Borja Robert
Domingo, 22 de febrero 2015, 07:20
La depresión, según Andrew Solomon, es una grieta en el amor. Una falla tectónica en los sentimientos y en las ganas de vivir. También es una enfermedad difícil, compleja, llena de matices y con casi tantas manifestaciones como personas que la sufren. Él la vivió ... y decidió crear algo que ayudase a otros a comprenderla y a sentir un apoyo. Dedicó cinco años a escribir El demonio de la depresión -editorial Debate-, un mapa de esta dolencia a lo largo de las clases sociales, la geografía, el tiempo y las circunstancias.
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En él gestó un recorrido científico, íntimo, exhaustivo y periodístico por las tragedias de esta dolencia, y también por sus causas y sus remedios. «Lo escribí, al menos en parte, para ayudar a la gente que sufre una depresión a que se sienta menos sola», asegura Solomon, de visita en España. «Lo tomé como una gran responsabilidad. Yo me había sentido tan solo que necesitaba ayudar a otros a no percibir lo mismo».
Él sufrió una depresión severa de la que está recuperado -«ahora mismo estoy bastante contento», dice-, aunque habla de ella como de una dolencia que lo acompañará toda la vida. «Tiene algo identitario, de definir quién eres», afirma. Toma medicación, aclara, y acude con regularidad a un terapeuta. Aunque en su momento se licenció en Literatura, tras más de una década de trabajo como escritor dedicado a enfermedades mentales -su último libro también trata de ellas-, en 2013 se doctoró en psiquiatría. Y casi cada día recibe cartas y correos electrónicos que le critican, le agradecen algo o, simplemente, le cuentan una historia más.
Derrumbe emocional
Para explorar los recovecos de la depresión decidió que no quería contar sólo su vivencia, sino también la de muchos otros. Algunas durísimas, y reconoce que no fue fácil. «Muchas veces, después de una entrevista, me derrumbaba, pero tenía que ayudar a los demás», dice. «Hace un tiempo recibí una carta postal, sin firmar, que simplemente decía: estaba pensando en suicidarme pero he leído tu libro y me lo he pensado mejor». Eso ya hace que merezca la pena», asegura. Pero no siempre funciona.
Recientemente, cuenta, un amigo suyo se quitó la vida por este motivo. «¿Ayuda conocer la depresión a lidiar con ella? Claro que lo hace, el conocimiento es poder, pero comprenderla no es suficiente para superarla. Digamos que ayuda a que sea un proceso menos confuso, y a que dé menos miedo», sentencia. Incluso para él, reconoce, no es fácil distinguir si tiene un mal día o está de camino a una recaída. «Ahora al menos ya sé qué tengo qué hacer. La primera vez la sensación era de que me ahogaba».
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«Aunque siempre ha habido depresión en el mundo, cada vez tiene más incidencia», explica el escritor. «Hay miles de causas, pero a un nivel muy básico, yo creo que las más importantes son nuestra gran interacción con las nuevas tecnologías, que dormimos menos, que nuestros hábitos alimenticios son muy erráticos y, en general, que las cosas ocurren muy rápido». La sociedad, dice, cada vez se transforma más en un mundo de solitarios. «Y la soledad invisibiliza, adormece, aturde los sentimientos. No hay nada que agravie más a una persona deprimida que insistirle en lo que tiene que hacer para sentirse mejor, para recuperarse», explica. A muchos, aclara, lo que les sirvió fue saber que alguien los ama incluso deprimidos.
En la fase aguda de una depresión, insiste, lo que más necesita el que la sufre es sentirse amado. «Saber que hay alguien que, incluso cuando estás en ese estado, te quiere y está dispuesto a cualquier cosa por ayudarte». Cuando empiezas el proceso de mejora, «amar, notar cómo se va despertando tu corazón, se va convirtiendo en algo más importante», asegura. Primero han de tirar de uno, y después uno ha de tirar de sí mismo.
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Lo opuesto a la depresión no es la felicidad, explica Solomon, sino la vitalidad. «La depresión suele estar asociada a una pérdida del interés por vivir, incluso del deseo de hacerlo. Trae un miedo insoportable, una tristeza enorme y una desconexión de los demás», asegura. Y si pudiera cambiar algo en el mundo respecto a ella, afirma, sería hacer los tratamientos -«que los hay y son buenos»- accesibles a todo el mundo. «E intentaría devolver a la gente deprimida al tejido social para que no se sintiese tan sola», apostilla el investigador.
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