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Aficionado a la lectura, Juan Manuel Parra, médico de urgencias del Hospital de Alcorcón (Madrid), lleva grabada a fuego la cita del poeta latino Horacio: «Acuérdate de conservar la mente serena en los momentos difíciles». Él no deja que nada le turbe. Fue el facultativo ... que atendió a Teresa Romero, enferma de ébola a la que procuró cuidados durante 16 horas en solitario para salvarle la vida hace casi cinco años. Ahora se enfrenta a otro reto aún mayor: atender la avalancha de infectados por el coronavirus y casos sospechosos de portar el agente transmisor, todo ello sin desentender a los que se presentan con una pierna o una cadera rotas. «Estamos en situación de desborde», advierte.
8.00 horas. Ahora mismo nos encontramos en una situación límite, lo que yo describo como un hospital en guerra. Un grupo de compañeros están volcados en detectar portadores del virus, el SARS-CoV-2, y otros en atender casos sospechosos. Al mismo tiempo no hay que descuidar a quienes se presentan en urgencias por otros motivos: gente que ha sufrido infartos, fracturas de cadera y lesiones varias.
12.00 horas. La semana viene muy cargada porque la situación ha cambiado. Madrid ha pasado de importar casos a ser una zona endémica. El oficio de urgencias agota. Como solemos decir los del gremio, hemos de estar disponibles 24 horas al día, 7 días a la semana y 365 días al año.
14.00 horas. El ambiente en el hospital es de preocupación controlada. Un médico nunca puede caer en el pánico.
10.30 horas. Uno de mis objetivos es discernir entre enfermos graves y los que siendo susceptibles de haberse contagiado presentan síntomas leves. A quienes se encuentran estables y se hallan bien se les dará atención domiciliaria. Y los afectados que revisten gravedad son enviados a la UVI. El problema son los que están en urgencias a la espera de que se les asigne una cama, pues ellos también han de permanecer aislados. Pero el sistema no puede absorber tantos aislamientos.
12.30 horas. Este fin de semana previsiblemente será el peor que hemos tenido hasta ahora, seguramente se alcance el pico más alto.
13.30 horas. Con los pocos recursos que tenemos debemos priorizar y diversificar la atención, de modo que actuemos sobre los pacientes mayores, pluripatológicos, con dificultades respiratorias y que hayan empeorado. Para el control de la epidemia debemos impedir a toda costa que los jóvenes transmitan la enfermedad a pacientes inmunodeprimidos.
9.00 horas. Pienso en el caso de Teresa Romero, la primera infectada de ébola fuera de África. La atendí durante 16 horas seguidas. Esto no tiene nada que ver, posee una dimensión mucho mayor. A menudo el ébola era mortal, mientras que del COVID-19 se puede salir. En vez de 16 horas de trabajo concentradas, esta infección se alarga en el tiempo.
11.30 horas. Voy con el equipo que recomienda el Ministerio de Sanidad. Me cambio la mascarilla quirúrgica más sencilla por otra más eficaz, del tipo FFP2 o FFP3, porque tengo que valorar un caso. Cuando se sube un escalón, la dotación incluye bata quirúrgica impermeable, guantes, gorro y gafas protectoras o pantallas.
13.30 horas. Comprendo el miedo del paciente mayor que acaba desarrollando una neumonía y es sometido a aislamiento en una habitación individual. No debe de ser fácil ver a un medico completamente embutido en un traje de protección individual y al que casi no se le distinguen los ojos a causa de los elementos que llevamos para no contraer el agente transmisor. Es complicado que entiendan lo que dices con una mascarilla que te tapa la boca. E igual de penoso es para un familiar no poder ver al enfermo para evitar la transmisión del virus. Lo normal cuando se tiene a un familiar enfermo es acompañarle, lo contrario genera una tensión emocional.
17.00 horas. Entro al turno de tarde. Me acabo de realizar una PCR, la prueba diagnóstica para detectar si sufro el COVID-12. El test da negativo. Los profesionales sanitarios no estamos obligados a pasarlo con periodicidad, pero yo me lo hice porque tenía un cuadro catarral.
18.30 horas. Que yo sepa no viene por aquí mucho hipocondríaco. El miedo es muy contagioso y mi misión en parte consiste en tranquilizar a la gente. Sencillamente se trata de personas asustadas. Es lógico porque el SARS-CoV-2 es un virus de alta contagiosidad, aunque de una letalidad baja. Intentamos que la curva de crecimiento sea alargada y plana en el tiempo, de manera que nunca se supere el dintel que hace que se saturen los servicios sanitarios.
19.50 horas. Ahora mismo la situación es de desborde. Llevo tanta carga encima que no recuerdo bien si he tenido que comunicar un positivo. Ahora que lo pienso, sí, efectivamente, he dado la noticia. Es información médica indispensable para el paciente y los familiares. Algunos reaccionan con resignación, como diciendo «bueno, pues ya está». Se lo toman relativamente bien.
8.00 horas. Esta vez voy a trabajar por la mañana, así que espero salir a las tres. Pero no descarto que me recluten para el turno de refuerzo, en cuyo caso acabaría a las once de la noche, calculo. Es muy importante apostar por el aislamiento social, palabras que suenan muy fuerte, pero es que no hay otra manera de contener la epidemia.
12.30 horas. Todavía no ha habido una rotura del 'stock', pero sí es verdad que necesitamos más. Por supuesto, es imperioso reforzar al 112 para que la ciudadanía no se sienta desamparada. Y cuando hablo de afianzar e incrementar los servicios de emergencia lo hago extensivo a otros niveles: atención primaria, urgencias, hospitalización... Porque si se desatascan los tapones previos evitaremos que los servicios de urgencia se colapsen.
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