Vídeo: Zigor Aldama | Foto: Ignacio Pérez

Las tres olas de lodo que arrasaron Letur: «Kora me pidió que dejase de luchar, que había llegado nuestro momento»

Sin previo aviso, tres olas sucesivas de lodo arrasaron este pequeño pueblo albaceteño el pasado 29 de octubre. Ahora derriba edificios dañados para recuperar su latido bajo la amenaza de un inesperado movimiento geológico

Sábado, 30 de noviembre 2024

Antonia, Manuel, Dolores, Juan, Mónica y su marido Jonathan. Los 920 residentes de Letur conocen por su nombre de pila a las seis víctimas mortales que la dana dejó en este pueblo albaceteño el pasado 29 de octubre. Eran un hijo, una sobrina, un buen ... amigo o una vecina querida. «Aquí nos conocemos todos, somos como una familia, por eso ha sido una tragedia enorme. Yo ni me he atrevido a bajar al casco antiguo. No quiero ver cómo ha quedado», comenta Encarna Juárez, que ha perdido a su sobrino Juan, señalando con el dedo al horizonte para subrayar lo lejos que se localizaron algunos de los cadáveres.

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A su lado pasea Pilar García, que asiente en silencio. «Esto no se digiere», murmura. La riada se llevó a su tía Antonia. El agua reventó la fachada y arrastró a la mujer por la rambla. La encontraron a 12 kilómetros de distancia. Juan y Manuel, empleados del Ayuntamiento que acudieron al rescate cuando el desbordamiento era inminente, se vieron sorprendidos dentro de su vehículo por la avalancha de ramas y barro que los lanzó por el barranco. «El sitio por el que cayeron los coches me supera», sentencia Juárez con voz entrecortada.

El centro de Letur todavía está acordonado. Al intrincado laberinto de callejuelas que lo convierten en uno de los Pueblos Más Bonitos de España solo pueden acceder especialistas y operarios encargados de analizar el estado de los edificios y de derribar aquellos cuya estructura peligra. De momento, siete han sido demolidos. En otro de los más afectados por el torrente de agua y lodo los puntales no logran evitar que las grietas continúen abriéndose y será pasto de las excavadoras pronto. En total, 14 viviendas han desaparecido.

Un milagro

Laura Álvarez describe entre lágrimas cómo subía el nivel del agua en presencia de su hija Kora. Ignacio Pérez

La de Laura Álvarez es una de ellas. En su lugar ahora hay un solar, y esta hondureña de 53 años está convencida de que tanto ella como su hija Kora están vivas «gracias a un milagro». De hecho, la riada les pilló en casa porque era el primer día de descanso que tenía después de haber cuidado a una anciana dependiente durante dos años y medio. «Quería tumbarme en la cama y ver una serie. Llovía un poco, así que era perfecto para eso», rememora.

A la hora de la comida, escuchó que la pareja del piso de arriba estaba gritando. «Pensé que estaban discutiendo», cuenta. Pero entonces vio que estaba entrando agua muy sucia en la vivienda. Intentó advertir a Kora, pero no la escuchó porque estaba en el salón. Cuando fue a buscarla, la tromba de agua reventó la puerta: «Me arrastró hasta la cocina y mi pierna quedó trabada. En segundos, la casa se llenó de agua».

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Laura oyó que Kora la llamaba. «¡Mami, mami, me ahogo!», gritó la veinteañera. Fue el coraje que necesitaba la madre para sacar fuerzas de flaqueza, soltar la pierna, y lanzarse contra una ventana. «Logré abrirla un poco para que saliese el agua y así comenzó a bajar un poco el nivel, hasta la cintura», cuenta. La furia del torrente remitió levemente, pero no lo suficiente como para que las dos mujeres fuesen rescatadas. «El móvil se había mojado pero siguió funcionando, así que pedimos ayuda. Kora quería tirarse por la ventana, pero yo no sé nadar y nos pidieron que tuviésemos calma. Todo el mundo pensaba que iba a remitir la riada», recuerda.

Trabajos de derribo y desescombro en el casco antiguo de Letur. Zigor Aldama

Pero a la primera ola le siguió una segunda. «Escuchamos cómo se destruía el edificio. El agua se llevó dos habitaciones enteras, pero lo peor fue cuando los vecinos se fueron», señala sin poder contener las lágrimas: «Al principio oíamos los gritos de los dos pidiendo auxilio. Luego solo los de él. Y al final, nada». Fueron los últimos momentos de Jonathan y Mónica. «Kora me pidió que dejara de luchar, que había llegado nuestro momento».

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Pero luchó. Y las dos mujeres lograron salir por un boquete en la fachada. Así fueron rescatadas antes de la peor de las riadas, la que hacia las once de la noche terminó arrasando parte del casco antiguo. Ahora están acogidas en la casa de una vecina que reside río arriba. Se les ha sumado la pequeña Lauren, de 16 años. «Queremos empezar de cero. Cuando pueda moverme, buscaremos un lugar donde recuperar el calor de la familia», afirma Laura, esperanzada.

