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Con rectitud de soldado, como si el traje oscuro y la camisa clara fuera el impoluto uniforme de un buen economista, a Salvador Illa nunca se le verá acudir a una reunión sin una carpeta en la mano. Dicen de él que es de los ... que «se lee los dossieres». No los resúmenes ejecutivos, aseguran, sino los informes de cientos de páginas. Tampoco se le escuchará «una palabra de más, ni una bronca. Cuando le toca hacerlo, baja el tono», mantiene un compañero de partido que le conoce desde que fue alcalde en Roca del Vallès, donde nació en 1966 y en el que ejerció el máximo poder local casi por casualidad: era segundo en la lista del Partido Socialista de Cataluña y el alcalde, Romà Planas, murió de un infarto con tres meses en el cargo. Illa tenía 29 años.
Otras «circunstancias no previstas» le han puesto al frente de la gestión de la crisis del coronavirus. Este hombre «tranquilo que nunca pierde los nervios» y con un máster en Economía en la Universidad de Navarra, era la cuota del socialismo catalán en el gobierno de coalición de Pedro Sánchez. Le correspondía una cartera troceada para sus socios Pablo Iglesias y Alberto Garzón, con quienes colinda su despacho en el Paseo del Prado. Sin embargo, «la persona más relevante del PSC», como dice una fuente del partido, se quedó con el grueso de responsabilidades aun cuando nada en su currículo trazaba una línea recta hacia el área de la salud pública, más allá de ser un aficionado a correr. En Barcelona, ciudad a 25 kilómetros de su casa con jardín en Roca del Vallès donde tiene un par de perros, solía entrenarse para una media maratón. «Buscaba mantenerse en forma y, al mismo tiempo, desconectar del trabajo», cuentan.
Muy celoso de su vida privada, Illa es padre de una hija y se ha casado dos veces, aunque sus colaboradores cercanos desconocen su exacta situación familiar. Dueño de una sigilosa ambición acepta los retos que impliquen saltos cuantitativos. Ha pasado de mandar a cien soldados del cuartel de Bruc cuando era alférez durante su servicio militar, a organizar a los 14.000 afiliados al PSC en Cataluña. Y de gobernar a los 10.000 habitantes de Roca del Vallès a evitar la propagación de un agresivo virus en 47 millones de españoles.
El COVID-19 ha puesto a prueba a este hombre de fe católica que estudió en la Escola Pía de Granollers. Junto a Fernando Simón, al que le ha dejado el mando de las operaciones sanitarias desde el primer día sin querer robar protagonismo a los médicos, mantiene un pulso de sosiego frente al pánico contenido. «Se rodea de técnicos y profesionales y valora la eficacia. Ahora su tiempo lo reparte en un 98% al seguimiento y coordinación de este tema».
Muy temprano está delante de la pantalla para dirigir una videoconferencia con su personal o con el resto de administraciones. . Aunque permite que sea Simón quien abunde en las explicaciones (cuando comparecen ambos, el ministro consume un tercio del tiempo total), «es Illa quien toma las decisiones». Siempre con extrema cortesía, no teme los debates y cuando se prepara para contradecir empieza con una muletilla: «Si me lo permite», y sus largas manos despiertan.
Carnívoro y aficionado a la lectura, con 'Patria' de Fernando Aramburu como una de sus últimas lecturas de ficción, Illa ha difundido varios vídeos en redes sociales en modo 'selfie' con mensajes institucionales que no improvisa. Antes de hablar en la soledad de su despacho, siempre con la cámara del móvil apuntando hacia el mismo rincón, prepara un documento que lee de la forma más natural posible.
Graduado en Filosofía en la Universidad de Barcelona, trabajó por poco tiempo en una fábrica de plásticos como comercial y en una productora audiovisual, hasta que el partido socialista le asignó cargos medios en la Generalitat y el Ayuntamiento. Después coordinó el grupo socialista regional durante cinco años y ahí llamó la atención de Miquel Iceta, que lo convirtió en secretario de Área de Organización del PSC. Hasta entonces el gran legado de este «gestor sensato», como le define un alto cargo del PSC, era un gigantesco 'outlet', llamado La Roca Village, construido en sus tiempos de alcalde. «Discreto» es otra palabra con la que le definen. «Hace vida ascética».
Illa no teme ir a contracorriente, y fue el único de su partido en participar en la manifestación de Societat Civil Catalana el domingo 8 de octubre de 2017 en contra del separatismo. Era secretario de organización del PSC y se dejó fotografiar junto a Albert Rivera. En la reciente mesa de diálogo con Quim Torra, estuvo en la esquina derecha, al lado de José Luis Ábalos y frente a Josep Rius, con quienes tiene una relación cordial. No está favor de los indultos ni del referéndum ni de la amnistía. «No lo veo en el horizonte», ha declarado este ministro que habla con soltura al menos tres idiomas: español, catalán e inglés, y no escapa del lenguaje inclusivo («todos y todas»).
El ministro de estampa delgada y triste tras un negro flequillo y gruesas monturas de pasta una vez se permitió un gesto de alegría espontánea. El día en que María Luisa Carcedo, su antecesora, le entregó el maletín ministerial, Illa intentó una media sonrisa y lanzó con la mano un beso a las hijas del político catalán asesinado por ETA en el año 2000, Ernest Lluch. «Le tendré presente día a día», dijo de quien ocupó también la cartera de Sanidad sin carné de médico en los ochenta y fue secretario de Josep Tarradellas, modelo de líder catalanista pero no separatista. Illa, que alguna vez se ha dejado fotografiar cosechando tomates y berenjenas en una cesta de mimbre en el huerto familiar de su pueblo, mide sus pasos y los reviste de simbolismo.
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