Mariel Hemingway
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Mariel Hemingway
Quizá porque conoce el padecimiento, Mariel Hemingway ríe con una franqueza desarmante. A los 62 años de una vida que suma varias, ríe cuando se le pregunta, midiendo las palabras, por el abuelo premio Nobel de Literatura que se descerrajó un tiro poco antes de ... que ella naciera y por su hermana Margaux, quien también se quitó la vida.
La joven actriz que cautivaba a Woody Allen en 'Manhattan' -llegó a competir por el Oscar a la mejor interpretación de reparto con Meryl Streep- ha convertido décadas después su fama y su encanto en ariete contra el suicidio y por la salud mental. El lunes ofreció una conferencia en Madrid invitada por CIS University.
-La descripción de su infancia pinta un cuadro en cierto modo contradictorio. Por una parte, una existencia casi idílica en Idaho y, por otra, la convivencia con unos padres alcoholizados.
-Todos negociamos con nuestra familia de alguna manera. Llegué a pensar que en todas se bebía demasiado y eso me hizo decidir que, como los quería tanto, les iba a ayudar a solucionarlo. Y era idílico porque esquiaba, caminaba, corría... en la naturaleza era donde encontraba más paz. Pensaba que cuidar de mi familia era mi trabajo. Deseamos complacer a nuestros padres y eso es lo que me esforcé en hacer de niña.
-¿Cuándo tuvo conciencia del clan al que pertenecía?
-Fue al entrar en la escuela primaria, que se llamaba Ernest Hemingway. Todos los niños me llamaban malcriada, como si fuera la dueña, y yo no tenía ni idea de por qué. Fue entonces cuando mis padres me lo explicaron. Y luego, cuando empecé a rodar películas, tuve una especie de revelación. De repente estaba rodeada de personas que se comunicaban, no gritaban, no sentían tensión. Y pensé «Dios mío, tal vez no todo el mundo tiene dificultades para comunicarse entre sí».
-¿Cuándo supo que su abuelo, el escritor tan importante para tantos lectores, había decidido quitarse la vida por decisión propia?
-Tenía 16 años. Un día de fiesta estaba recorriendo su casa, con mi padre y unos amigos. Me di cuenta de que había una parte en la que nunca había estado; cuando era niña, nunca quise entrar por esa puerta, nunca. Cuando mi padre nos llevó aquel día allí, sentí que algo había ocurrido. Le escuché contar a sus amigos que era donde su padre se quitó la vida. Y me pareció interesante descubrir por qué yo había evitado siempre aquel lugar. Luego empecé a hacer preguntas. El padre de mi abuela también se había suicidado. Y las piezas empezaron a encajar. Fue entonces cuando realmente entendí que nuestra familia era… delicada (ríe).
-¿Estuvo enfadada con sus padres? ¿Es posible reconciliarse?
-Nunca los culpé, siempre sentí compasión hacia ellos. La sentí por mi padre, que quería escribir y vivía bajo el paraguas de alguien tan grande y legendario como mi abuelo. Y yo no entendía por qué había tensión entre mis padres hasta que me enteré de que mi madre había perdido a su primer marido en la Segunda Guerra Mundial. Ella estuvo desconsolada el resto de su vida, habían matado al amor de su vida. Puedo ver su decepción. Luego tuvo cáncer y creo que fue debido a este dolor no resuelto.
-Estamos hablando de cuestiones incómodas, también para quien pregunta, en el escaparate público.
-(Vuelve a reír) Llevo tanto tiempo hablando de ello que ya no es incómodo. Al principio daba miedo. Pero siempre entendía un poco más de mí misma cuando lo compartía. Contar tu historia supone una gran sanación. Sigo poniéndome nerviosa, pero sé que voy a conseguir algo, que voy a aprender algo. No hay nada que usted no pueda preguntarme. Y creo que esto también invita a otras personas a contar su historia. Se tiene que hablar del suicidio porque resulta aterrador para la mayoría de la gente. Hablar sobre ello desmonta el miedo que le tenemos, se convierte en algo manejable, podemos tratar las emociones que trae consigo. Es muy importante poder hablar de un acontecimiento traumático. Ayuda a aliviarlo y a encontrar un camino hacia la recuperación.
-Usted es madre. ¿Cuándo le contó la historia familiar a sus hijas?
-Me acabaron pidiendo que me callara: «Está bien, lo tenemos. Estamos locos» (se carcajea). Así que nunca le tuvieron miedo. Pensé que debían saber de dónde vienen. Y nunca les he dicho «no hagas esto, no bebas, no conduzcas». Pero sí que podemos ser vulnerables ante esta predisposición a la enfermedad mental si hacemos cosas que no se ajustan a un estilo de vida más saludable. Les dije: «Nunca os voy a decir qué hacer, pero os voy a molestar con los hechos». Deberíamos educar a los escolares sobre la salud mental, especialmente cuando el mundo de la tecnología y las redes sociales están creando situaciones que no son reales.
-¿Y cómo se supera el temor, con sus antecedentes, a que la vida pueda desmandarse y el suicidio sea poco menos que un destino inexorable?
-No creo que ese sea el caso de todo el mundo, incluso si está en tu genética. Por eso hablo sobre la salud, el bienestar y las opciones de estilo de vida. La forma en que te comportas puede ayudar a determinar si vas a estar mentalmente sano o no. Puedes cambiar tu destino, no hay duda al respecto.
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