Daños en una de los edificios arrasados. Ignacio Pérez

Entre el resto de los edificios dañados, la suerte depende del color de la R con la que se señala el peligro: verde, se podrá reformar; amarillo, requiere una revisión constante pero los arquitectos son optimistas; rojo, las expectativas son malas. La que alquilaba Héctor Abadía pertenece a ese último grupo, y por eso este colombiano aún no ha podido entrar en ella para recuperar sus enseres. «La riada tumbó la pared y arrasó con todo lo que había en el primer piso. Y al segundo no se puede acceder porque la escalera está muy débil», comenta. Para su hija, sin embargo, es primordial recuperar los documentos que guardaba allí, ya que está litigando por la custodia de su hijo en Países Bajos.

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Eso sí, son afortunados de estar con vida. «Yo me salvé porque estaba regresando de Bilbao ese mismo día y mi hija se encontraba en Albacete. Se enteró de lo que pasaba por un vídeo que le mandó un amigo», recuerda. Cuando Abadía llegó a Letur, el centro era un amasijo de troncos, ramas y escombros. Desde entonces, están cobijados en la casa de unos vecinos. Y una cosa tiene clara: «Viviré en Letur hasta que dios disponga, pero no en el casco antiguo, sino más alto. Porque tengo miedo». Es un sentimiento que comparte Laura, que se aterra con cualquier ruido y tiene dificultades para dormir. Kora va más allá y quiere marcharse del pueblo. Además, afirma, «aquí ya no hay trabajo».

Las dos ancianas irreductibles

La parte vieja continúa sin luz, agua corriente o saneamiento. De noche es un agujero negro. Solo brillan los ojos de los gatos que han colonizado el lugar. Y una ventana. La de la casa que aún habitan las hermanas Amparo y Fe Cano Peyró, de 90 y 93 años respectivamente. La primera se desenvuelve con soltura, pero Fe tiene dificultades para moverse y han decidido quedarse. Nos recibe en la sala de casa, calentada por un viejo brasero, frente al balcón que da al barranco.

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Amparo y Fe Cano reciben en su casa al alcalde de Letur, Sergio Marín. Ignacio Pérez

«Habíamos vivido alguna riada. Creo que la más gorda fue en los cuarenta. Pero nunca algo así. Nunca había muerto nadie. El estruendo fue terrible», recuerda. Sus ojos hundidos se humedecen cuando recuerda a Antonia, la vecina que se tragaron las aguas. «Estuvo hablando hora y media con su familia. Le decían que subiese al piso de arriba, pero ella creía que no era para tanto. Si lo hubiese hecho, no le habría pasado nada», lamenta,

Los operarios han lanzado una línea para que las hermanas tengan electricidad, y es el propio alcalde de Letur, Sergio Marín, quien a menudo les lleva la compra. «Fe me dio clases de catequesis», comenta cuando llega con dos bolsas. «Ahora tiene el título de Derecho», responde la anciana con una sonrisa de orgullo.

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«No hubo ningún aviso»

Marín, del PSOE, está pasando el trago más amargo como político. Y eso que este es su segundo mandato y en el primero tuvo que lidiar con la pandemia. Reconoce que el 29 de octubre en Letur tampoco recibieron alerta alguna. Ni siquiera tarde, como en Valencia. «Aquí en ningún momento. Ni correo electrónico, ni llamada telefonónica, ni nada similar. Ningún aviso de lo que se avecinaba por parte de la Confederación Hidrográfica del Segura», asegura, recordando que si los vecinos se confiaron en exceso fue porque «cayeron 35 litros por metro cuadrado, como cualquier día de lluvia».

Ahora, el Ayuntamiento ha abierto una oficina de atención a la ciudadanía en la antigua casa del médico, en el primer piso del centro de salud. Allí están representadas todas las administraciones, e incluso técnicos de Hacienda van regularmente para tramitar ayudas y ofrecer asesoramiento. Aún no han calculado los daños económicos. «La prioridad es asegurar la zona y restablecer los suministros básicos», comunica Marín, que en ningún momento se ha sentido abandonado. «Durante la búsqueda había aquí 200 efectivos, y los gobiernos se han volcado con nosotros», apostilla.

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El alcalde de Letur, Sergio Marín, ha vivido su peor momento como político. Ignacio Pérez

Los vecinos son de la misma opinión, independientemente de su orientación política. «Las Administraciones no han fallado, y la gente ha donado más de lo que necesitábamos, así que hemos desviado camiones a Valencia», sentencia Juárez. La principal preocupación de los residentes está en el proceso de reconstrucción y en el futuro económico del pueblo. Porque no va a ser sencillo recuperar la normalidad. «Los geólogos han descubierto que una zona del casco antiguo que no ha resultado muy afectada se mueve cinco milímetros al año. Hay que ser cautos con lo que eso supone, pero hay que tenerlo en cuenta», informa Marín, que no descarta la posibilidad de que se desancoseje la reconstrucción. «Hay que ver de qué manera se produce este movimiento y si se ha acrecentado por la dana», concluye.

En la parte alta del pueblo se encuentra el único alojamiento abierto. Es el Hostal Rural Letur, que ahora acoge a periodistas y operarios. Solo un bar cercano ofrece comidas. Y no hay dónde cenar. Sin duda, no es el mejor panorama para el turismo, una de las principales fuentes de ingresos del pueblo. «Hemos pasado de cien a cero», reconoce la propietaria del hospedaje, Loli Navarro, que se alegra de que la dana no sucediese un fin de semana, porque la tragedia habría sido mucho mayor. «Pero tenemos esperanza en la recuperación, porque este es un pueblo precioso, y creo que la gente volverá a visitarnos, a hacerse aquí las fotos de boda o de la comunión», se despide con una sonrisa.

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