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J.M.L.
Toledo
Martes, 15 de agosto 2023, 13:08
El veraneo suele ser sinónimo de playas atestadas, ciudades de interior con hoteles sin habitaciones libres o regreso al pueblo familiar con las tradicionales verbenas de las fiestas patronales. Pero también existe un veraneo alternativo: la soledad en una aldea deshabitada. De esto sabe bien ... Francisco Hernández, de 63 años. Llegó a Ciruela, una aldea de Ciudad Real de la que procede su familia, hace siete años nada más prejubilarse después de haber trabajado durante años en una empresa de Barcelona.
Alquiló una casa, reformó el patio interno y construyó un jardín. Se convirtió así en el único habitante permanente de Ciruela, una aldea cargada de historia situada a 11 kilómetros de Ciudad Real capital. Fran, como se le conoce en la zona, vive junto a sus perras y un gato, y pasa el día paseando y disfrutando de los sonidos de la naturaleza pero en soledad. «Vivo muy bien en el campo, muy tranquilo y no necesito grandes comodidades», apunta Fran, que se considera un privilegiado por haber buscado la tranquilidad huyendo del estrés.
Sólo en algunos fines de semana acuden otros vecinos de la aldea para pasar unas horas en sus segundas residencias como Marcial Rodríguez, que preside la Asociación de Vecinos y Vecinas Aldea de Ciruela, y que habita de vez en cuando una de las once viviendas de Ciruela de las que Fran también hace de vigilante. «No tenemos luz ni agua y nos abastecemos de pozos. En mi caso tengo placas solares para la energía eléctrica», explica Marcial, que desde la asociación de vecinos reivindica «salir del olvido, poner en valor un enclave con gran valor histórico, geológico y paisajístico y que ocupe su sitio dentro de la historia de Ciudad Real».
Él y Fran, y a veces algún otro vecino que se deja caer por Ciruela, comparten charla cuando coinciden en torno a una vieja rueda de noria reconvertida en mesa. Fran también recurre a un pozo y a placas solares, cocina con gas butano y cada quince días toma un taxi a Ciudad Real o a los cercanos pueblos de Miguelturra y Poblete para comprar productos básicos.
Fran tiene pensado vivir su jubilación en esta aldea casi olvidada por todos que guarda un rico pasado histórico. Situada en la comarca volcánica de Calatrava, cuenta con chimeneas volcánicas y un domo generado hace millones de años por una erupción lenta de lava viscosa sobre el que se asentó en la Edad Media un castillo del que hoy sólo quedan ruinas. El castillo tuvo una gran importancia estratégica durante el dominio árabe y la posterior Reconquista pues se comunicaba visualmente con el castillo de Caracuel y formaba un triángulo de defensa de los ataques árabes junto al castillo de Alarcos.
La aldea ya estaba habitada en el siglo XII y su nombre aparece en los territorios concedidos por Alfonso X el Sabio en la Carta Puebla de fundación de la actual Ciudad Real. Conquista por los árabes tras la batalla de Alarcos, volvió a manos cristianas en 1212 con la victoria de Las Navas de Tolosa.
Siglos más tarde, hacia 1890, llegó a contar con 81 vecinos. Hoy sólo tiene uno: Fran, feliz de vivir en soledad y de pasar el verano junto a sus animales.
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