Tres casos de -supuestas- agresiones sexuales cometidas por cargos públicos abrieron esta semana el debate del abuso de poder sobre personas vulnerables. El primero, y más notorio por su discurso feminista, puso bajo los focos a Íñigo Errejón, hasta el pasado jueves diputado de Sumar, ... por prácticas sexuales «humillantes» sobre al menos tres mujeres; el segundo incriminó al alcalde de Estepona del PP, José María García Urbano, por obligar a mantener sexo a un funcionario bajo su mando, y el tercero apuntó a otro alcalde, José Ignacio Landaluce, del PP en Algeciras, por acoso a dos mujeres, aunque era una denuncia falsa, desmentida por las dos concejales que, según un oponente político, habían sido hostigadas.
Las denuncias contra Errejón le costaron sus cargos políticos y la de Urbano empieza un recorrido en los juzgados. «Ahora nos resultan insoportables situaciones que hace unas décadas nos parecían normales o tolerables», afirma Fernando Bruquetas de Castro, autor del libro 'El sexo y los políticos' donde repasa los 'affairs' protagonizados por figuras públicas de finales del XIX y principios del XX. «Esto ya no es así gracias a las leyes, la cultura del respeto y la educación. Por eso ahora nos escandalizan estos hechos de abuso, de maltrato y violencia hacia las mujeres», expone.
Desde el caso de Nevenka Fernández -que denunció al alcalde Ismael Álvarez por hostigarla al terminar una relación sentimental y logró que le condenaran por acoso-, el uso de una posición de poder para copular se mira de otra manera. «En lo político, muestra que se acabó la era de la impunidad, pero también que sigue siendo necesario avanzar en el empoderamiento de las propias mujeres. No solo para que cuenten la violencia o el trato vejatorio sufrido, en la forma en que consideren más adecuada, sea denuncia u otra vía, sino también para que se sientan con la capacidad y la fuerza necesaria para identificar, rechazar y alejarse de cualquier relación o situación en la que no quieran estar», analiza Arantxa Elizondo, investigadora de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco.
Arantxa Elizondo | Investigadora de Ciencia Política
«Queda en evidencia la necesidad de que los partidos se tomen más en serio los casos de acoso»
«En los últimos años se ha dado un cambio sustantivo en lo que se refiere al rechazo social frente a la violencia contra las mujeres en todas sus manifestaciones», prosigue Elizondo. ¿Qué más debería cambiar? «En el caso específico de los partidos políticos, ha quedado en evidencia la necesidad de que se tomen más en serio los posibles casos de acoso y abuso poniendo en práctica herramientas internas para su detección y abordaje: planes de igualdad y protocolos de actuación».
Lo que alarma, sin embargo, en los dos casos recientes que tienen recorrido judicial -con denuncias formalizadas contra Errejón y García Urbano- no es la deplorable utilización de una 'erótica del poder', sino la violencia ejercida en esas relaciones, hasta traspasar la línea del consentimiento en la cama.
Ese tipo de abuso «es una fantasía, alimentada durante mucho tiempo por la pornografía, que produce un subidón de adrenalina brutal y que hace que un agresor se sienta poderoso a través del sexo», reconoce David (nombre ficiticio), coordinador del grupo de Sexo Adictos Anónimos. La mezcla de las adicciones -sugerida por el propio Errejón- en el cóctel de sexo y poder adquiere relevancia en el intercambio de reproches públicos. «Se suele empezar con las drogas. Pero la adicción no es una eximente, ni le disculpa, porque quien comete esos maltratos nunca pierde la conciencia, ni es un psicópata», añade David. «Sabe que está haciendo mal, que disfruta con la humillación de otra persona y que busca un pelotazo de dopamina al dominar a la mujer, aunque ella no esté de acuerdo. Al conocer a alguien interesado en él, activa una fantasía que disimula muy bien».
Fernando Bruquetas de Castro | Historiador
«Los escándalos de ayer los conocimos mucho después de haber sucedido. Eran historia»
Fascinada, atrapada
La estrategia del agresor avanza poco a poco, creando, primero, un vínculo de confianza. «Hay un trabajo previo hecho por tipos de gran poder, como los políticos, que crean una gran fascinación», explica Esmeralda Berbel, autora de 'Lo prohibido' (editorial Tres Hermanas), una ficción publicada hace dos años basada, en parte, en la experiencia de una de las mujeres que hoy denuncia a Errejón.
«Estuve conviviendo con esta persona, mientras investigaba cómo se comporta un maltratador y cómo una mujer, inteligente y con recursos, se fascina y queda atrapada por alguien muy hábil, muy príncipe», recuerda Berbel. «Ella estaba muy atemorizada. Seguía la manipulación. ¿Denunciar? Y qué dices en un juzgado. 'Oiga, me estaba sodomizando'. Ella habla de forma anónima para no enfrentarse al maltratador ni a los que lo protegen. Hay que tener comprensión».
