Ocurrió hace una semana y las imágenes no tardaron en dar la vuelta al mundo. Miles de maletas amontonadas en las terminales 2 y 3 del aeropuerto londinense de Heathrow, mientras los pasajeros dormían en el suelo rodeados de descomunales colas en los mostradores de ... embarque. Según el Daily Mail, los equipajes llevaban «días apilados» sin que las cintas transportadoras dieran signos de actividad. «Lo siento, toda la industria está hecha un lío», declaraba un consternado miembro del personal de tierra totalmente desbordado. A 5.900 kilómetros de allí, en Washington, las cancelaciones de vuelos están provocando crisis de ansiedad entre quienes han planeado volver a sus casas con motivo de la fiesta del 4 de julio; tienen todavía fresco en el recuerdo los 3.000 vuelos suspendidos y los 19.000 que sufrieron retrasos el Día del Padre, la última gran cita nacional. De vuelta en Europa, el Grupo Lufthansa ha empezado a dirigir cartas a sus clientes habituales donde se disculpa por la corrección a la baja que va a realizar en su oferta de vuelos, ante la imposibilidad, dicen, «de hacer frente con sus actuales recursos» al despegue de la demanda «que ha pasado de cero a casi el 90%», con sus habituales estándares de «fiabilidad, robustez y puntualidad».
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El verano de 2022, que muchos esperaban que fuese el de la recuperación después de dos años de restricciones derivadas del covid, amenaza desde su comienzo con convertirse en una carrera de obstáculos, con las compañías y los aeropuertos intentando mantener una capacidad operativa que se queda corta ante la desbordante demanda. Un escenario caótico que se alimenta de la falta de personal (se calcula que en el pico de la pandemia se fueron a la calle 190.000 trabajadores, y eso sólo en Europa) y los conflictos laborales, que ha incrementado la presión hasta niveles estratosféricos sobre un sector que paga ahora la falta de previsión.
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«Nos esperan unos meses complicados», advertía en este sentido Luis Gallego, CEO de IAG, consorcio que agrupa a British Airways e Iberia, entre otras. Y no es para menos en un mundo cada vez más globalizado. «Los que viajan a Lisboa desde España pueden pensar que lo que pasa en Heathrow no va con ellos, pero el avión sale de allí con cuatro horas de retraso y ya está montada», ilustra Javier Fernández-Picazo, secretario del sindicato de pilotos SEPLA.
Un terremoto que tiene su epicentro en Londres, uno de los 'hubs' más importantes del mundo, donde el Brexit se está cobrando una dolorosa factura. La fuga de trabajadores que está experimentando Reino Unido y la dificultad para recuperar a aquellos que durante la pandemia fueron despedidos o decidieron reorientar su carrera en otra dirección, está haciendo que los operadores y el propio regulador aeroportuario estén pidiendo a las compañías que cancelen vuelos. No pueden atender la demanda.
La situación es extrapolable a todos los aeropuertos del mundo, desde el JFK (Nueva York) hasta Schiphol (Amsterdam). Pero en Reino Unido se ve lastrada por los obstáculos para contratar con el actual marco político. «Ese país contaba antes con un 'pool' de empleados mucho más amplio, podían emplear lo mismo a un inglés que a un español -explican desde la Asociación de Líneas Aéreas (ALA)-. Pero eso con el Brexit ha pasado a la historia, porque cualquiera que vaya de fuera necesita visados de trabajo, además de acreditar que ha estado cinco años en la misma empresa, requisitos de seguridad... Es muy complicado captar así a nadie».
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Las aerolíneas, igual que el turismo en general, han sufrido mucho durante los dos últimos años y han generado una deuda importante, recuerda Fernández-Picazo. «Si a eso le sumamos la guerra en Ucrania, el consiguiente encarecimiento de los combustibles (que representan el 30% de los costes operativos de las aerolíneas) y una altísima inflación, nos encontramos con que las empresas se están pensando muy mucho lo de contratar personal nuevo».
No hablamos sólo de pilotos. Tripulantes de cabina, personal de tierra, limpieza, seguridad... La falta de personal es una constante y desencadena un efecto dominó. En Amsterdam, el tercer aeropuerto del mundo por tráfico internacional, la resaca del covid ha obligado a reducir su capacidad en verano y se ha establecido un límite máximo diario para julio de 67.500 viajeros -13.500 verán sus vuelos cancelados cada jornada-. Además, KLM ha anunciado recortes y su filial Transavia una reducción de 500 vuelos en su programación. Otro tanto ocurre en los aeropuertos germanos, que acusan un déficit de 7.200 trabajadores cualificados según un estudio del Instituto de Economía Alemán. El descalabro es tan generalizado que la IATA, la autoridad internacional del transporte aéreo, ya ha advertido que los permisos de seguridad son un freno para agilizar las contrataciones.
