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«Buenos días, por decir algo», se presenta Lucía, que pide guardar su verdadero nombre porque no quiere que en su trabajo sepan el infierno en que la covid persistente ha convertido su vida. «En mi empresa ha habido dos ERE y me da miedo ... que yo sea la siguiente en salir si se enteran de lo que me pasa», se justifica esta mujer. Su calvario empezó hace dos años. En marzo de 2021, una caída tonta le provocó una fractura de brazo que la llevó a infinidad de médicos y especialistas. Los problemas para recuperarse le abrieron los ojos: su cuerpo estaba comenzando a fallar. Alérgica y asmática y por tanto, grupo de riesgo, Lucía, que había pasado las primeras olas de covid-19 sin contagiarse, decidió protegerse aún más del virus.
Pero en enero de 2022, ya no pudo esquivar la variante ómicron. «No llegué a ingresar, pero di positivo durante tres semanas. Y ahí entré en una fase de cansancio, dolores de cabeza, dolores musculares, perdí el gusto y el olfato», recuerda. Como tantos pacientes de covid persistente, Lucía, de 52 años («aunque siento que tengo 72», dice), inició una peregrinación por todos los especialistas sin que nadie supiera decirle qué le pasaba: le diagnosticaron fibromialgia. Mientras, su día a día se volvía un suplicio: «Ir al colegio con mi hija, que antes me costaba cuatro minutos, ahora son 40. No puedo hacer la compra ni salir a la calle, no tengo vida social y me limito a descansar para tener fuerzas y acudir a mi siguiente cita médica».
Unas vacaciones que le había recomendado su médica de cabecera fueron la señal definitiva. Comenzó a tartamudear y a sufrir dislexia. «Apenas podía bajar a la playa y cuando lo hacía, me sentaba en la silla y le decía a mi hija: 'No te metas mucho en el agua porque si te ahogas, no podré ir a salvarte'», cuenta. «Lloro de impotencia todos los días», relata, y sus lágrimas son las de decenas de miles de pacientes que se sienten olvidados, y también las de muchos médicos, que no entienden cómo una enfermedad que ha afectado, o sigue afectando, a entre un millón y medio y tres millones de españoles (y a 65 millones en el mundo) no está en la primera línea de las preocupaciones sanitarias.
Los científicos han llegado a una definición consensuada que ha puesto negro sobre blanco la Universidad de Oxford en la primera 'Guía práctica para pacientes de covid persistente', recién publicada en España: «Enfermedad que contraen personas con antecedentes de infección probable o confirmada por el SARS-CoV-2; normalmente en los tres meses siguientes al inicio de la covid-19, con síntomas y efectos que duran al menos dos meses y que no se explican por un diagnóstico alternativo».
El 10% de quienes se han contagiado de covid padecerán covid persistente, con una mayor incidencia en las mujeres de entre 30 y 55 años, y notificarán síntomas como fatiga, dificultad respiratoria y disfunción cognitiva, pero también otros que generalmente afectan la rutina cotidiana. En total, más de 200, que se combinan. El 63% de los afectados siente fatiga seis meses después de la infección: el 26%, falta de aliento al hacer ejercicio; otro 26%, dificultades para dormir; el 22%, pérdida de cabello; el 11%, alteración del olfato; y los pacientes también han notado palpitaciones, dolor en articulaciones, disminución del apetito, niebla cerebral, alteración del gusto, mareos, vómitos, diarrea, dolor en el pecho o problemas para tragar alimentos.
«Los síntomas pueden ser de nueva aparición tras la recuperación inicial de un episodio de covid o persistir desde la enfermedad inicial. Y pueden fluctuar o recaer con el tiempo». Además, un estudio que acaba de publicar la revista Nature Reviews Microbiology con 150.000 pacientes ha encendido más si cabe las alarmas: cada vez que una persona se reinfecta de covid, vuelve a tener un 10% de posibilidades de sufrir covid persistente.
Lorenzo Armenteros, portavoz de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), ha hecho batalla de la lucha contra la covid persistente. «Existe un olvido interesado hacia esta enfermedad por parte de las autoridades sanitarias, que prefieren ignorar cualquier cosa que lleve la palabra covid. No sabemos el número de pacientes, no se toman medidas clínicas ni sociales, apenas hay legislación y los pocos esfuerzos de la administración se limitan a las palabras», expone.
Y sin embargo, por sus manos pasan pacientes que han perdido toda su calidad de vida, incluido un importante grupo de niños (entre el 4 y el 5% de los menores contagiados por el SARS-CoV-2 padecerá covid persistente) que ya no pueden jugar ni estudiar y que están abocados al fracaso personal. «Necesitamos un mayor compromiso. Los médicos tenemos que trabajar en grupos multidisciplinares: atención primaria, neurólogos, terapeutas…», asevera Armenteros, porque, y esta es la buena noticia, hay esperanza: «Sabemos que la actividad física es efectiva en todos los casos y creemos que una terapia con antivirales, inmunomoduladores y medicamentos trombogénicos y antiinflamatorios también puede funcionar».
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