Clinton, Hollande, Berlusconi y un largo etcétera de vecinos
En los países con prensa libre e instituciones independientes se suelen descubrir, tarde o temprano, las aventuras amorosas y la debilidad de la pasión de sus mandatarios y máximas figuras institucionales. El presidente de Francia, Francois Hollande iba en scooter a visitar a su amante sin quitarse el casco por las calles de París en 2014. Antes, a mediados de los 90 se descubría que su homólogo norteamericano Bill Clinton fumaba puros empapados del fragor de una becaria de la Casa Blanca, y diez años después el futuro presidente Donald Trump contrataba a una actriz porno para pasar la noche, lo que trascendió cuando usó fondos no autorizados para pagar su chantaje. Tal vez más repercusión tuvo el destino de dos amigos de bunga-bunga. Silvio Berlusconi fue condenado por abuso de menores en 2009, cometido en su orgiástica mansión italiana, mientras uno de sus colegas de fiestas, Dominique Strauss-Kahn, cometía una violación en 2011, que le sacó de la dirección del FMI y de la carrera política.
A pesar de las diferencias entre los agresores, «cuando están en el poder, ya sean políticos, empresarios o futbolistas, la compulsión aumenta. Va a más porque no lo pescan con la misma facilidad que a un chaval que roba cien euros a su madre», sostiene Giovanny Arnaus, experto en conductas adictivas del Centro Terapéutico Gena, que desde 2005 «acompaña» a personas con adicciones. «Los que ostentan poder también piden ayuda, pero no sale a la luz. No obstante, cuando cometen abuso, una adicción -a las drogas o al alcohol- amplifica la agresividad. En todo caso, una persona que se quiere y respeta a sí misma no hace daño a los demás».
Se repite el estímulo -«el placer inmediato»- y un patrón: el ataque se produce en el «momento de máxima intimidad, que es la relación sexual. Es muy difícil responder porque puedes aumentar el maltrato», asegura Berbel. «Callas porque sabes que el otro no va a respetar tu 'no' y se va a poner mucho más violento. Surge el temor físico a una mayor agresión que se suma a la manipulación anterior».
Esmeralda Berbel | Autora de 'Lo prohibido'
«Callas porque sabes que el otro no va a respetar tu 'no' y se va a poner mucho más violento»
Fuera de la habitación
El efecto en la sociedad cambia porque «los escándalos de ayer los conocimos mucho después de haber sucedido. Eran historia», dice Bruquetas. «Ahora es el presente y eso nos escandaliza mucho más, porque nos parece increíble que unas personas de supuesta moralidad intachable, que se vanaglorian de predicar las leyes más polémicas, se sumerjan en el fango de lo soez, del abuso, el acoso y la mayor bajeza que se puede realizar con una mujer».
Giovanny Arnaus | Experto en conductas adictivas
«Cuando están en el poder, ya sean políticos, empresarios o futbolistas, la compulsión aumenta»
Desde la perspectiva de la víctima, la realidad es otra, el daño puede ser irreparable. «Al final la mujer prefiere olvidar el mal trago, porque el juicio es un calvario: su palabra contra la mía, sin pruebas que él se aseguró de destruir. Es un camino muy duro para las víctimas», asegura Ana Bella Estévez, activista y superviviente de violencia de género. «También hay estrés postraumático, que impide que salgan las palabras o que ocasiona el llanto en el juicio, y, ante la sutilidad de estas agresiones, un juez podría decir que el sexo fue consensuado». Y añade: «El agresor te dice: que son dos minutos. ¡Pero cómo alguien puede correrse con una mujer que está llorando!».
Al ocurrir en una habitación y siendo la denuncia anónima y en redes sociales, y no en un juzgado, ¿el sexo no debería circunscribirse al ámbito privado? «La diferencia está en que aquí el sujeto lo hace gracias al cargo y al poder que ostenta como político», responde Bruquetas, que también es historiador en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. «El acoso y el abuso de poder es lo que se denuncia, no la práctica sexual en sí, que también puede ser objeto penal. Si el caso afectara a dos particulares no tendría mayor impacto, porque el hecho punible no suele traspasar las paredes del dormitorio».
Ahora bien, en el circo político ¿las víctimas son usadas como instrumento para el ataque? «Sin duda, si los denunciados son personas que se dedican a la política es inevitable que trascienda al propio caso y se convierta en un arma arrojadiza contra sus partidos», mantiene Elizondo. «En el lado positivo, podemos subrayar que casos tan mediáticos aportan una enorme visibilidad a una realidad normalmente oculta. Lo negativo está en los detalles morbosos que pueden tener un efecto disuasorio para muchas mujeres que se podrían animar a contar su caso».
Ana Bella Estévez | Activista y superviviente
«Ellas son valientes porque denuncian cuando la sociedad todavía te va a criticar»
En medio de los ataques digitales contra «las valientes que denuncian cuando la sociedad todavía te va a criticar», dice Ana Bella, «la mayoría de casos de abuso, acoso o violencia, siguen ocultos, sin aparecer y en muchos casos cuando aparecen, lo hacen de forma anónima, lo que equivale a que queden impunes», sentencia Elizondo. El cóctel empieza a agitarse.
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