Jueves, 4 de agosto 2022, 11:07
Es una pesadilla recurrente para los buenos aficionados a la novela histórica: que el autor ponga a sus personajes a preparar una salsa de tomate en cualquier país de Europa… antes de 1492. Hablamos de una de las frutas más conocidas, demandadas y versátiles del ... mundo: el tomate. ¿Fruta? Sí. Aunque lo usemos como la verdura por excelencia es una fruta de la familia de las solanáceas, como la patata o la berenjena. Su nombre original proviene del náhuatl mexica y alude a su tamaño, gordo, y al agua que lleva en su interior. Porque el tomate es, sobre todo, agua. De ahí que apenas tenga calorías, 18 kilocalorías por cada 100 gramos.
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El tomate entró en España, como tantos otros productos culinarios nuevos y revolucionarios, por Sevilla. Y no tardó en conquistar Europa. En Italia, por ejemplo, ya hay referencias documentadas en 1544 de lo que después sería el pomodoro. Y resulta curioso leer la primera receta napolitana que se conserva de salsa de tomate al estilo español, de 1692.
Además de hidratación, el tomate aporta carbohidratos y una mezcla de azúcares, que le da el punto dulce, con algunos ácidos que le imprimen su peculiar carácter. En cuanto a minerales, potasio y magnesio. Y vitaminas como la B1, B2, B5 y, sobre todo, la C. Y es rico en ácido fólico.
Pero el aporte más importante del tomate es el licopeno, el pigmento que lo tiñe de su proverbial color rojo vivo. Aunque no es un nutriente esencial para el ser humano, consumir muchos tomates es bueno para prevenir el cáncer de próstata o el de pulmón. Tiene efectos antioxidantes y es bueno para el corazón, además de reducir el colesterol.
Es una de las formas más agradecidas de comer tomates en verano. El gazpacho es una sopa fría con una larga tradición desde los tiempos de Al Andalus, aunque el tomate solo empezó a usarse como ingrediente a partir del siglo XIX. Al incorporar agua, aceite de oliva, vinagre y diferentes hortalizas crudas es tan nutritivo como digestivo, por lo que resulta idóneo para combatir los rigores de estos meses. Era de consumo habitual en el campo andaluz durante las horas de faena y el refranero popular así lo reconoce: «con el gazpacho, nunca hay empacho».El pantumaca, por su parte, es el ejemplo de la cocina de aprovechamiento por antonomasia. Lo que ahora es casi una seña de identidad culinaria comenzó como una forma de comerse el pan duro del día anterior, restregándole el tomate para reblandecerlo.
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