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No es un problema solo de recursos humanos, también faltan aviones. «Las compañías se deshicieron de aparatos para recortar gastos y ahora que los quieren recuperar otros se les han adelantado -explica el piloto-. Pararon muchas flotas, se apartaron los modelos más antiguos y menos eficientes, y ahora que se ha disparado la demanda no hay donde subirse. No olvidemos que la producción de aviones es lenta y no entran en servicio hasta mucho después de haberse adquirido».
En este caldo de cultivo, las huelgas no han tardado en asomar al horizonte, empezando por los trabajadores del Charles de Gaulle (París). En el holandés de Schiphol ya han puesto sus barbas a remojar y subido los salarios. El personal de British Airways ha convocado para finales de julio y agosto paros en demanda de mejoras salariales -el personal de tierra y los agentes de facturación exigen revertir el recorte del 10% en sus sueldos fraguado al calor de la pandemia-, lo que tensará la situación. Otro tanto ocurre con Ryanair, donde los tripulantes de cabina despidieron junio con huelgas (acabaron ayer). Lufthansa y Air France tienen conflictos abiertos con sus plantillas, pero en España quienes más preocupan son los auxiliares de la británica Easyjet, con nueve jornadas de protesta que empezaron el viernes en Barcelona, Málaga y Palma ante el bloqueo en que actualmente se encuentra la negociación del convenio colectivo. Aseguran que su salario es el más bajo de todas las bases que el gigante 'low cost' tiene en Europa.
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En España, donde el Gobierno lleva comprometidos más de 700 millones en dos años para rescatar el sector aéreo, los controladores firmaron un acuerdo con ENAIRE en 2019 para incorporar savia joven a un colectivo necesitado de relevo. «La pandemia frustró todos los planes -señala Daniel Zamit, del sindicato USCA-. A falta de las 137 plazas por convocar este año, somos el 40% de los que deberíamos». En el control de pasaportes admiten estar desbordados -y más este semana, con la Cumbre de la OTAN anulando el espacio Schengen, lo que ha multiplicado los controles-, aunque la Policía Nacional se verá en los próximos días reforzada con 500 efectivos directamente salidos de la academia.
«Habrá que ver si es suficiente, con los traslados de destino, las jubilaciones, las vacaciones a las que también nosotros tenemos derecho. Por no hablar de los británicos, 18 millones de visitantes en 2019, que al quedar fuera de la UE requieren más controles. Se han juntado el hambre con las ganas de comer», dice María Jesús Nieto, portavoz del sindicato JUPOL. «Nosotros acabamos de firmar el quinto convenio colectivo», afirma Ángel Gallego, presidente de la Asociación de Empresas de Servicios de Asistencia en Tierra (ASEATA), que espera haber conjurado cualquier atisbo de problema. Todos cruzan los dedos ante un verano que está más que nunca en el aire.
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Si en algo coinciden todas las fuentes consultadas es que la situación en España es, pese a las largas colas registradas en los controles de pasaportes y seguridad de Barajas, mejor que en el resto de países de nuestro entorno. Y eso aunque la peor crisis que ha enfrentado la industria aeronáutica ha tenido un alcance global.
Ha sido así gracias a los ERTE, «una herramienta que se ha demostrado muy eficaz durante la pandemia y que otros no han incorporado o lo han hecho en un formato no tan eficiente, lo que después se ha traducido allí en despidos fulminantes y una considerable merma de plantillas que ahora no es fácil reconducir», explica Javier Fernández-Picazo, del SEPLA.
Su opinión la comparten en la Asociación de Líneas Aéreas. «Los ERTE han permitido adaptar los recursos humanos a la actividad de cada momento», ponderan. En Reino Unido, los trabajadores disfrutaban de un instrumento similar aunque mucho más restringido en el tiempo. «Allí la ayuda se prolongó sólo hasta septiembre de 2021 (en España fue hasta el pasado marzo), lo que se tradujo en más despidos».
En este contexto, Fernández-Picazo pone en valor los acuerdos alcanzados entre las compañías, los operadores aeroportuarios y los trabajadores, «que accedieron a una reducción salarial o a un empeoramiento de las condiciones laborales para que la empresa no quebrara». Una flexibilidad que se ha traducido, por ejemplo, en la cesión de días libres y que ahora que las aguas vuelven a su cauce, los empleados quieren revertir. Dice que lo ocurrido no se puede entender como un cheque en blanco. «No hay más que ver cuáles son las compañías que ahora plantean conflictos».
Habla de EasyJet, de Ryanair, de Plus Ultra, «donde se acordaron medidas de emergencia para capear el temporal y ahora que estamos en máximos de operación respecto a su capacidad se niegan a sentarse con las plantillas a negociar la vuelta a las condiciones anteriores. Y eso es injusto -denuncia el piloto-, porque al final estás cargando la deuda de la compañía sobre las espaldas de sus trabajadores».
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