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Aunque digan que Sheldon Cooper, el genio tan ególatra como memorioso de 'The Big Bang Theory', padece el síndrome de Asperger –cosa que por los demás sus creadores niegan–, los que padecen este tipo de autismo casi nunca llegarán a alcanzar su brillantez. Es falso ... que los afectados por este trastorno sean superdotados. Lo poco que comparten el científico de la ficción televisiva y un afectado por el síndrome son su falta de empatía y sus intereses restringidos.
Han soportado todo tipo de acoso, escolar y laboral, por su condición de raros. La suerte de un aquejado por el síndrome nadie la desea. Incapaces de captar el doble sentido del lenguaje, la expresión subliminal, las sutilezas, las bromas y las ironías, sufren enormes dificultades para relacionarse con los demás e interpretar las situaciones sociales. Hoy se celebra el Día Internacional del Asperger, un trastorno lleno de mitos y poco comprendido. Esa dificultad no significa que quienes lo padecen estén lastrados por una enfermedad o una discapacidad intelectual. No existen datos oficiales sobre la prevalencia del síndrome, aunque algunas estimaciones hablan de entre uno y cinco casos por cada mil recién nacidos.
«De niños tienen problemas para jugar con otros en el recreo, y de adultos afrontan obstáculos en las entrevistas de trabajo. No acaban de comprender que en el ámbito laboral hay situaciones formales e informales», asegura Araceli Martín, trabajadora social de la Asociación Asperger Madrid.
En 1944 Hans Asperger, que dio nombre al síndrome, lo inscribió dentro del Trastorno del Espectro Autista (TEA). Sin embargo, desde 2013 dejó de existir como categoría diagnóstica, de modo que ahora se considera una forma de autismo de nivel 1, el grado más leve. El cociente intelectual de estas personas «puede estar cerca de la media, hasta el punto de que en ocasiones se les suele confundir con individuos con altas capacidades», dice Martín. El asperger no es una enfermedad, sino más bien una «discapacidad social», una expresión que reivindican las organizaciones de familias damnificadas.
Para Fernando Martín del Valle, coordinador del Grupo de Trabajo de Neurodesarrollo y Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) de la Sociedad Española de Neurología Pediátrica (Senep), lo de que los individuos con asperger sean personas brillantes «es un mito». «Es cierto que tienen una forma de procesar la información diferente, lo cual les puede hacer destacar en algún área, pero la gran mayoría tienen una capacidad intelectual normal».
La falta de desenvoltura en la interacción social hace que los afectados superen unos elevadísimos niveles de desempleo, del orden del 85%. No es el caso de Alberto Ulla, de 33 años, quien trabaja como auxiliar de servicio en la Asociación Asperger Madrid, donde desempeña labores administrativas y de atención al público, al tiempo que realiza facturas. A Ulla le apasionan el deporte y los animales y arrastra la frustración de no haber podido cursar la carrera de Veterinaria, un empeño que no descarta acometer en el futuro. No obstante, llegar hasta donde lo ha hecho no ha sido un camino fácil. «En el instituto, me hacían un poquillo de 'bullying', me rechazaban porque me querían ver fuera del grupo. Me daba miedo salir al recreo. A veces hasta me insultaban e intentaban pegar», asegura Ulla.
Este afectado por el asperger no soporta el desorden. Como todos los autismos, las personas con el trastorno manifiestan un comportamiento rígido, unos intereses limitados y unas conductas repetitivas. Cuando tienen una afición, su pasión llega ser obsesiva y desbordante. «Si les gusta el mundo del ferrocarril, piensan en los trenes de un modo obsesivo y su conversación gira insistentemente en torno a ellos. Además adoptan rutinas estereotipadas y repetitivas, como tomar siempre el mismo camino», aduce la trabajadora social.
A Alberto Ulla le desconcierta y molesta muchísimo el desorden. «En mi casa tengo la costumbre de tener cierto orden, hay cosas que necesito colocarlas en el sitio adecuado. No me gusta descolocarlas; el que alguien las cambie de sitio me produce un poco de ansiedad».
A la vista de que es un fenómeno relativamente nuevo y bastante desconocido, hay bastantes adultos sin diagnosticar. No se sabe con certeza cuál es su incidencia, aunque es muy probable que haya aumentado significativamente, debido a que ha crecido mucho la prevalencia del autismo. «Se estima que actualmente es del 1-2% de los niños», subraya Martín del Valle.
El neuropediatra asevera que hay mucha incertidumbre sobre la causa del autismo, aunque se sabe que existe una importante base genética sobre la que actúa también el medio ambiente. «Hay múltiples genes que se han relacionado con el autismo, y también se han relacionado factores ambientales como tóxicos e infecciones durante el embarazo o el periodo neonatal o la prematuridad».
Tania Ruiz Tirado, psicopedagoga y terapeuta del centro Anda Conmigo de Valdemoro (Madrid), apunta que los padres pueden detectar si su hijo presenta el problema atendiendo a determinados comportamientos. «Si un niño de dos años no atiende por su nombre cuando se le llama y no te mira, esquiva el contacto ocular, no juega de manera funcional, es decir, agarra un coche y no hace el típico ruido de ¡brrrum, brrrum! Es probable que tenga autismo».
El asperger está claramente infradiagnosticado, entre otras cosas porque a veces se confunde con el trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), problemas de aprendizaje, ansiedad o alteraciones del estado de ánimo. El asperger puede ir acompañado de otras alteraciones y dolencias. «En la infancia es muy frecuente que los pacientes tengan también síntomas de otros trastornos del neurodesarrollo como el TDAH, trastornos del aprendizaje o tics. También pueden tener problemas digestivos o nutricionales. Especialmente a partir de la adolescencia pueden tener problemas de salud mental como ansiedad o depresión, derivados de sus dificultades para la interacción social», sostiene Martín del Valle.
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