«Hay que pensar como si estuviéramos en Sierra Leona con una avalancha de víctimas por una guerra»
Juan González Armengol ·
En la «catástrofe sanitaria» actual, el jefe de Urgencias del Hospital San Carlos asegura que, aunque «todo esto es horroroso y nos hubiera gustado no tener que vivirlo», también afloran las «bondades humanas»
En las Urgencias de los hospitales españoles, los jefes de Servicio vieron cómo se acercaba la pandemia del coronavirus y se miraron en el espejo italiano. Prepararon unos planes, consensuados con otras especialidades, y dividieron el espacio en dos: para enfermedades respiratorias y para las ... demás. La ola llegó con furia. «Estamos viviendo las consecuencias de una catástrofe sanitaria ocasionada por un agente biológico, que es un virus», explica Juan González Armengol, presidente de la Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias y jefe de la Unidad de Urgencias del Hospital Clínico San Carlos. «Va acompañado por dos factores muy importantes: su velocidad de transmisión y su permanencia. Nos somete a todos a una intensidad de velocista y de corredor de fondo al mismo tiempo. No da tiempo a respirar. Ahora estamos en plena avalancha de pacientes. Un número enorme que colapsaría cualquier sistema sanitario, por muy bueno que sea».
-¿La pandemia ha traído una situación casi de guerra?
-Es una catástrofe por definición. Una catástrofe puede ser, por ejemplo, la destrucción de una ciudad por una bomba. Pero ésta ocurre por un agente biológico, especialmente agresivo con la población más vulnerable y que afecta a un gran número de personas.
-¿De qué ha servido el Plan de Adaptación que preparabais hace 20 días?
-Hablamos de unos cuantos días pero parecen meses. En ese momento se trataba de no introducir el virus en los hospitales. Esto no se puede afrontar con una visión normal, sino con una visión de catástrofe. Nosotros somos de Urgencias y tenemos esa mentalidad. No nos gusta, pero forma parte de nuestra formación. Desde el punto de vista asistencial vimos lo que iba a ocurrir y nuestra mentalidad se ha adaptado. No es el momento de tener sufrimiento por no poder llegar hasta el último detalle con un paciente. Hay que ir a lo que hay que ir.
-¿En qué consiste esa transformación de mentalidad?
-En tener claro que nuestra rutina normal con los pacientes no tiene nada que ver con lo que estamos haciendo ahora. El orden y la rapidez van a garantizar que haya menos víctimas. Es un aquelarre de emociones. Hay que aceptar lo que está ocurriendo, tomar decisiones rápidas, tener las ideas claras, saber lo que hay que hacer y ejecutarlo. No puedes dudar. Por ejemplo, no se trata de diagnosticar de 'pe' a 'pa' a un paciente, y sí trabajar con los datos que son fundamentales para la patología. Hay que pensar como si estuviéramos en una guerra con una avalancha de víctimas en Sierra Leona. Eso es lo que nos está pasando en los países occidentales.
-¿Se busca maximizar los recursos existentes para salvar más vidas?
-Es una carrera contra el tiempo. Antes nos llamaba la atención que los chinos construyeran hospitales en diez días, y es lo que estamos haciendo aquí. Un hospital de 5.500 camas en la estructura de Ifema. Se hace un esfuerzo enorme porque se nos va la vida en poder absorber esta cantidad de pacientes.
-¿Se priorizan los casos recuperables a la gravedad del paciente? ¿Son más estrictos los triajes?
-Todos los médicos siempre tomamos decisiones de hasta qué punto vamos a usar armas terapéuticas muy agresivas para recuperar pacientes. Hay circunstancias que rodean un caso: la viabilidad, las secuelas o su capacidad de superar el episodio. Lo hacemos siempre y forma parte de nuestro trabajo. Pero ahora ocurre más frecuentemente y en un número muy elevado, porque vienen miles de pacientes. Pero no partimos del complejo de Dios para tomar decisiones, sino de información y protocolos consensuados entre las distintas especialidades. Los pacientes vulnerables son los mayores de 65 años, y más si se añaden enfermedades previas.
«Nos hubiera gustado no tener que vivirlo»
En el turno de noche trabaja Armengol en uno de los centros neurálgicos de la epidemia, el Hospital Clínico San Carlos con unos 600 pacientes ingresados. «A mí me puede estar afectando como a todo el mundo», reflexiona. «Estoy en riesgo, pero me preocupa poco, quizás porque no tengo tiempo de pensarlo. No voy de héroe, es mi trabajo. Pero me preocupo por la gente a mi alrededor».
-¿A final de un turno qué sabor de boca le queda?
-Todo esto que es horroroso y nos hubiera gustado no tener que vivirlo, pero también trae las bondades de la naturaleza humana. Enfermeras, profesionales de la limpieza, celadores, médicos. Los de otras especialidades vienen y se ofrecen a ayudar. Porque vamos cayendo uno detrás de otro, y podemos suplir las bajas con una reordenación.
-¿Cómo ha contribuido la experiencia de Urgencias a confrontar la catástrofe?
-Para mentalizar a las autoridades cómo se tiene que enfocar la crisis. Es nuestra especialidad y conocemos las últimas necesidades. Hay que llegar hasta donde sea necesario para defender a la gente más vulnerable, nuestros mayores. Somos un país fuerte y no se nos puede morir la gente. Si hay que hacer más, se hace.
-¿No se está haciendo lo suficiente ahora?
-Estamos dedicados en cuerpo y alma desde el punto de vista organizativo y emocional. Es como estar en una trinchera. Estamos resistiendo con todas las armas que puede tener un sistema desarrollado. Desde el primer responsable político hasta el último profesional, toda la sociedad. Me siento muy orgulloso de pertenecer a un sistema así.
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