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Beatriz L. Echazarreta
Sábado, 26 de agosto 2023
La postal y el imán han dejado de ser los reyes del 'souvenir' desde que llegó el tatuaje. En la última década se empezó a poner de moda entre el público joven llevarse el recuerdo de un viaje grabado en la piel. Pero ahora la ... generación Z ha dado un paso más: un tatuador puede decidir las vacaciones. Porque el tatuaje es en sí mismo el motivo del desplazamiento y no sólo el imán de los modernos.
Los anglosajones han bautizado esta forma de moverse como el 'tattourism', que ya empieza a ser un fenómeno turístico en España. «Acabo de volver de Rennes de 'hacerme' toda la espalda con un artista que admiro muchísimo», cuenta el 'influencer' Alex Brooking, que ha tenido que esperar un año para lograr hora con un tatuador afincado en la ciudad francesa. Define el dibujo como de estilo geométrico combinado con lo que se conoce como orgánico, que son flores o patrones de flores. «Cuando me lo terminen, me habré gastado en el 'tattoo' 4.000 euros. Son piezas que se disparan de precio, pero para mí es una inversión en una obra de arte, solo que la llevo puesta». Con la piel aún irritada por las agujas, Brooking aprovechó para quedarse en Rennes unos días y conocerlo a fondo. De otra forma, «nunca» habría recalado en la villa medieval.
Aún le queda bastante espacio en el cuerpo para 'invertir', pero ya forma parte de ese 38% de población mundial con tinta inyectada en la piel, según un estudio elaborado por la investigadora alemana Dalia Research. En nuestro país, la Unión Nacional de Tatuadores y Anilladores Profesionales cifró en 2019 en torno a un 12-15% el número de de ciudadanos con el cuerpo tatuado. En estos momentos, precisa Fidel Prieto, al frente de esta asociación, podríamos acercarnos al 20%. «Mi estudio está cerca del Wanda, no muy lejos del aeropuerto de Madrid, y por mis manos pasan muchos turistas que siempre comentan lo mismo: aquí sale muy barato tatuarse». Albert Grau, una de las voces más reconocibles en el sector del tatuaje nacional, añade que España es más anfitriona que emisora de 'taturistas': «Yo tatúo en Las Ramblas de Barcelona y veo entrar en el estudio a más gente de otros lugares del mundo que de provincias españolas». Venir a tatuarse es un aliciente más, «como visitar El Prado», bromea Prieto.
También Alexandra Rojas, más conocida como Alex Sunflower, ha observado que cada vez llegan más turistas de lugares lejanos a su estudio en Majadahonda. «He tatuado a gente de Reino Unido, Bélgica, Francia, Alemania... Hace poco tuve a un chico de Puerto Rico que me contó que le salía más asequible tatuarse en España que desplazarse a Estados Unidos. El tatuaje cuesta casi la mitad que en muchos países europeos, y aquí hay mucho talento».
Alex, que llegó a Madrid desde Venezuela hace unos años, practica la acuarela, un estilo de tatuaje poco común y, por tanto, un reclamo para muchos viajeros. Rojas, cuando no trabaja, también visita a otros profesionales de fuera de nuestras fronteras: «Nunca había estado en Londres, así que cuando me enteré de que una tatuadora que me encanta vivía allí, organicé el viaje en marzo y, de paso, conocí la ciudad». Tras pasar, eso sí, por el estudio de una coreana especializada en gatos: le mandas la foto de tu mascota y lo adapta a su estilo, pero «siempre son piezas únicas».
Como muchos otros colegas de profesión, la artista venezolana suele pasar alguna temporada en otros países para sacarse un dinero extra. Es lo que en el gremio llaman 'guest', algo así como una residencia artística en el extranjero, pero facturando por pieza. «En Finlandia, por ejemplo, tengo mucho público y suelo quedarme allí un par de semanas al año», dice Rojas. No es casualidad. Los países nórdicos tienen una vinculación especial con el tatuaje y allí destacan casos como el de Estocolmo, la ciudad del mundo con más tatuados (un 33% de la población de entre 18 y 49 años). Le sigue Copenhague.
Otro de los 'puntos calientes' clásicos del 'tattoo' está en Las Vegas. Y en Miami, a dónde acuden artistas de todo el mundo para hacer su 'guest'. «En nuestro mundo funciona mucho Instagram, pero también las convenciones. Al final, esto se divide en estilos. Si conectas con un estudio que demanda tu forma de trabajar, es fácil moverte», explica Fidel Prieto. La acuarela, el geométrico o el orgánico son estilos que no abundan en el mercado. Y el realismo nunca termina de morir, pero ahora lo que más se pide, coinciden los expertos, es el 'old school' coloreado y la línea fina, minimalista y sin color, como un garabato sobre la piel.
Las piernas de la escritora Laura Chivite están plagadas, precisamente, de piezas minimalistas. «La mayoría de los tatuajes que tengo me los hice en la época loca de estudiante en Granada y casi todos con el mismo chico. Pero luego, con un poco más de cabeza, han sido pensados con tatuadores que me gustan mucho». Chivite se ha desplazado dos veces a Mallorca para pasar por la aguja de Dibus Cutres, y ya busca una excusa para viajar al estudio en Barcelona de Paula Grenouille. «Como la mayoría de los tatuadores que quieren dejar su seña de identidad, Paula hace los tatuajes sólo una vez. Te obliga a estar atenta a sus nuevos diseños porque si alguien se los ha tatuado ya, no los repite», afirma esta navarra.
Cada vez son más los españoles que perciben el tatuaje como una obra artística por la que merece la pena pagar. Como le ocurrió a Chivite con sus gustos, cada vez más refinados, el sector se ha ido profesionalizando en el país, aunque el precio medio de los diseños -muy por debajo del resto de Europa- delata que aún queda camino por recorrer. Antes, los tatuadores procedían de la marina, o eran moteros, pero ahora son profesionales que tienen una educación artística o han pasado por la escuela de Bellas Artes. «En Inglaterra te puedes encontrar al empleado de un banco con los brazos llenos de color. Aquí todavía hoy es impensable», opina Prieto.
El tatuaje ya no se se asocia con la marginalidad, pero el sector ha empezado a sufrir algunos problemas laborales. «Los inspectores de trabajo han entendido que algunos tatuadores estaban en un régimen de falso autónomo y obligaron a los estudios a contratar a parte de su plantilla. Pero el artista no quiere tener un horario, ni un sueldo fijo, prefiere poder salir del estudio cuando le plazca y tener libertad», argumenta Grau. Y aunque puede haber variaciones, el tatuador puede llevarse entre un 50 y un 70% del valor de la pieza. «Hemos estado trabajando muchos años en el 'lado oscuro', pero en los últimos tiempos nos habíamos puesto al día con el tema legal y las licencias sanitarias. Es una pena, pero estas inspecciones están obligando a algunos profesionales a volver al 'B'», lamenta Grau.
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