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A Tino Soriano (Barcelona, 1955) la próstata le sirve de despertador y eso desencadena una serie de procesos que en cualquier otro llamaríamos rutina y en su caso, desaforada actividad. ¿Qué hace un fotorreportero –World Press Photo 1999, en nómina de National Geographic y colaborador ... habitual de Los Angeles Times o Der Spiegel– cuando no puede viajar? Él escribe. Y lo hace sin mesura. Durante la pandemia ha conseguido lo que siempre se le había escurrido entre los dedos: tiempo. Ha publicado cuatro libros –el último, 'Los colores y tú', saldrá a la venta el próximo día 22– y escrito una novela autobiográfica a la que aún no ha puesto título y donde se desnuda la persona que hay detrás del personaje. Cuando le preguntan si una imagen vale más que mil palabras, contesta sin dudarlo: «Sólo si es extraordinaria».
4.30 horas. Mi próstata está sintonizada con la radio. Escucho 'De buenas a primeras' (SER), que resume lo más entretenido que ha pasado y que me acompaña hasta que Angels Barceló arranca su espacio con una frase lapidaria. Hoy toca: 'Hay gente que lleva máscara, pero que tiene mucha cara'. Cierto.
7.25 horas. Hace fresco. Cojo alguna cámara, ropa de abrigo, la mascarilla... y me voy al lago de Banyoles. Lo hago a diario –siempre que estoy en casa, se entiende– desde hace 40 años, el mismo tiempo que llevo con Anna, mi mujer. Para mí es una fuente de inspiración. Parece mentira, un sitio que tienes tan trillado, basta con que cambie el día para que te siga sorprendiendo. El reto es volver cada día con una foto nueva;ver lo que no supe percibir ayer. Una gimnasia perfecta para el cerebro, que es a fin de cuentas quien hace las fotos. Lo que aprendo de la luz en casa lo aplico luego lo mismo en el Tititaca que en el Tibet.
10.00 horas. Escribo hasta la hora de comer. El confinamiento me ha dado de sí. Durante este tiempo he publicado cuatro libros de fotografía y hasta me he atrevido con una novela autobiográfica de 350 páginas. La idea surgió de algo vivido a través de Facebook: un día veías que alguien hacía una entrada divertida, criticaba o compartía algo, y una semana más tarde la familia anunciaba que estaba ingresado o que había fallecido de Covid. Eso te remueve algo por dentro, al menos en mi caso lo hizo. Lo escribí por mi hija, para explicarle cómo era el mundo que su padre vivió; eso que llamamos batallitas y que cobra sentido cuando ya tienes una edad.
7.00 horas. Me levanto y desayuno un plátano, un café con leche, la pastilla... y una o dos tostadas con aceite de oliva y chocolate negro al 85%, que ligan de fábula. Hace tiempo hice un reportaje sobre panaderos y a raíz de aquello conocí a los mejores de la comarca de El Pla de l'Estany. Le compro a uno que trabaja el horno de leña, con harinas que él mismo prepara. Una gozada.
11.00 horas. La mañana es el momento más productivo y desde que empezó la pandemia he procurado crear una rutina que rara vez me salto. Es una cuestión de actitud, como esas personas que se maquillan y se arreglan aunque sepan que no van a salir a la calle.
15.00 horas. Me concentro en la fotografía: tengo decenas de miles de negativos y diapositivas que digitalizar. Y eso que no firmé mi primer reportaje hasta los 37 años. Antes me ganaba la vida como podía: vendía enciclopedias, daba clases de guitarra, también fui profesor de fotografía... Sentía que si me lanzaba al ruedo demasiado pronto, acabaría haciendo fotos de bodas, que ahora es algo que los profesionales se curran, pero que en mi época estaba prostituido. Finalmente, puedo decir que he vivido una etapa excepcional que ya no existe, cuando una revista te mandaba un mes alrededor del mundo para hacer un reportaje. ¡Y yo lo he hecho tres veces! O lo que me pasó en Benin, cuando un rey local me nombró ministro. Descubres sociedades absolutamente dispares, pero al mismo tiempo acabas comprendiendo que el mundo es un país y nosotros, una sola especie. Todo lo demás es complicarse la vida. Si hay algo a lo que te invitan las grandes culturas, es al equilibrio.
8.45 horas. Abro el ordenador para ver lo que tengo, contestar mensajes y atender las redes sociales. Hasta ahora mis entradas en Instagram y Facebook eran muy políticas. No me posicionaba con ningún partido, pero escogía algo que me llamase la atención y suscitaba un debate. Dejé de hacerlo porque transmitía una imagen amargada, de alguien que sólo habla de lo que va mal. Mire, aquí en Cataluña hay dos partidos que deberían hacer coalición y no lo hacen porque se odian. Ni siquiera lo disimulan. ¿Y esta gente tiene que regir los destinos de 7,5 millones de personas? No están a la altura, ni ellos ni los de enfrente. Sólo les preocupa su parcela de poder.
13.30 horas. No soy cocinillas, eso se lo dejo a mi mujer que lo hace mucho mejor. Hoy toca ensalada de cuscús con frutos secos y lomo a la sal. Cuando acabe pienso dedicar un tiempo a mi refugio: la lectura y la música. Si te paras a pensarlo, la fotografía es una mezcla de ambas. Poesía y ritmo.
19.00 horas. Estoy invitado a un plató de Televisión Española para un directo sobre las diferencias entre la fotografía con el móvil y la profesional. No es un debate, es un encuentro entre dos modos de concebir un mismo fenómeno.
9.00 horas. Acabo de llegar a Barcelona en bus después de un viaje de dos horas. Es el primer reportaje que hago en el último año, un libro de minería, y comienzo con una serie de fotografías en la nave donde se fabrican las herramientas que se van a utilizar luego en la extracción. Ingenieros, diseñadores, especialistas... Dedico todo el día a retratar lo que la gente no ve, el I+D podríamos decir, lo más difícil de captar en imágenes.
19.00 horas. De vuelta en casa, me entero de que mi hija ha llamado. No la vemos en quince días y se siente añorada, y como las clases en la universidad –estudia dos carreras– no son presenciales, nos ha dicho que se viene y que vayamos a buscarla a Girona, desde donde no hay autobús a Banyoles a esas horas. Caigo rendido en la cama.
10.00 horas. Hoy me tocaba vacunarme contra la Covid y me han puesto la dosis de AstraZeneca después de hacer una hora de cola. Tenía ganas. Yo me he tirado 40 años documentando la sanidad española y reuniendo parte de ese material en 'Curarte', un libro de fotos que saqué en noviembre, que empieza en un manicomio y acaba con la Covid. Es ante todo un homenaje al personal sanitario. Cuando veo a los negacionistas, creo que hay determinadas actitudes que sólo pueden obedecer a una degeneración de las neuronas; algo que te hace ser egoísta y mentir con total impunidad. Hay gente que está enferma del hígado o de los pulmones. Bien, ellos lo están del cerebro. Si a eso le sumas que quienes investigan la vacuna cobran sueldos de mileurista...
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