Un día cualquiera, ya sea en consulta o en una guardia en tiempos de coronavirus, Inmaculada Cervera, que tiene consulta en el Departamento de Atención Primaria en el Hospital La Fe (Valencia), puede ver a 40 pacientes. La mayoría de forma telemática y con síntomas ... de la Covid-19, aunque sin diagnosticar. Desde que se inició el estado de alarma, el Gobierno evitó que en los ambulatorios se realizaran los test de PCR, dice Cervera. Así que médicos como ella han tenido que trabajar a ciegas, casi sin descanso, enhebrando guardias con consultas, semana tras semana. Ahora que el virus parece controlado y el mando único comienza a aflojar, los facultativos se alzan como la primera línea contra la pandemia. Más que verlo como una carga extra, los médicos de cabecera lo consideran un alivio.
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«Para nosotros ha sido una liberación», dice Cervera, que es también coordinadora del Grupo de Trabajo de Gestión Clínica de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen) y profesora de Salud Pública en la Universidad CEU. «Hemos reclamado desde el principio que nos dejaran hacer los test. De forma incomprensible no nos lo han permitido. ¡Ha sido imposible hacerte un prueba de PCR! No tenía ninguna razón de ser. Ni siquiera a los propios compañeros que tenían contacto con pacientes con coronavirus. Por eso ha muerto tanta gente».
A los pacientes que tenían cuadro leve se les trataba sin pruebas diagnósticas, cuenta Cervera. Sin poder descartar el coronavirus, por ejemplo en una persona con disnea o cuadro catarral. A todos, por tanto, les llamaban a diario. «Ha sido muy duro hacer un seguimiento de pacientes con un nivel de incertidumbre total. Que nos digan que ahora nos van a dejar hacer las pruebas diagnósticas ha sido una liberación», reitera Cervera.
«Al tener las pruebas diagnósticas será mucho mejor para el paciente, que tendrá un diagnóstico de confirmación accesible sin tener que ir al hospital. Muchos no quieren ir por miedo. Y a los médicos nos va dar mucha capacidad de reacción y nos permitirá descongestionar los casos que son negativos».
Los médicos de cabecera no han tenido protocolos claros para actuar, denuncia Cervera, quien dice que los «mensajes institucionales eran incoherentes. Uno se ha buscado la vida como ha podido». Hay impotencia y cierta frustración en sus palabras. «Si nos preguntan a nosotros los sanitarios, la gestión de la pandemia ha sido un pollo sin cabeza, un desastre. Los criterios han sido muy cambiantes, no siempre basados en cuestiones científicas. A lo mejor sí logísticas. Pero no siempre se ha dicho la verdad. No es lo mismo asegurar que no importa utilizar mascarillas, que explicar que hay escasez pero que se deben tomar medidas de protección. Yo, que no soy nadie, sólo una médica de ambulatorio, lo estaba viendo... ¿no lo veían los que tenían los datos? Si la mentira llega al mundo de la salud cuesta vidas. Es muy duro».
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Valencia fue una de las primeras ciudades que presentaron casos confirmados de coronavirus. Desde la primera semana de marzo ya había casos graves, cuyo foco de contagio era «comunitario», insiste Cervera, que empezó a ver los casos de fiebre de 39 grados a finales de febrero. «De 25 avisos, tres eran por una gripe que no era estacional, porque ya estábamos en 25 grados», recuerda. «Nosotros llamábamos a Salud Pública y nos preguntaban si el paciente venía de China o de Italia. Unos protocolos que ya entonces eran obsoletos y que nos impedían tomar decisiones. Por estar de brazos caídos perdimos la ventaja que teníamos con respecto a Italia. Un despropósito».
A sus pacientes, cuenta, los enviaba al hospital para que le hicieran un test, pero allí les descartaban sin hacérselos. «No se los hacían porque salía una placa normal. Cuando varios volvieron sin test, dejé de enviarlos hasta que se ponían grave porque si era algo cardíaco, por ejemplo, podía contagiarse y empeorar». Tal era la escasez de material de protección que en sus visitas a domicilio ella sólo tenía una mascarilla por día. En una de esas consultas, acudió a una residencia de ancianos. Había 22 personas mayores con coronavirus. Las trabajadoras carecían de equipos de protección. Una era su paciente y falleció de coronavirus. Ella fue a la residencia a certificar muertes. Los ancianos le decían: «Qué poca humanidad, díganos algo». «¿Qué les iba a decir?», pregunta ella todavía atormentada.
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El desconcierto y la descoordinación no parece cosa de los primeros días, señala. «Cuando la población estuvo recluida en un 85%, hubiera sido sencillo que todos los que estábamos en circulación por necesidad y contagiándonos entre nosotros, como los sanitarios y las fuerzas del Estado, se nos hiciera un PCR y se aislara al positivo antes de que saliera la población recluida. No se hizo». Para Cervera, el problema sigue siendo controlar el contagio entre los mayores y en las residencias. «Los sanitarios hemos estado solos frente a las dificultades y lo seguiremos estando», sentencia, a la vez que agradece los aplausos de la gente.
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