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La ciudad que nunca duerme era la noche de este viernes una metrópolis en la que el silencio reinaba en zonas habitualmente copadas por el bullicio y la jarana. El decreto de la Comunidad de Madrid que ordenaba el cierre de todos los establecimientos y comercios ... a excepción de los de alimentación y primera necesidad a partir de este sábado para combatir la epidemia del coronavirus y contener su expansión convirtió en un erial las principales arterias de marcha de la capital española, por las que desfilaban unos cuantos 'robinsones' que apuraban las últimas horas en sus locales favoritos antes de que a las doce quedasen clausurados y sin fecha de vuelta.
Contados eran los locales que estaban abiertos al filo de las 22 horas en la calle Argumosa, cuyas dos decenas de bares y restaurantes concentrados en menos de medio kilómetro tornaban su habitualmente abarrotado aspecto de cualquier viernes por la noche en una faz desoladora en este que marcaba un antes y un después para los residentes y asiduos al concurrido barrio de Lavapiés.
A unos pocos pasos de la parada de metro, tres mesas permanecían ocupadas en 'La Playa de Lavapiés', un coqueto espacio que hace honor al carácter multicultural de un barrio que es una auténtica torre de Babel. En una de ellas apuraban sus bebidas y aperitivos Pablo, Kiki y Hans, holandeses estos dos últimos que llegaron a Madrid hace unas semanas para participar en ARCO y que no salían de su asombro al ver tan apagadas calles donde la algarabía suele ser la nota predominante. «Por lo menos esto está abierto», señalaba Kiki mientras picoteaba en compañía de sus amigos. «He tenido una semana de trabajo duro y quería tomarme una cerveza», explicaba Pablo, que aclaraba que habían tenido muy presentes las normas de prevención dictadas por las autoridades y expertos. «Ni nos hemos dado un beso ni nos hemos abrazado», atajaba un joven que asume que «si el ministro de Sanidad dice que hay que quedarse en casa, hay que hacerlo». Vecino del barrio, Pablo lamentaba verlo «completamente cambiado». «No hay nadie. Parece un sábado o un domingo por la mañana», incidía.
Poco más adelante, unos trabajadores de una empresa de ingeniería se acodaban en torno a una mesa instalada a las puertas de 'La Boca del Lobo'. «Hoy hemos mandado a toda la gente de la empresa a casa y hemos decidido ir a tomar una copa», contaba Manu mientras Dani, su pareja, apuntaba que el hecho de que el confinamiento fuera inminente añadía un acicate a la salida. «Es la última noche. A saber cuándo podremos volver a salir», señalaba una joven que aplaudía las medidas adoptadas por las autoridades. «Está bien que cierren los bares porque una amiga de una amiga que vive en Italia nos contaba que la gente se libraba de ir a trabajar pero estaba en las calles y luego, dos días después, tomaban la decisión de cerrar el país. Es mejor que cierre todo». «Las cosas no se han hecho ni tarde ni pronto, sino cuando se ha podido», manifestaba Manu, quien recordaba que dos semanas atrás se celebraba ARCO con normalidad «y había galerías italianas».
Benito, Enrique y Guillermo compartían un rato de esparcimiento en 'Primadonna', una pizzería situada también en la calle Argumosa cuyo dueño, Sebastián, exponía el descenso de clientela sufrido a lo largo de la semana. «El lunes y martes se trabajó bien, pero el miércoles y el jueves ya bajó y hoy muchísimo más». Comprensivo con el cierre de locales pese al «estropicio económico» que supondrá la medida, Sebastián considera que «no hay otra» y demanda celeridad en la asunción de las órdenes de las autoridades. «Cuanto antes nos recojamos en casa, antes se controlara», decía un empresario al que lo que más le choca es «el delirio colectivo». Ajenos a estas cavilaciones, Benito, Enrique y Guillermo seguían dando cuenta de su cena en una noche especial por las circunstancias. «Seguramente no hubiésemos salido en otro caso. Lo hablamos en el gimnasio», señalaba Enrique, todavía atónito por ver la calle Argumosa «sin terrazas por primera vez».
A unos metros, sentado en un banco con un grupo de amigos, Manu asumía que los actuales son «momentos para estar en casa muy tranquilo, con una cerveza y una buena película», y reflexionaba que el confinamiento será «el comienzo de un estudio sociológico bastante potente».
El desangelado aspecto de Lavapiés coincidía con la apagada imagen que ofrecía el barrio de La Latina, otro de los núcleos de la noche madrileña que este viernes lucía su cara más mustia. Muchos locales cerrados o en vías de dar por terminada la jornada pasadas las 23 horas y poquísimos clientes en los que resistían. «Se nota mucho para ser un viernes», subrayaba Fanny, camarera del '47 Cocktail Bar', una coctelería situada en la Cava Baja. Pensaban que la decisión de cerrar los locales de ocio iba a llegar incluso antes de la fecha en que finalmente se produjo y lo considera una medida lógica. «Me parece bien por nosotros mismos y para evitar tanto contagio», indica.
En el 'Txakolina' un pequeño grupo de jóvenes apuraban sus cervezas antes de refugiarse en casa. «La gente está como si no pasara nada y nos vamos a llevar un palo terrible», comentaba Luis, que explicaba que llevaba «varios días sin salir de casa» y destacaba el carácter «inaudito» de ver así un barrio que los viernes suele estar a rebosar pero al que, como ocurría en el resto de la capital, ya no le quedaban ganas de fiesta.
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