escucharle el presidente de la Junta de Castilla y León.
Río lo es todo en San Miguel. Político, agricultor y ganadero. Su casa es una de las dos viviendas afectadas por el fuego. Por todos los pueblos se recogen relatos que hablan de un fuego que «parecía tener vida propia, capaz de acelerar y frenar como si fuera un pelotón ciclista». No solo es el mayor de la historia reciente. También es el más agresivo.
«Nunca he visto crecer tanto un fuego en tan poco tiempo», resume el ingeniero forestal, miembro de la red Copérnico y divulgador de la nueva realidad climática en su cuenta de Twitter Educación Forestal, Celso Coco.
Este fuego ha desbancando en un mes al de la vecina Sierra de La Culebra (24.737 hectáreas arrasadas). No hay precedentes de una bola de fuego tan cambiante, con vida propia, capaz de devorar 11.000 hectáreas en solo cuatro horas. Solo así se explica las escenas del juego del gato y el ratón que las llamas han dramatizado con Àngel Martín, cuya imagen ardiendo tras saltar de un tractor cerca de Tábara han dado la vuelta al mundo. Ahora se recupera en el hospital Río Hortega de Valladolid de las quemaduras en el 80% de su piel.
Los vecinos están cortados por una espartana resistencia. «Lo que se ha perdido por la fuerza lo vamos a recuperar por la fuerza», se anima Unai García. Este joven agricultor de apenas 18 años y su familia regentan una finca a las puertas de Tábara, cabecera de la zona (750 habitantes) donde se logró vencer al fuego.
La tragedia ha devuelto a la comarca a jóvenes que emigraron. Clara Río, que trabaja en Madrid, contempla impotente cómo el fuego abrazó la casa familiar de San Martín de Tábara. «Está llegando la solidaridad de mucha gente, pero cuesta canalizarla porque aquí no se manejan en redes sociales. Nos falla hasta la cobertura». «Da dolor ver la casa de la abuela quemada», se emociona Clara. «No solo es lo de ahora, es ver cómo se pierde por completo una forma de vida».
En Tábara, dos miembros de los retenes de extinción, exhaustos y decepcionados, mascullan su cansancio y desolación. «El monte es nuestro, siempre estuvo ahí. No lo puso la Junta. Pero habrá próxima vez. Y ya no quedará nada que quemar», vaticina José Ferrero.
Si se analiza la historia reciente de Losacio, sinónimo ya de la devastación forestal, se entiende lo que está pasando en Zamora y el resto de la España rural. Con 55.000 hectáreas calcinadas en apenas un mes (Sierra de La Culebra y ahora la comarca de Tábara), Zamora no solo encabeza la siniestralidad forestal. Es la provincia más envejecida de España y la que más población pierde. Hace 20 años aún rozaba los 200.000 habitantes. Se desangra a un ritmo de un casi 1% anual y ahora apenas supera los 165.000. En la provincia ya se consideran «capital de la España vaciada y calcinada».
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